Los templarios recibieron pensiones en la Corona de Aragón tras su disolución
Así lo revelan Joan Fuguet y Carme Plaza en el libro "Los Templarios, Guerreros de Dios" (Rafael Dalmau, Editor) en el que analizan las claves políticas, militares, económicas, religiosas y culturales de la Orden del Temple, y especialmente su relación con los territorios de la Corona de Aragón.
La Orden del Temple, fundada en 1119 por cruzados franceses, fue perseguida por el rey Felipe IV de Francia, país en el que desde 1307 fueron detenidos, torturados y quemados en la hoguera bajo acusaciones de herejía, idolatría o sodomía, hasta que Clemente V, cediendo a las presiones del monarca francés, la disolvió en 1312.
En la Corona de Aragón, el rey Jaime II también firmó una orden de arresto contra los templarios a finales de 1307, lo que llevó a los monjes caballeros a hacerse fuertes en sus castillos y fortalezas, una resistencia que duró hasta mediados de 1309.
"Aquí no admitieron nunca las acusaciones y la resistencia en los castillos quizás fue para poder negociar mejor" su capitulación con los emisarios reales, señala a Efe Carme Plaza, por lo que, cuando se rindieron, fueron sometidos a un trato más humanitario.
Finalmente, el Concilio de Tarragona de 1312 absolvió a los templarios catalanoaragoneses y, pese a que sus bienes pasaron a la Orden del Hospital o a la recién creada Orden de Montesa, salvo los que retuvo el propio rey, los extemplarios fueron acogidos por otros frailes y recibieron pensiones en función de su rango.
Así, a Dalmau de Rocabertí, hermano del obispo de Tarragona, se le asignaron 8.000 sueldos barceloneses cuando regresó de su cautiverio en Egipto, y Ramon Saguàrdia, defensor del castillo de Miravet, obtuvo 7.000 sueldos, si bien algunos de los caballeros tuvieron dificultades en el cobro de las cantidades.
"Las acusaciones contra los templarios fueron en general inventadas", indica Joan Fuguet, que explica que en el inicio de la Orden "fueron favorecidos por reyes y nobles porque los necesitaban", pero que al ir acumulando castillos, propiedades y derechos fiscales sobre territorios, se crearon enemigos entre los reyes y los propios obispos, pues solo debían obediencia al Papa.
"Los Templarios, Guerreros de Dios", que acaba de publicarse en catalán y se editará en castellano en 2013, muestra que los templarios eran unos profesionales disciplinados de la guerra, que no solo sabían organizar campañas militares y dirigir ejércitos, sino que también utilizaban avanzadas máquinas de guerra.
El libro constata asimismo que, mientras algunos de sus miembros eran poco ilustrados, había una elite capaz de construir castillos avanzados a su tiempo, como el de Miravet (Tarragona), de edificar murallas, como las de Benicarló (Castellón), planificar barrios como el de Sant Mateu de Perpiñán (Francia) y diseñar un sistema bancario solo superado en su época por los genoveses.
La Regla del Temple era muy parecida a la de los benedictinos, si bien estaba adaptada a su condición de guerreros, por lo que "se les permitía comer carne para ganar en fortaleza y tenían dispensas en sus rezos si estaban en campaña", apunta Carme Plaza.
Con el tiempo, muchas normas acabaron por no ser respetadas, como las de la prohibición de participar en cacerías o en torneos, u otras relativas al juego, a la forma de vestir o a la pobreza.
Su protagonismo en las Cruzadas y su trágico final han contribuido a alimentar mitos y leyendas medievales divulgados por la literatura, como que eran custodios del Santo Grial, a influir en la masonería o a inspirar a sociedades secretas que han llegado hasta nuestros días. Hèctor Mariñosa
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