Lula, a los inversores: "Brasil ha aprendido a ser serio. Y es un camino sin retorno"
El presidente destaca en las jornadas organizadas por EL PAÍS que su nación aspira a ser "un actor global" en el concierto mundial
Fiel a un estilo que combina la experiencia de su etapa sindical con las dos legislaturas tutelando Brasil, un carácter cercano y afable, pero directo y, en ocasiones, combativo, Luiz Inácio Lula da Silva, el presidente brasileño, que deja este año el cargo, ha ganado el atril que preside las jornadas sobre el futuro económico de su nación, organizadas por EL PAÍS y Valor Económico y ha hablado, como Felipe González, de todo un poco. De crecimiento, de perspectivas macroeconómicas, de desarrollo, de atraer más inversión, pero también de la ONU, del viejo y del nuevo orden global.
Precedido por Juan Luis Cebrián, consejero delegado de PRISA, quien lo ha presentado como un híbrido entre "Don Quijote y Sancho Panza" por su idealismo y su sentido común, Lula ha destacado el éxito que baña a Brasil en la recta final de su carrera política. "Voy a terminar mi mandato con 14,5 millones de nuevos trabajadores", ha celebrado. También, ha agregado, con 12 nuevas universidades que educan a 700.000 jóvenes más; todo para un país con "gente, mercado y potencial". Pero, sobre todo, "con capital humano".
Una sociedad sólida
Para este último factor de crecimiento, que mejoró sustancialmente durante el Gobierno de Lula respecto a sus antecesores, el presidente de Brasil encuentra alguna explicación: "La economía brasileña es sólida porque la sociedad es sólida y participa en el mercado". Y un aviso: "Brasil ha aprendido a ser serio y ha entrado en un camino sin retorno. Vengo a pedir a los empresarios españoles que inviertan en Brasil, pero ha llegado el momento de que los brasileños inviertan en España".
Esa manifiesta seriedad ha dado pie a vaticinios del presidente: "Brasil se transformará en una gran potencia. Está claro que nuestros números son sólidos y que queremos ser un actor global". Un actor no sólo económico, como se entrevé en sus palabras. Aquí ha lanzado un mensaje al orden mundial que quedó tras la Segunda Guerra Mundial, concretamente al Consejo de Seguridad -órgano decisorio por excelencia al que aspira Brasil-, inamovible desde 1945: "Quien está sentado en un sillón no quiere cambios. Hay a quien conviene que Naciones Unidas sea una institución débil".
"Tendremos problemas" si la ONU no cambia, ha añadido. También ha abordado, aunque menos, su acuerdo con Turquía e Irán para dar una salida al conflicto nuclear con este último país. Un acuerdo cortocircuitado, irónicamente, por el Consejo de Seguridad en el que Brasil espera poder sentarse algún día de forma permanente. "Necesitamos más negociadores para llevar la paz a Oriente Próximo", ha propuesto. Su adiós ha sido lapidario: "Llegó la hora de Brasil". También se ha despedido, eso sí, de sus "aliados españoles".
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