Cuando solo importan las canciones
Avanza Lourdes Hernández hacia el centro del escenario con porte resuelto y seductor, gustándose desde el comienzo, segura de su ya indiscutible solvencia. El tema inaugural, The memory is cruel, incluye melismas y otros escollos interpretativos, pero la artífice de Russian Red lo resuelve con holgura, permitiéndose incluso cierta teatralización, acercándose hasta los dominios del teclista para pulsar ella misma parte de la melodía. Lourdes tiene 25 años, pero ya no es aquella cantante de talento precoz y gesto cabizbajo.
Presentaba Russian Red el segundo disco, Fuerteventura, en su ciudad natal casi nueve meses después de que llegara a las tiendas. Antes ha tenido tiempo de pasearlo por, literalmente, medio mundo, así que la responsabilidad de jugar en casa se atenúa por un rodaje muy competente. Hernández se enseñorea en las tablas del Coliseum mientras sus cuatro acompañantes masculinos -entre ellos, el guitarrista Stevie Jackson y el bajista Bobby Kildea, de los escoceses Belle & Sebastian- permanecen sentados y absortos. El sonido es impecable y la ejecución, impoluta; fuera complejos.
Sin pretenderlo, Russian Red provocó hace unos meses una polvareda sonrojante en los círculos musicales patrios solo por admitir su filiación ideológica derechista. No habría sido muy complicado intuirlo, por mera extracción sociológica, pero que algunos vincularan el análisis de una propuesta artística a criterios políticos bordea el disparate. Ignoramos si Lourdes votó el 20-N, desconocemos si aspira a seguir escribiendo canciones dentro de 15 años e intuimos que sigue las revistas de moda con mayor voracidad que otras cantautoras. Pero lo único que verdaderamente importa aquí es la estatura de sus canciones, y muchas son notables. Alguna, incluso, excepcional.
Ahí está The sun, the trees, composición perfecta -el estribillo, ese gancho del parapará inicial, el ritmo quebrado al final de cada vuelta para los amantes del pop radiante-. Acostumbramos a retratar a Lourdes como una muchacha confesional, intimista, abonada a la sensualidad lánguida, en ese tema reivindica la vida como una experiencia gozosa. Y durante esos tres minutos lo es.
Sus detractores tienden a despacharla como una bella lolita insípida, pero la comparecencia de anoche les desbarataría el argumentario. Incluso desde la perspectiva textil: el sobrio vestido negro la alejaba de pasados estilismos de colegiala pizpireta. Que Lourdes es una creadora con enjundia lo demuestran sus composiciones recientes (January 14th, Tarantino, la inédita Loving strangers), el hecho mismo de que haya titulado una de sus piezas con el nombre de Nick Drake o su capacidad para afrontar una versión muy atípica, aquel viejo Baby it's you (The Shirelles), con una gracia irresistible. Su voz es cálida, granulada; poderosa sin perder su primigenia delicadeza. Y su nivel de autoexigencia le lleva a reinventar el repertorio más antiguo con originalidad; incluyendo un steel drum, los tambores de Trinidad y Tobago, en They don't believe o concediendo a Brian Hunt una de las estrofas de Cigarettes.
Admitámoslo: el pop-folk de aliento independiente que practica no constituye una estricta novedad. Mary Margaret O'Hara o, más recientemente, Ingrid Michaelson o Feist han aportado suculentas propuestas similares, pero no por ello deja de ser Lourdes un espécimen infrecuente en nuestro ecosistema sonoro. Mucho se comentó su influencia en otra artista de irrupción casi simultánea, la malagueña Annie B Sweet; pero esperen a finales de abril para escuchar el delicioso álbum de debut (Child bride) de una exmodelo neoyorquina, Hannah Cohen. Algunos lo confundirán con el tercer disco de Russian Red.
El lleno en el Coliseum confirma, por lo demás, el buen tino de este segundo ciclo Madrid Presenta sobre canción de autor, que ha agotado localidades con Dani Martín y Jorge Drexler y esta noche también completará el aforo gracias a María Dolores Pradera. El Mundo abisal de Drexler, el viernes, fue un alarde de autosuficiencia: el uruguayo combatió con sensibilidad y empatía no solo la soledad en el escenario, sino el frío endemoniado. Anoche la calefacción funcionó mucho mejor, pero Lourdes también aportó su ilusionante calidez.
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