El fantasma del Majestic sobrevuela CiU
Dirigentes nacionalistas advierten del peligro de depender solo del PP - El pacto de 1996 acabó acelerando la caída de Pujol por su supeditación a Aznar
Un fantasma sobrevuela Convergència i Unió. Los reiterados pactos con el PP en Cataluña (los presupuestos y las principales leyes impulsadas por Artur Mas), junto con el apoyo al PP en el Congreso, retrotraen a los dirigentes nacionalistas al recuerdo de los años de decadencia del pujolismo. Los 23 años de la presidencia de Jordi Pujol acabaron en 2003 tras un periodo amargo para CiU. La fotografía de entonces era prácticamente idéntica a la actual: CiU dependiendo en Cataluña exclusivamente del PP, y los populares gobernando con una cómoda mayoría absoluta.
Era el año 2000 y el pujolismo apuraba sus horas en Cataluña con una frágil minoría que se aguantaba con los votos del PP. Ambos partidos habían sellado su alianza en el llamado "pacto del Majestic", los acuerdos que en 1996 sirvieron para garantizar la investidura de José María Aznar. CiU logró beneficios con la firma: el fin del servicio militar, la supresión de los gobernadores civiles y la cesión del 15% de la recaudación del IRPF a las comunidades autónomas. Pujol, repudiado nacionalista a ojos de los militantes populares, pasó a necesario estadista. Del "Pujol, enano, habla castellano" que se cantó en Génova la noche electoral se pasó, por arte y magia de las dependencias parlamentarias, al "Pujol, guaperas, habla lo que quieras". Los primeros cuatro años de Aznar, la sociedad CiU-PP funcionó como una perfecta asociación de socorros mutuos en el Parlament y el Congreso. Se apoyaban en los aspectos clave, evitaban incendios parlamentarios y había libertad en temas menores.
Sánchez-Camacho avisa a Mas de que no permitirá un discurso soberanista
El mal resultado de Pujol en 1999 y la mayoría absoluta de Aznar en 2000 convirtieron la convivencia en un ahogo constante para CiU. Los nacionalistas obtenían apoyo del PP a cambio de pagar un precio muy caro: apoyar a un Aznar, cada vez más centralista. "A veces en política hay que tragarse algún sapo" ilustraba en la época Pujol. Fueron muchos. CiU tuvo que renunciar a plantear una reforma del Estatuto, aceptar una financiación muy por debajo de sus expectativas e ir de la mano de Aznar toda la legislatura, con un PP cada vez más desprestigiado en Cataluña. Algunas votaciones hicieron mucho daño. Como muestra, el apoyo al trasvase del Ebro, un torpedo en la línea de flotación nacionalista. Provocó un profundo rechazo y un descalabro electoral en aquella zona que aún perdura.
El apoyo sin fisuras a Aznar agravó la pérdida del poder de CiU, en 2003, con Artur Mas como candidato. Los nacionalistas cayeron en picado: Mas perdió 10 diputados con respecto a 1999, y en las generales de 2004, Duran logró el peor resultado para CiU desde 1979. En 2006, Mas escenificó un alejamiento del PP firmando ante notario que no pactaría con el partido. No le valió ni para ganar, ni para convencer: el acuerdo siempre ha sido azuzado por la oposición hasta que el matrimonio de conveniencia ha vuelto en Cataluña. Los nacionalistas no se referían a él hasta las últimas autonómicas. Fue entonces cuando CiU empezó a recordar los beneficios que logró en 1996.
Reverdecido el pacto, los dirigentes nacionalistas, con Josep Antoni Duran Lleida a la cabeza, ya han avisado a Mas: no se pueden volver a repetir los errores.
El plan económico de Mas en la primera mitad de legislatura, los recortes, solo podía llevarse a cabo con el partido que lidera Alicia Sánchez-Camacho. Tras dos años de ajuste, Mas espera dedicar la segunda parte de la legislatura al pacto fiscal. Esta reivindicación exige más tensión soberanista de CiU y la aleja del PP. En paralelo a la negociación presupuestaria, los nacionalistas ya se mueven. El congreso de CDC de marzo consolidará como prioridad el nuevo modelo económico en su ponencia aunque. Si no hay novedad con las enmiendas que presentarán los delegados se mantendrá la ambigüedad independentista de la "transición nacional" que propugnó Mas en su discurso de investidura.
El PP avisa: no tolerará una deriva soberanista de CiU. Los nacionalistas, especialistas en nadar entre dos aguas, han logrado aparcar el tema mientras necesitaban al PP. Sánchez-Camacho, consciente de que tiene la llave de los presupuestos, avisó ayer de que no permitirá a Mas que introduzca en su hoja de ruta el discurso soberanista. El PP, que ya daba por hecho el aval a las cuentas, rescató como condición la eliminación de las embajadas catalanas.
La tensión que introduzca Mas en su discurso y la actuación de Mariano Rajoy en Madrid marcarán la relación entre ambos partidos. Aunque, por mucho que se distancien los discursos, la historia también se repite. Mientras duró el pacto del Majestic, CiU y PP se permitieron desvíos en las palabras con la condición de que, a la hora de votar, fueran a una.
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