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Reportaje:IDA Y VUELTA

Vigilantes nocturnos

Antonio Muñoz Molina

Cuántas historias posibles. Cuántas maneras de contarlas. Y qué poca necesidad de inventar cuando se reconoce que muchas de las mejores historias no las ha inventado nadie, y que lo que hace falta no es urdir un argumento para imponerlo como una rejilla o un molde sobre el desorden de los hechos sino encontrar el tono, el lugar desde el que se inicia el relato, la conexión íntima entre el narrador y la historia. En The New York Times leo la crítica de un documental que acaba de estrenarse en un pequeño cine del Village y que estará en cartel solo una semana y comprendo casi instintivamente que tengo que ir a verlo. Me ha llamado la atención la foto que ilustra la crítica, casi un rectángulo en negro en el que poco a poco se discierne un tejado de Nueva York coronado por un depósito de agua, perfilado contra un cielo nocturno en el que hay unas pocas estrellas.

'The City Dark' tiene un título de cine negro, pero de lo que trata es de la desaparición gradual de la negrura de la noche
Ian Cheney sale de noche a la ciudad buscando lo que casi nadie recuerda o ha visto nunca, el cielo nocturno

The City Dark, se titula la película. El director es Ian Cheney. En una noche de enero es gustoso refugiarse del frío en una sala casi a oscuras en la que no hay más de treinta o cuarenta butacas. Por qué no va a haber cine de cámara, igual que hay música de cámara. The City Dark tiene un título de cine negro, pero de lo que trata es de la desaparición gradual de la negrura de la noche. Es cine de cámara y en primera persona, aunque no a la manera histriónica de Michael Moore. Las imágenes de Ian Cheney y su voz superpuesta tienen una cualidad confesional y un discurrir voluble de paseos y búsquedas. Cheney sale de noche a la ciudad con su gorra de visera y su mochila a cuestas buscando en ella lo que casi nadie recuerda o ha visto nunca, el cielo nocturno. Armado con un mapa de las constelaciones, como del mapa de un tesoro, fuerza el cuello para mirar hacia arriba pero la inundación permanente de las luces urbanas no le permite ver nada. Las constelaciones de la noche son ahora los letreros luminosos en movimiento y las cordilleras de ventanas inútilmente iluminadas de los edificios.

Se aleja del ascua de Times Square y en calles más apartadas distingue tres o cuatro estrellas dispersas en el cielo sucio. Sube a la terraza de la torre de apartamentos en la que vive y ve un resplandor rojizo que se extiende en todas direcciones. Como tantos habitantes de la ciudad Ian Cheney, aunque es un hombre joven, tiene recuerdos de otros cielos. La forma del documental es tan flexible que el reportaje da un quiebro hacia las rememoraciones de la infancia. En Nueva York Cheney se acuerda de la granja en la que vivió de niño, en los bosques del Estado de Maine. En las noches de cielo raso la Vía Láctea ocupaba la mitad del cielo con un esplendor de relámpago inmóvil. En verano, en cuanto anochecía, los niños atrapaban luciérnagas en tarros de cristal.

Que las luces artificiales hayan borrado el cielo nocturno es una catástrofe para la astronomía. El único observatorio que sigue activo en el área de Nueva York está en Staten Island. Los astrónomos aficionados que antes solo tenían que alejarse de la ciudad unas docenas de kilómetros ahora conducen durante horas y no encuentran una playa o la cima de una colina en las que montar sus telescopios. La voz memorial se hace a un lado para dejar que otras voces se escuchen: un astrofísico que nació en una familia pobre del Bronx se acuerda de una visita escolar a un planetario en el que se le reveló de pronto la vocación que iba a cambiar su vida. En la cima de la montaña más alta de Hawai, más arriba que las nubes, está el observatorio más alto del mundo. Pero también a él llega la contaminación lumínica. De guardia junto al visor de su telescopio un científico muestra fotografías de cielos tupidos de estrellas que parecen idénticos entre sí pero en los que su mirada experta sabe distinguir variaciones alarmantes. A lo que se dedica este hombre es a escrutar el cielo en busca de meteoritos que sean un peligro para la Tierra. Con esa placidez que parece propia de quien domina un campo de conocimiento valioso y recóndito, este vigilante de los cielos nocturnos asegura que la colisión contra la Tierra de un meteorito catastrófico solo es cuestión de tiempo. Ha ocurrido otras veces, dice, con escalofriante ecuanimidad, y ocurrirá de nuevo. No se trata de "si", sino de "cuándo". Y estaremos mucho más indefensos si por culpa de esa contaminación lumínica que enturbia ya la visión hasta de los mejores telescopios no sabemos distinguir a tiempo la trayectoria de un meteorito que podría ser desviado.

Hay personas con vocaciones y oficios admirables. Hay quien se pasa la vida escrutando las lejanías del universo y quien patrulla de noche playas desiertas de Florida aguardando el momento en que empiezan a brotar de la arena las patas y las cabezas de las tortugas que acaban de romper los huevos sepultados y se arrastran instintivamente hacia el mar. Si no llegan al agua las tortugas se deshidratarán y morirán en unos minutos. Durante millones de años han hecho ese mismo recorrido infalible, pero desde hace unas décadas muchas de ellas se extravían. No avanzan hacia la tenue luminosidad del océano, sino en dirección contraria, hacia el fulgor de las autopistas y los centros comerciales, y mueren extenuadas en las cunetas o aplastadas por las ruedas de los coches. Hay voluntarios que pasan las noches en vela ayudando a las tortugas perdidas a encontrar su camino, y los hay también que rondan los edificios más altos de Nueva York y Chicago buscando pájaros migratorios que han chocado contra ellos. Forman parte de esa cofradía de la noche en la que Ian Cheney encuentra a sus semejantes, gente rara y bondadosa que sabe que millares de pájaros pierden cada noche el rumbo por culpa del exceso inútil de luz de los rascacielos. Se abrigan bien, se proveen de una cesta de cazar mariposas, y cuando encuentran un pájaro que se ha roto el pico o un ala contra una esquina de acero o un muro de cristal lo recogen con delicadeza extraordinaria en sus manos enguantadas, y como saben mucho de ornitología reconocen la especie y pueden calcular la amplitud planetaria de su viaje interrumpido. En Chicago, una veterinaria de manos diestras y flequillo infantil está especializada en los traumatismos de los pájaros migratorios en las grandes ciudades.

Hay gente para todo. Hay que tener la curiosidad de acercarse y preguntar a quien sabe y dejarle que cuente. Si no vemos nunca un cielo plenamente estrellado adquirimos una idea arrogante y desmedida de nuestro lugar en el mundo, dice un astrónomo. Un epidemiólogo explica la posible conexión entre ciertas formas de cáncer y el desarreglo en la secreción de melatonina que sufren quienes trabajan de noche. El ingeniero que diseñó la iluminación del parque High Line muestra que se puede alumbrar bien de noche sin contaminación ni despilfarro. Lo primero que hago al salir del cine es mirar hacia el cielo y no distingo ni una sola estrella.

The City Dark (2011), de Ian Cheney. iancheney.com. http://www.thecitydark.com. antoniomuñozmolina.es

Fotograma de <i>The City Dark,</i> de Ian Cheney.
Fotograma de The City Dark, de Ian Cheney.

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