Nuevas maneras de encuentro
Por suerte me sigue sucediendo que ir al teatro como espectador me provoca la misma excitación y expectativa de cuando era pequeño. Ese instante mágico en que todo está por comenzar me genera un cosquilleo inexplicable que todos los que amamos el teatro sabemos disfrutar.
Yo nací en el teatro independiente argentino, un teatro sinceramente de resistencia, pero de una resistencia personal. Hacer teatro fue la manera de estar vivos en medio del drama de un país que se hundía en el sinsentido. Mientras algunos se marchaban buscando mejor suerte otros nos recluimos en nuestros espacios (casas, sótanos, garajes) a trabajar para sentirnos vivos, para tener sueños, para no morirnos de tristeza viendo en la televisión cómo todo era miseria. Es muy probable que ese teatro que nace del puro deseo y de la urgente necesidad de catarsis grupal genere un teatro muy vivo y de mucha identidad, ya que en ese caso el teatro está funcionando como catalizador de la angustia de muchas personas. Es muy probable también que al caer los lugares comunes de representación se dé lugar a nuevas maneras de encuentro entre artistas y espectadores. No tenemos escenario, no tenemos butacas, no tenemos telón ni luces, ni nada. Tenemos artistas que necesitan estar allí y espectadores que también lo necesitan.
Obviamente estos elementos no garantizan la calidad de ninguna representación, son simplemente el marco social que impulsa el movimiento.
Ese clima turbulento genera muchas veces que lo que sucede en el escenario es el emergente social de una crisis que atraviesa un tiempo común de quienes comparten la historia presente. Estar juntos viviendo una representación que al mismo tiempo nos representa puede ser muy emocionante.
Este marco es en mi historia personal el caldo de cultivo en el que aprendimos a vivir y sobrevivir el teatro. Pero también es una maravillosa experiencia de conocimiento para saber desde qué lugar uno hace teatro.
Siempre me preocupa cuando en algunos países, en determinados reportajes se hace hincapié en la falta de apoyo estatal a la actividad teatral en Argentina (en comparación con la actividad en Europa) y se presenta con la delicada ambigüedad de suponer que el teatro sin apoyo estatal es mejor. Odiaría ser ejemplo de algo en lo que no estoy de acuerdo. Creo que es fundamental el rol del Estado y de la sociedad de impulsar la cultura en todas sus formas, apostar a nuevos creadores, fomentar el acercamiento entre la sociedad y el arte en todos los niveles. No importa el signo político, los Gobiernos tienen la obligación de proteger e impulsar a sus artistas y de allanar las distancias entre público y teatro.
Este marco de producción no tiene que tener relación con la evaluación de resultados.
Desde lo artístico creo que la gran oportunidad de una crisis es que los profesionales del teatro podemos ser muy útiles, podemos ser muy provocadores en el mejor de los sentidos. Todas esas personas juntas, ensambladas en cabeza y corazón pueden sentirse muy unidas en la experiencia de reconocerse gracias al milagro de una buena obra teatral.
Para mí la oportunidad en estos años de ver montajes extraordinarios en diferentes lugares del mundo fue muy estimulante, el desafío de ver cuánto hay más allá de nuestras mentes, en creadores únicos con una imaginación poderosa y un uso de la técnica muy evolucionado.
Sin embargo, sé que los momentos que nunca voy a olvidar los viví gracias a la sensibilidad de un actor, a la creatividad desnuda de un director o a la osadía sincera de una propuesta. Cuando sentí que había deseo genuino en el esqueleto de esa creación.
Creo que el teatro subsiste por esa dosis de vida única que atraviesa el alma como ninguna otra disciplina. Como cualquier diálogo, cuando uno siente verdad en el otro, es imposible no enamorarse.
Claudio Tolcachir (Buenos Aires, 1975) es autor, director y actor. Hoy y mañana se representará en Málaga su obra El viento en un violín. Es también autor, entre otros textos, de La omisión de la familia Coleman y Tercer cuerpo.
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