La muerte acecha
Hasta ahora, el mejor libro de Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) era una obra de no ficción, Contra el cambio, una ambiciosa y provocativa crónica de viajes que servía para cuestionar algunas de las afirmaciones que tan alegremente sostienen los ecologistas. A su altura debemos colocar ahora la novela que acaba de obtener el Premio Herralde. Es también una obra sostenida por una gran ambición, la cual lleva a su autor a ofrecer una teoría sobre el morir, un curso completo sobre el arte de predecir (o imaginar, o convocar) la muerte.
Nito, el protagonista, relata su vida en orden y dirección. Dedica todo un bloque narrativo a describir de forma irónica y distante su nacimiento (marcado como es tradición en referencia a los seres singulares por una señal: nace el mismo día en que muere Juan Domingo Perón). Se alarga sobremanera en la descripción de las circunstancias de su concepción (el momento en que termina el placer y empieza el sacrificio) con lo que deja bien clara la influencia de la gran novela de Laurence Sterne La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy (traducida por Javier Marías, la ha reeditado ahora mismo Alfaguara). Después de la desaparición del padre calificado con enorme sorna de hombre de tan "sólidos principios" que a causa de los mismos es incapaz de adquirir ninguna idea nueva, decidimos que otra influencia literaria resulta evidente, la de Manuel Puig, el argentino que amaba las telenovelas. Para Nito constituyen un aprendizaje vital. El niño recuerda todas las escenas para orientar a su desordenada madre. Esas telenovelas tiñen la realidad y la realidad se convierte en "un perfecto culebrón".
Los Living
Martín Caparrós
Anagrama. Barcelona, 2011
430 páginas. 19,90 euros
Nito es, desde luego, el centro de la narración. Todos le califican de "inteligente" e incluso algunos le llaman "genio" (hay que ver con qué habilidad se nos ofrecen comentarios sobre la diferencia entre la inteligencia y la no inteligencia, un jolgorio conceptual y palabrero de categoría). De adolescente, buscará a su padre, un "desaparecido" (más ironías: ver las insinuaciones sobre el evidente doble sentido del término en Argentina), y como todos los jóvenes inquiere sobre el misterio femenino e intenta descubrirlo a través de algunos enigmas que "ella" plantea: si hay que bañarse en una ducha o en una "bañadera" o si se debe preferir tocar una teta vestida o un hombro desnudo. Pero después del periodo de las dudas, como el chico (así quedó dicho) es inteligente, acaba por tener un plan ayudado por la experiencia adquirida con los culebrones. Ese plan incluye ser "la cólera de Dios" y ya verán ustedes qué quiere decir eso cuando llega el estallido de la parte final. El relato sigue una trayectoria recta y progresiva, pero con numerosos recodos que permiten observar la riqueza lingüística del autor, la brillante utilización de epítetos cultos y expresiones populares, imágenes y comparaciones muy expresivas y un buen surtido de argentinismos. El final es precioso: se reúnen el espíritu de la tragedia y el engranaje de la comicidad, se forja la definitiva teoría de la muerte y una metáfora malsana pone la rúbrica.
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