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Hagámoslo, y que se note

Juan F. López Aguilar

El PSOE encara esta legislatura con el menor número de escaños desde la Transición. Todo puede empeorar, aunque debemos evitarlo. Nadie puede reprocharnos conversar entre nosotros ahora; sería imperdonable no hacerlo. Arriesguemos y hablemos claro.

1. Como nunca antes, la suerte del PSOE está vinculada a la socialdemocracia europea. Nada de lo que acucia a España puede ser abordado sin Europa, escorada a la derecha frente a su crisis más dura. La mayoría conservadora -el directorio Merkozy- ha impuesto un diagnóstico erróneo (la causa de nuestros males no fue el déficit, sino el endeudamiento financiero), una estrategia equivocada (la austeridad a toda costa destruye crecimiento y empleo) y unas recetas desastrosas que empeoran al enfermo (los préstamos usurarios causan destrozos sociales, malestar antieuropeo y populismo eurófobo).

Aprender de los errores no es deslealtad a uno mismo. Es lo que la gente espera
La crítica no es derrotismo, la explicación de lo ocurrido no es autoflagelación

2. No solo el colapso económico y social ha resultado asimétrico en la UE. También su impacto político. La derecha se muestra invariablemente movilizada en la defensa de sus intereses. La izquierda, en cambio, fragmentada, desmotivada en las urnas, propensa a la abstención o incluso al rechazo de Europa. No es casual: la ideología conservadora certifica la "impotencia" e "irrelevancia" de la política ante el poder constituyente de los mercados. Se persigue dar por cierta la ausencia de alternativas a su política. Y ello produce entre los progresistas un devastador efecto de estampida hacia la indignación o el pánico. España es un claro ejemplo. El PP ha obtenido mayoría absoluta con los mismos votos con los que fue derrotado en 2004 y 2008. El PSOE, 4,5 millones menos que en 2008. Los votantes del PP están militarizados. Votan indiferentes a los estragos de la crisis. Ha sido la fractura del voto potencial socialista la que ha asegurado al PP -sin un programa definido- la victoria de su vida.

3. Algunos pretenden que la crisis desgastará al Gobierno del PP. No lo creo. No es cierto que la economía haya castigado a todo Gobierno por igual, y es un error imputar solo a una causa la pérdida de respaldo. Sin aminorar el peso de la crisis, nada puede eximirnos de una revisión acerca de su gestión, su comunicación y hasta su explicación. Tampoco del coste sufrido por no haber incorporado ajustes no solo en el gasto sino también en los ingresos, removiendo injusticias y desigualdades fiscales en el reparto de la carga y de los sacrificios. No hacerlo raya en la exclusión de toda reflexión por la perezosa vía de la "socialización de pérdidas" ("nadie es responsable; todos lo somos por igual"). El electorado progresista mantiene su nivel de exigencia: no deberíamos permitirnos la autoindulgencia de creer que hemos perdido porque los elementos nos fueron desfavorables: en lo peor de la tormenta noshabría tocado el lado oscuro de la luna, pero los votos regresarán con las mareas. No, no volverán a menos que hagamos algo serio al respecto.

Ese espejismo encubre una deficiente comprensión de la marcada asimetría de pautas electorales entre la derecha y la izquierda. No hay ninguna evidencia de que su electorado vaya a castigar al PP por analogía al modo en que muchos progresistas castigan no votando al PSOE. La distancia entre los polos afecta también a la concentración de fuerzas completada el 20-N: la victoria del PP cierra un impresionante conglomerado de poder económico, financiero, empresarial y mediático. Este último es decisivo, y va a incrementar aún más las dificultades de comunicación de la izquierda. Buena parte de los medios ya no reverberan a diario el paro y la prima de riesgo, como ha venido haciendo mientras gobernó el PSOE. No habrá una mejora inmediata de las magnitudes económicas, por lo que muchos se emplearán en promover un cambio en el estado de ánimo mediante la inyección forzosa de índices de "optimismo" y "esperanza" en la opinión publicada. Los socialistas deberemos aprestarnos a resistir un bombardeo propagandístico en favor de las medidas que va a adoptar el PP; y, en cuanto al PSOE, un tratamiento de choque de "ciérrate Sésamo" mediático.

4. El PSOE celebra su 38° Congreso, y no se encuentra en buen estado. Nuestra eficacia discursiva ha resultado mermada por la acumulación de hechos consumados y decisiones sustraídas a toda deliberación participativa. Es por ello primordial recuperar la política como tarea de equipo, restableciendo la implicación interna de todos con la suerte colectiva. En ese esfuerzo nadie sobra. Huelga toda retórica de "refundación", pero el debate impostergable debe aunar el relanzamiento programático de nuestra vocación europea y de modelo de partido. Tenemos que enfocar las nuevas fuentes de desigualdad intergeneracionales (los jóvenes se perciben excluidos), el trato fiscal injusto según las fuentes de riqueza (la tribu-tación sobre el trabajo aparece saturada, mientras la del capital disfruta de todos los trucos), y un compromiso contra el fraude.

En cuanto a la organización, habrá que afrontar el problema del reclutamiento por métodos que permitan al partido respirar en sintonía con una sociedad transformada, comprometida y exigente. Muchas agrupaciones se muestran obsoletas para atraer e incorporar a quienes, desde la buena voluntad y actitudes progresistas, se acercan con ganas de ayudar: si no se sienten bienvenidos, tocan en otras puertas y actúan por otras vías. Nos hace falta un partido más abierto, receptivo, conectado al tejido social, a la responsabilidad por resultados y la concordancia entre valores y objetivos proclamados, así como a las herramientas de la comunicación. El margen es muy estrecho, apenas unas pocas semanas, condicionado por las elecciones andaluzas. Pero hace falta ese debate. No podemos reducirlo a un intercambio de tuits ni a un mero careo entre candidatos: equipamiento y equipo. Y con arrojo: sin miedo a resultar estigmatizados por atrevernos a pensar y a fijar la posición.

5. Estación término, Europa. Sin billete de vuelta. Debemos europeizar un PSE federal. Sí que hay alternativa a la gestión de la crisis impuesta por el directorio. La narrativa de nuestra oposición a la mayoría de derecha en la UE está lastrada por el propio desafío de comunicación de la política europea y de su Parlamento. El debate en el Parlamento Europeo no padece ningún déficit de contenido ni de intensidad. El problema es, sobre todo, de visibilidad, toda vez que no cuenta con un entorno mediático comparable al que es habitual en Parlamentos nacionales. Y esta opacidad no es inocua, perjudica nuestra capacidad de movilizar progresistas. Irónicamente, España ha ejercido un papel anticíclico en Europa: González gobernó en una UE con eje democristiano; Aznar lo hizo en un entorno de mayoría progresista; Zapatero fue sometido a un acoso próximo al estado de sitio. Pero nuestra tarea no debe limitarse a esperar a que la izquierda en Francia, Alemania, ojalá Italia, sacuda esta sensación de agonía interminable. Insisto, podría empeorar. A menos que hagamos aquí lo que es nuestra obligación: hablar más entre nosotros, en serio, a fondo. Y hablar claro.

6. La conversación que necesitamos no es lío; la crítica no es derrotismo; la explicación de lo ocurrido no es autoflagelación, y mostrar dolor o empatía cuando recibes un golpe no es ninguna propensión a la melancolía. Aprender de los errores no es deslealtad a uno mismo: no hacerlo equivale a mostrarse insensible en la deriva hacia el cinismo o hacia un profesionalismo ajeno a toda exigencia de responsabilidad. Hacerlo, en cambio, es dar señales de vida emocional inteligente. Es lo que la gente espera que hagamos ahora. Y es lo que nos exigen siete millones de españoles que han votado al PSOE en las peores circunstancias. Hagámoslo sin temor. Que se note. Y que se nos vea haciéndolo.

Juan Fernando López Aguilar es presidente de la Delegación Socialista española en el Parlamento Europeo y vicepresidente del PES.

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