La sarna con gusto del Dakar
El único gallego en la mítica ruta acaricia el reto de completarla por primera vez
Pasa de los 50, pero la mirada de José López Rivas transmite la ilusión del debutante. Empresario de éxito, dueño de una firma que gestiona circuitos de karts y diversos complejos recreativos, todavía prefiere hablar de sí mismo como emprendedor. Quizás el reto del Dakar requiera ese espíritu. Es la cuarta vez que intentará completarlo, la tercera en Sudamérica, donde hace dos años se quedó a las puertas de la meta tras superar el desierto de Atacama. Le da igual África que América, busca una prueba extrema, un reto al límite, una contienda consigo mismo. "Me empuja el afán de superación y por eso voy mentalizado para no competir contra nadie ni pensar en a quien puedo adelantar", explica. En esa batalla tan personal este lucense que reside en Sanxenxo será además el único gallego salvo que a última hora un milagro económico permita al motorista Fran Gómez Pallas completar su preinscripción.
López Rivas corre por tercera vez la carrera americana que nunca acabó
Los pilotos privados deben combinar el cuidado del coche con la competición
"Si lo consigo me imagino llorando de emoción, eliminando toda la fuerza que tengo dentro, la coraza que me envuelve". López Rivas verbaliza sus sentimientos. Será una de las pocas veces durante las próximas semanas en los que dejará que afloren. El día 1 parte de Mar del Plata, 400 kilómetros al sur de Buenos Aires, y el 15 quiere estar en Lima, la capital de Perú. "Sé que pasaremos por momentos de desesperación, que no todo irá rodado, pero ya hemos pasado por ello y lo administramos de manera razonable sin transformar la angustia en rabia, agresividad o lágrimas". Ya se vio perdido en el desierto, se cruzó con vehículos destrozados o colegas malheridos. El Dakar no es una fiesta y sin embargo se disfruta. "Es la sarna que con gusto no pica", puntualiza.
Veterinario de carrera, a López Rivas le gustaba su profesión, pero le pudo más la pasión y una vocación que va más allá del motor. "No quería ser un eslabón más en la cadena, sino la cadena". Tenía 29 años y cuatro de experiencia laboral, una trayectoría trufada porque cuando tenía algo de dinero en el bolsillo lo destinaba a los coches, a un viejo Seat 124 con el que compitió en rallies de tierra, tiempos de Zanini o de Beny Fernández. Colgó la bata y construyó en Pedras Negras, en O Grove, el primer circuito de España de buguies que circulaban sobre arena. "Cada día de trabajo era como un pequeño Dakar", recuerda. No se arredró y un año después dio en Sanxenxo vuelo al primer circuito permanente de karts que hubo en Galicia. Y a los pocos meses se convirtió en el primer operador español en ofrecer rutas en quad. Fue entonces cuando soñó con ir al Dakar. "Tenía 32 años y me había comprado una moto, pero no conseguí financiación y tampoco podía arriesgarme en aquel momento".
Pasaron los años y el sueño continuaba vivo. "No me pesa no haberlo podido hacer en moto, pero sí que hubiera fastidiado no haber estado nunca en un Dakar". En 2007 lo consiguió. Completó cinco etapas y se quedó sin tracción en medio del desierto. Allí hizo noche y se juramentó para volver, pero Al Qaeda tenía otros planes para la carrera, que al año siguiente ya no se disputó. "Hicimos las dos series que la sustituyeron y las acabamos. En la de Hungría y Rumanía acabamos en el puesto 32, pero no es lo mismo un rally de 3.000 kilómetros que uno de 10.000". Las dos experiencias siguientes en Sudamérica, el año pasado falló por no poder cubrir el presupuesto, le han ayudado a completar un bagaje del que ahora aguarda réditos. Regresa por tercer año con el mismo coche, Un Mitsubishi "a prueba de bombas", ya embarcado rumbo a Argentina mientras su piloto da las últimos retoques a su preparación.
"El Dakar es sobre todo una cuestión mental. Ayuda tener una actitud vital plena de energía y estar bien preparado físicamente. Corro, hago remo y bicicleta, pero sé que las dos claves para llegar a Lima serán tener la suerte de nuestro lado y mantener la mecánica hasta el final, encontrar un ritmo razonable por el que no lleguemos de noche a los tramos de arena donde es fácil perdernos, pero en el que no nos arriesguemos a romper la máquina". Es el dilema del piloto privado, el que no dispone de una estructura montada para competir sin miramientos.
López Rivas no puede permitirse dejar un Mitsubishi valorado en 150.000 euros en cualquier pedregal andino. Compartirá asistencia al final de cada etapa con otros 11 pilotos y en el coche llevará un kit de emergencia para que tanto él como su copiloto, el argentino Acu Facundo, improvisen una reparación ante cualquier inconveniente. Si llega a Lima se permitirá una lágrima y pensará que allí habrá un gallego que represente unos valores que él identifica como propios. "La lucha, el trabajo, el darlo todo cuando emigras. Los gallegos somos unos aventureros", afirma.
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