Incorrección
No todo está perdido. Durante una larga temporada volveremos a ser incorrectos, nos liberaremos del yugo de la corrección y diremos al fin lo que pensamos con la boca llena. Volveremos, en suma, a ser políticamente incorrectos Ahora que lo pienso ¿Alguna vez lo fuimos? ¿Alguna vez la política ha dicho realmente la última palabra y el político lo que realmente iba a hacer? ¿Hablamos alguna vez con la boca llena como esos tertulianos que llenan el prime time de manchas de grasa y crímenes sin resolver? Pues eso. Nada nuevo. No pasa nada. Habrá que remontarse muy atrás a los tiempos de la clandestinidad, con Franco, y ni siquiera entonces nos salimos de los renglones de la ortodoxia marcados por el guión de la obediencia. Habrá que hacerse un chequeo, palparse los bolsillos, mirar la documentación y saber que siempre hemos sido obedientes a la norma, tolerantes con la Transición, pacientes con el desaguisado. Hasta ahora. Entramos en observación. Pasamos por el túnel del TAC. Nos merecemos una terapia que nos redima de tantos años de creernos el cuento de los camellos, del Estado del Bienestar, de la igualdad de oportunidades.
A los que ayudamos a salir del hoyo son los mismos que ahora nos vuelven a pedir sacrificios
De eso sabe un rato la derecha con las filas prietas y la raya marcada en el pelo y las mismas carreras y las mismas banderas y los mismos grandes almacenes, de padres a hijos, la heráldica de esos apellidos de largo recorrido, siempre. Como Dios manda, suele decir el de Pontevedra. Galicia en hora con el progreso, que el AVE llegará; Galicia en hora con el progreso que ya en Pontevedra corre un viento de refundación y de maitines liberales, que somos un ejemplo de contención y de ahorro, de catálogo sanitario, de administración de autovías, para el resto de España, del mundo. Sin excesos, sin dividir, sin que nada altere la paz, con Mayor Oreja sentado como el dobermann en el Presidium, que hay que mantener la esencia ultramontana, la solapa de todos los 20-N, unir a esa gran derecha del águila a la gaviota, estar en el centro del maelstrom de las comunicaciones, palabra de Murdoch, nada de pinchazos telefónicos a las víctimas del terrorismo.
Pero nosotros que aplaudimos el talante, que dimos limosnas a las ONG, que guardamos distancia republicana con el Rey, que dijimos cuando los gays empezaban a casarse "¡Bien, esos chicos se merecen repetir nuestros mismos errores!", que ofrecimos a nuestros queridos moribundos despedirse dignamente del escenario y a los embarazos no deseados una píldora del día después, ¿qué nos queda? ¿qué hemos hecho para llegar de nuevo a esta situación de derrota, desasosiego, incongruencia? ¿No será que todo se ha venido abajo y ya no se juega con las mismas cartas? ¿no será que tenemos que dar de nuevo un crédito a la política para que la política vuelva a defraudarnos?
Vienen tiempos de Montis y Papademos en la Unidad de Cuidados Intensivos. Gente vestida de cirujanos de Rembrandt, tiempos en los que habrá que empezar a invertir ¡se imaginan! la tónica del mercado de trabajo y poner de patitas en la calle a los cuadros dirigentes que nos han llevado a esta bancarrota, a esta farsa en la que siguen pidiendo sacrificios, ajustes, recortes... Lo que se ha incrementado es la distancia entre los poderosos y los cristianos de base, entre el enorme conglomerado de mileuristas y los que llevan las iniciales en la camisa; entre los que roban en los supermercados y los que los han construido robando.
El capitalismo es un juguete que si no le das cuerda no funciona y ahí están los amos del universo preguntándose, hoy en Marsella mañana en Compostela, en qué momento Wall Street traicionó al imperio y se fue por la tangente, en qué momento Gayoso y Méndez se fueron de rositas, en qué mundo cabe pensar cuando los mismos a los que hemos ayudado a salir del hoyo son los mismos que vuelven a pedirnos sacrificios. Incorrección es sin duda una postura incómoda para los riñones, fea para la gramática, poco educada para dar ejemplo a los niños, pero al fin y al cabo, justa para devolverles la pelota a los que nunca les han roto el saque.
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