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Columna
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Sanidad pública, ¿para qué?

En uno de sus pulcros libros, Antonio Muñoz Molina retoma la famosa frase de Lenin "libertad, ¿para qué?" atribuyéndole el sentido habitual de para qué queréis libertad si me tenéis a mí, obviando la posibilidad de que Lenin se preguntara precisamente por una cuestión muy distinta, a saber, qué sería de la libertad de los de abajo si está sometida a la libertad de los de arriba, por decirlo sin veleidades de adscripción a ninguna opción política. También las palabras escritas deben ceñirse a un criterio de precisión y de objetividad, y no será necesario, o tal vez sí, citar a Barrington Moore Jr. cuando escribía que: "El principio fundamental de la sociedad capitalista es que el uso sin restricciones de la propiedad privada para el enriquecimiento personal, a través del mecanismo del mercado, produce riqueza y prosperidad en constante aumento y en beneficio de toda la sociedad". En beneficio de toda la sociedad.

¿Y en qué se ha beneficiado la sociedad en ese uso sin restricciones, en el enriquecimiento personal o de la prosperidad en constante aumento? En poca cosa: más bien todo lo contrario. Han sido poderosamente analizadas las crisis cíclicas del capitalismo, en ocasiones a la manera en que se vaticinan sin acierto las predicciones de los meteorólogos, con el resultado de que siempre lo pagan los mismos. Que no me venga Vargas Llosa con el rollo de la fantástica vida que les espera a los emprendedores peruanos a poco que se pongan en faena, porque basta la delictiva actividad de un grupo de especuladores de renombre para que todo se venga abajo para los de abajo, un acontecimiento crucial que muchas veces carece de las explicaciones necesarias o resulta ajena a la perspicacia investigadora de los jueces y al interés de los políticos.

Es posible que los desahuciados de sus viviendas jamás debieron firmar una hipoteca, lo que no parece razón suficiente para dejarlos en la calle con lo puesto. ¿La prosperidad en constante aumento? En el nuevo hospital La Fe no hace tanto tiempo que una embarazaba precisaba de una cesárea, la abrieron, asomó la criatura y a continuación no disponían de hilo de sutura para coserla. En Cataluña ya se cuentan cuatro o cinco fallecidos por abrumadores fallos en cadena de la asistencia sanitaria pública, lo que basta para temer que el número de muertes por recortes improvisados o desidia asistencial irá en aumento no solo en Cataluña, sino también en otras muchas comunidades que valoren positivamente esa reorientación asesina. Para ahorrar gastos, claro, cuando a muchas personas de sesenta años o más no les queda otra cosa de valor que su propia vida agonizada.

Se ve que minucias como Emarsa, Gürtel, Santiago Calatrava, Urdangarin supuestamente y tantos otros escándalos a tanto la pieza no son capitalismo más que en su vertiente de prosperidad en constante aumento para algunos.

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