Juicios equivocados
Tras el comité federal socialista de hace dos semanas va cobrando cuerpo la idea de que la causa fundamental de la catástrofe que ha supuesto para los socialistas la doble elección de este año se debe ante todo al viraje de la política económica del Gobierno y su presidente en mayo de 2010, y que ha llevado a una estrategia económica que, a la vista de los hechos, no tiene otra consecuencia apreciable que llevarnos a la recesión y empeorar tanto las condiciones de vida de la mayoría de la población como la expectativa de salida de la crisis. No cabe duda de que esa es una tesis consoladora para el PSOE y su todavía secretario general y favorable a quienes aspiran a una reedición continuista, en lo político pero también en lo personal, de la orientación de nuestra socialdemocracia en los últimos ocho años, tanto si vienen del PSC como de otro sitio. Al menos una parte de esa orientación es tan correcta como salvable. Lamentablemente los hechos, tozudos ellos, desmienten ese juicio, y más bien fundamentan otro bien distinto. Si no me equivoco es aquella orientación la que ha venido siendo abandonada de modo creciente por el electorado, de tal modo que el viraje de mayo de 2010 no ha hecho sino acelerar y profundizar una crisis que venía de antes. Vayamos al banco de datos del CIS y veamos.
Es el fracaso de un estilo, un proyecto y un programa, y de las gentes que con él se identifican
Si la tesis del viraje fuere correcta deberíamos poder acreditar que antes de ella el juicio acerca del presidente y el juicio acerca de la gestión gubernamental y, mediante ella, la del partido gobernante, eran percibidas como adecuadas y contaban en razón de ello con la confianza del electorado. Por el contrario, si fuere errónea y la crisis fuere anterior a dicho viraje el deterioro de la confianza en el presidente y el juicio negativo sobre la gestión socialista gubernamental deberían ser anteriores. Si usamos los baremos trimestrales del CIS que preguntan por confianza en el líder, valoración de la gestión del partido en el gobierno y del principal de la oposición, y comprenden preguntas sobre intención de voto, lo que surge se parece muy poco a la consoladora tesis que se viene esgrimiendo.
Si atendemos a la primera cuestión, la que tiene que ver con la confianza en el presidente, observaremos que el indicador de dicha confianza es positivo en 2004 (+19,43) con un máximo de 29 puntos el mes de la investidura y la salida de las tropas de Irak, pero se torna negativo de forma constante a lo largo de la primera legislatura (-15,9 en 2005; -15,4 en 2006; -20,24 en 2007). La inflexión se da entre enero y abril de 2005 (se pasa de +6,7 puntos a -7,4), con dos claros puntos de ascensión de la no confianza (de julio a septiembre de 2006, se pasa de -7,3 a -16,3, y de octubre de ese año a enero del siguiente de -17,4 a -23,9), las puntas de no confianza coinciden en el tiempo con el matrimonio homosexual, el Estatut y la bomba de la T-4.
A lo largo de la segunda legislatura se registra una mejora al comienzo (en abril de 2008 el indicador sube a -5,1 puntos) y a partir de ahí la media anual se hunde: -19.17 en 2008; -37,66 en 2009; -55,73 en 2010, y -63,27 en 2011. La tesis según la cual la desconfianza en el presidente-secretario general se dispara a raíz del viraje de mayo de 2010 no se sostiene: el indicador de confianza es negativo en octubre de 2009 (-46,3), cifra que se repite en enero de 2010, para subir al -52,6 en abril siendo del 59,6 en julio, y alcanzar la cúspide de desconfianza en el -64,4 de octubre del pasado año. Los puntos de inflexión no se hallan en mayo de 2010, se encuentran en la primavera de 2005, cuando el indicador pasa de positivo a negativo y entre abril y julio de 2008, cuando salta del -5,1 al 29,4. No es tanto la crisis cuanto la gestión presidencial, antes de la crisis y en la crisis.
Si en lugar de fijarnos en el presidente-secretario general nos fijamos en el partido / Gobierno las cosas son muy distintas: la valoración de la gestión es descendente de modo prácticamente constante a lo largo de la primera legislatura, pero se conserva un indicador positivo hasta el final (2004:+34,8; 2005:+15,81; 2006:+5,8; 2007:+3,5). Por el contrario, el indicador de valoración es uniformemente negativo en la segunda legislatura (-4,77 en 2008; -26,95 en 2009; -43,65 en 2010; -54,0 en 2011) observándose en la serie un cierto decalaje entre las valoraciones de presidente y gestión del partido / Gobierno: la caída previa de la del primero arrastra la posterior del segundo, cuya valoración es sistemáticamente mayor.
En este caso el viraje se da en 2008 entre abril (+12,8) y julio (-13,1). En todo caso bastante antes del viraje de mayo de 2010, siendo de destacar la caída entre enero y abril de 2009 (del -17,7 al -33,3). Es el salto de la tasa de paro en 2009 del 11,3 al 18,0 lo que se halla detrás de un juicio negativo de la política del partido / Gobierno que en ese año pasa de un -17,7 al -33,0. Y que ese dato, a su vez, arrastre la desaparición de la tradicional ventaja socialista en intención directa de voto, que pasa de una ventaja socialista de 4,5 puntos en julio de 2009 a una ventaja popular de 2,5 puntos de octubre del mismo año. Y ello pese al tradicional "voto oculto" conservador.
Los datos demoscópicos no parecen avalar la tesis consoladora. Lo que se evalúa negativamente no es lo hecho a partir de mayo de 2010, es lo que se viene haciendo desde la primavera de 2005 por lo que toca al presidente y cuando menos desde el comienzo de la recién finiquitada segunda legislatura por lo que toca al complejo que forman al partido y el Gobierno (la "gestión que está haciendo el PSOE en el Gobierno", reza la pregunta). La conclusión que se sigue no es la del repudio de un cambio radical de orientación de la política económica, es más bien la del repudio de un estilo presidencial y de las políticas distintivas del mismo desde el comienzo de la primera legislatura y el rechazo de la gestión gubernamental en bloque desde el inicio de la segunda.
Es el fracaso de un estilo, un proyecto y un programa, y de las gentes que con él se identifican. Es una crisis de modelo de partido, de cohorte de gestores y dirigentes, y de un proyecto que, a mi juicio al menos, tiene de todo menos de las políticas públicas orientadas a la procura de la igualdad, que son las únicas realmente progresistas, con la casi única excepción de la dependencia. Por eso ha dejado al PSOE hecho unos zorros. Por eso hay que reconstruir sobre poco menos que desde un solar. Responsabilidades, haberlas haylas, pero no me cabe duda que la mayor parte de las mismas les corresponden a quienes invistieron con su voto y apuntalaron con su silencio esa gestión: los diputados del grupo parlamentario socialista, naturalmente.
Manuel Martínez Sospedra es profesor de Derecho de la Universidad Cardenal Herrera-CEU.
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