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Columna
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Herencia recibida

A diferencia de lo que le ha ocurrido a Grecia e Italia, España ha conseguido, por el momento, evitar el estado de excepción. Pero estamos en estado de alarma. No hemos sido intervenidos, ni se nos ha impuesto un Gobierno al margen del proceso electoral, pero no está descartado que cualquiera de ambas cosas nos pueda pasar en el futuro inmediato. No sé si se estarán cruzando apuestas en el Reino Unido acerca de estas alternativas, como suele ser frecuente que ocurra, pero, si se están o estuvieran cruzando, no me extrañaría que hubiera una suerte de empate entre los que apuestan en una y otra dirección.

El harakiri del presidente del Gobierno en mayo de 2010 nos ha permitido ganar algún tiempo. Entre otras cosas, nos ha permitido añadir a las medidas de ajuste una reforma constitucional, que fue un golpe duro para las aspiraciones electorales del candidato del PSOE en el 20-N, pero que menos mal que se hizo. ¿Qué hubiera pasado con la deuda española y la prima de riesgo en este otoño, si no se hubiera hecho? En el momento en que se hizo la reforma es posible que se pudiera pensar que no era necesaria y que, en todo caso, se podía dejar para que la hiciera el Gobierno que saliera de las urnas el 20-N. Tras lo que hemos vivido en estos dos últimos meses, no creo que nadie mínimamente informado pueda tener duda de qué hubiera ocurrido antes del 20-N si no se hubiera hecho. Y además, no creo que sea necesario argumentar que un Gobierno recién salido de las urnas no puede empezar su mandato proponiendo una reforma constitucional como la que se hizo. La reforma la tenía que hacer el Gobierno que acababa la legislatura. Suponía rematar en 2011 el harakiri de 2010 y prácticamente en campaña electoral. Pero había que hacerlo y se hizo.

El margen de maniobra de los Estados europeos es muy reducido, sobre todo el nuestro

Me parece que, cuando se hable de herencia recibida, hay que hablar también de esto. En España no ha habido el escapismo de intentar convocar un referéndum, como en Grecia, a pesar de que la convocatoria de uno para aprobar la reforma no tiene parecido al que intentó convocar Papandreu y tiene expresa cobertura en la Constitución, ni ha habido tampoco el encogerse de hombros, como hizo Berlusconi. Zapatero ha aguantado lo que se le venía encima respetando escrupulosamente la Constitución y tramitando todas las medidas en sede parlamentaria, a pesar de encontrarse en una soledad cada vez mayor. Y porque ha actuado de esta manera, dando la cara y sin salirse en ningún momento del marco constitucional, ha mantenido un clima de paz social, que ha permitido, entre otras cosas, que se hayan celebrado sin perturbación alguna digna de mención dos procesos electorales en todo el territorio del Estado, uno municipal y autonómico en las comunidades del artículo 143 CE en mayo y otro general en noviembre, sin la amenaza, además, del terrorismo por primera vez en nuestra historia democrática.

La herencia que se deja no puede ser buena. Ningún Gobierno puede dejar en este momento una herencia buena a su sucesor. La opción que tenía el presidente del Gobierno saliente era dejar una herencia mala o dejar otra peor. Dejar un estado de alarma o haber precipitado al país directamente en el estado de excepción.

En la Constitución se contemplan instrumentos de protección excepcional o extraordinaria del Estado: los estados de alarma, excepción y sitio. Afortunadamente no se ha tenido que hacer uso de ellos, excepto del estado de alarma por el conflicto de los controladores aéreos. Pero ni la Constitución española ni ninguna otra dispone de instrumentos para hacer frente a emergencias que tienen su origen en los mercados de capitales. El capital como principio de constitución económica es sustancialmente resistente a las medidas de excepción. Ningún Estado puede imponer sus mandatos a los mercados de capitales.

Cuando el Estado tiene el tamaño que tienen los Estados Unidos de América, el margen de maniobra del Gobierno frente a los mercados de capitales es mayor. También lo tendría la Unión Europea si fuera un Estado y no una confederación de Estados. Pero no lo es. El margen de maniobra de cada uno de los Estados europeos es muy reducido, aunque el de unos más que el de otros. El nuestro es de los más reducidos.

En esas estamos y en estas condiciones tenemos que intentar conseguir no caer del estado de alarma al de excepción primero y retornar a la normalidad después. Aunque la democracia de que disponemos está muy erosionada por fuerzas económicas que no controlamos, hay que intentar evitar cualquier deterioro ulterior, porque el resultado sería espantoso. De aquí se derivan exigencias para los partidos que están en la oposición, pero, sobre todo, para el que va a ocupar el Gobierno de la nación.

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