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Columna
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El recambio

¿Conocen a alguien de derechas que alguna vez se haya desencantado de serlo? Lo dudo mucho. ¿Y a alguien de izquierdas que se haya desencantado con la izquierda? Seguro que a casi todos y muchas veces. Después del 20-N algunas cosas siguen siendo tan obvias que uno se pregunta por el fundamento de la democracia y si alguna vez puede ocurrir que los méritos de cada uno de los candidatos estén por encima de la obediencia a los partidos. No es probable. El caso de Galicia es singularmente llamativo. El PP ha obtenido más votos que nunca con un Gobierno autónomo que no ha dado una a derechas y no ha sabido encontrar paliativos ni contra la crisis económica, ni para temas puntuales que escuecen como la sanidad, la Cidade da Cultura o, sobre todo, la bienamada fusión de las cajas que nos iba a sacar del hoyo financiero. Sin embargo los votantes han engrandecido a Feijóo por castigar al enemigo y no han pensado antes de depositar su sufragio si realmente merecía la pena que lo que pasa en Galicia tuviera su traducción en Madrid. No señor, más bien el libro se leyó en clave madrileña, mejor dicho, desde las dioptrías de un pontevedrés de la calle Génova.

El voto ha engrandecido a Feijóo sin pensar si merece la pena trasladar a Madrid la experiencia de la Xunta

Cambio ha sido la palabra motora de los grandes golpes electorales en la política española y ahora no ha sido menos aunque cabe la pregunta ¿qué cambio? cuando el presidenciable se llama Mariano Rajoy y en su oráculo figuran siempre más citas al pasado de Aznar que a cualquier verbo futuro, un tiempo que conjuga mal el hombre amante del ciclismo. Seguramente cambio signifique pues un simple cambio de inquilino en La Moncloa, y cambio signifique recambio de tesorero al frente de las cuentas públicas. No nos quejemos, en Italia y en Grecia y en el Banco Central Europeo ya tres hombres que pasaron por Goldman Sachs, y no por las urnas, manejan el cotarro. Pero ¿van a cambiarnos, en realidad, unos señores que no quieren cambiar nada del sistema? ¿Cómo se las arreglarán para hacer que sí lo hacen y no obstante dejarlo todo como estaba?

Si pensamos que la campaña de Rajoy ha sido de tan bajo perfil que ni siquiera ha dado cuatro ideas seguidas de cómo sacarnos del marrón por miedo de movilizar al electorado enemigo, si colegimos que su propia aportación ha sido un soberano "déjalo que caiga" dirigido a un Gobierno socialista en cuya legislatura la estadística se ha ido a los cinco millones de parados, tendremos un dato más sobre la peculiaridad de un ideario que fija su línea de flotación alrededor de dos palabras: orden y normalidad, ni siquiera progreso, ni siquiera democracia, simplemente orden (público y privado) y normalidad (contra la extravagancia de la izquierda, se supone). Algo muy parecido ha llevado a muchos catalanes a votar a CiU pese al accidentado periodo del Gobierno Mas. Orden y normalidad (salvo en las gafas de Durán i Lleida) . En el confortable y mullido centro han encontrado ambas formaciones la aguja imantada para atraer a los fieles. Y desde el confortable y mullido centro se han arruinado las cuentas de Madrid, la ciudad-Estado que parece marcar el rumbo de la nueva nomenclatura popular. Esperemos al menos que la cartera de Gallardón no sea la de Fomento.

Ahora bien, se supone que la gobernanza del PP deberá adentrarse en los meandros de la democracia con una mayoría absoluta-absolutista pero con los perros de IU y de Amaiur ladrando por las esquinas y un PSOE que, para cuando recupere el resuello, se habrá olvidado para la eternidad del talante de ZP. Como todo tiene su momento hete ahí que el periodo liberal-de-derechas de Rajoy habrá de todo menos tolerancia y se tendrá que enfrentar a un entorno en el que la calle volverá a ser un foco de rebelión importante. Esa misma calle anestesiada por años de un socialdemocracia blanda que perdió los estribos donde quizás más le duele, en los mercados del capital y en los mentideros del riesgo. Prima sobre prima, Rajoy no va a disponer ni siquiera de cien días para echarle la culpa a los de siempre. El poder está en su manos. Y el teléfono acaba de sonar. Angela Merkel quiere hablar con el paciente.

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