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"Querían entrar en la casa a matarlos"

La Guardia Civil acudió al rescate de la familia acosada en Chandebrito y el ambiente desbordó a los agentes - No reconocen a nadie, 10 años después

No esperaba la pareja de la Guardia Civil que acudió a Chandebrito, parroquia de Nigrán, el tomate que se encontraron en la casa de Josefa Gallego y Leandro Freire, el hombre que los había llamado con voz angustiada: "Vengan pronto, por favor, quieren asaltarnos la casa". Eran las tres de la madrugada del 1 de julio de 2001 y el vecindario, en lugar de bajar a las fiestas de Coia, en Vigo, con una verbena de orquestas de lujo, parecía presto a ejecutar un linchamiento. "Hablaban todos a la vez, a gritos, muy nerviosos y agresivos", relató ayer en el juicio oral uno de los agentes (el otro ya falleció). Había gente encaramada al muro, con intención de asaltar la casa, y todos proferían insultos, arrebatados por la ira: "¡Hija de puta, asesina!, ¡te vamos a matar!". "Era una situación muy difícil, temimos por nuestra integridad", declaró el agente.

La mujer de un matrimonio amigo también tuvo que ser auxiliada
Despidieron a la familia acosada con zarandeos, patadas y puñetazos al coche

El detonante inmediato de la algarada, como ya quedó sentado en diligencias previas y en el juicio que se sigue contra 33 vecinos de Chandebrito por ese y otros episodios de un largo acoso a la familia citada, había sido el secuestro de un joven vecino al que poco antes Leandro había pillado tras tirar unos petardos contra la casa, camino de las fiestas de Coia. En el entorno de la casa había entonces medio centenar de vecinos, a los que se sumarían otros a medida que avanzaba la noche y sus esquinas. "A duras penas conseguimos saber qué persona había herida dentro", continuó el agente. El acoso se había iniciado después de que la familia denunciase irregularidades urbanísticas de sus vecinos de parroquia.

El chico estaba sentado en la escalera de la vivienda. "Nos habían dicho que le habían dado una paliza y que sangraba, pero no presentaba ninguna lesión, andaba normal. A mi compañero le dijo que le habían pedido que entrara en la casa a tirar petardos", añadió el agente. El muchacho solo presentaba una ligera herida en el labio inferior, rastro de las bofetadas que Josefa Gallego admitió haberle propinado cuando le apresaron y le instaron a que dijera quién le mandaba. Cuando salió de la casa, acompañado por la pareja, el joven se desplomó: "Fue por ver tanta gente, estaba asustado", declaró él mismo el lunes. Quedó tendido en el suelo, esperando a la ambulancia. Ambulancia y refuerzos, recabaron los guardias: "Estábamos desbordados".

Había otros cuatro agentes disponibles en el aeropuerto de Peinador. Llegaron a Chandebrito sobre las cuatro de la mañana al mando de un cabo. El chico seguía en el suelo, aparentemente en buen estado, como también apreció la dotación de la ambulancia que se presentó luego. Pero "gritaban que había que dar un escarmiento, querían entrar en la casa a matarlos", recordó el cabo. "A los sanitarios no les dejaban trabajar, les insultaron por su tardanza, zarandearon y patearon la ambulancia, tuvimos que abrirle paso para que circulara".

Y no por eso se calmó el ambiente. Nadie en la turbamulta obedecía. "El obstruccionismo y el hostigamiento eran constantes. Querían que sacáramos a la familia para darle un escarmiento, decían que habían intentado matar al chico", fueron reiterando los agentes. "Nos planteamos la posibilidad de llamar a los antidisturbios, pero iban a tardar mucho, así que la prioridad fue tratar de calmarlos y de sacar a la familia de la casa". No lograron sosegarlos, pero sí subir a la familia -incluidas dos niñas de cinco y tres años- a uno de los coches y sacarla pese a los zarandeos, puñetazos y patadas a la carrocería.

Todos desobedecieron las órdenes pero, a su vez, 46 vecinos les facilitaron su filiación para usarla en una denuncia contra la familia acosada. Entre ellos están los acusados, a ninguno de los cuales, sin embargo, 10 años después, los agentes siquiera intentaron reconocer. Dado que esa noche -plantearon sus defensores- había en la horda al menos el doble de vecinos podría suceder que los acusados no sean los violentos. Cuando rescataron a la familia, un grupo de vecinos siguió danzando esa noche entre la casa desalojada, vigilada, y la de un matrimonio amigo. La Guardia Civil también tuvo que rescatar a la mujer en la cocina, acongojada por el estrépito. La vigilancia policial se prolongó varios días, en los que grupos de vecinos siguieron organizando frente a la casa de Josefa y Leandro meriendas y caceroladas, incluso un sepelio carnavalesco. Está previsto que el juicio dure toda la semana.

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