Cuatro años apartado de Zarzuela
El 13 de noviembre de 2007 se anunció el "cese temporal" del matrimonio de los duques de Lugo. Desde entonces, el trabajo de consejero de grandes empresas de Jaime de Marichalar ha sufrido recortes. Hoy se refugia en sus hijos
Es habitual verle paseando cabizbajo por las calles del madrileño barrio de Salamanca acompañado por una discreta seguridad. Aunque hubo un tiempo en que prefería no bajar del coche para evitar miradas curiosas. Fue hace ahora cuatro años cuando la Casa del Rey anunció su separación de la infanta Elena. Jaime de Marichalar, de 48 años, vive marcado por un divorcio que no quiso y entregado al trabajo que más le gusta, ser padre de Felipe y Victoria, porque el otro, el de consejero de grandes empresas, ha sufrido un recorte importante desde que dejó de ser duque de Lugo.
Nunca contó con el aprecio del gran público, que vio en él a alguien estrambótico que vestía con pantalones de paramecios, pulseras y fulares. Ni tan siquiera el accidente cerebral que hace 10 años le colocó al borde de la muerte hizo que se gana-
Estaba convencido de que el amparo de la familia Real le blindaba de la separación. Hoy vive marcado por un divorcio que no quiso y entregado a sus hijos
ra el cariño de la gente. Marichalar se convirtió en un personaje malhumorado al que le costaba asumir su enfermedad, alguien que rehuía los focos por temor a ser fotografiado con sus limitaciones, siempre preocupado por la estética, tanto que la calle le bautizó como "duque de lujo". Su carácter cambió y el hombre caballeroso se convirtió en polémico y a veces incómodo. Son varios los sucesos que se han contado, como la cena en la que reprochó a una señora entrada en kilos la elección de su traje. Y lo peor para Zarzuela, las reuniones sociales en las que habló de política.
De cara a la galería, el entonces duque cumplía a la perfección con su papel de marido, pero en la intimidad su matrimonio estaba roto. La infanta quería separarse antes de que él enfermara. En su propósito contó con la oposición de su madre, que argumentó sus deberes como miembro de la familia real. Fue el Rey quien finalmente atendió la petición de su hija. Cuando en 2007 la Casa del Rey anunciaba "el cese temporal" de la convivencia, la noticia sorprendía a todos, incluso a Marichalar, convencido de que estar al amparo de la familia real le blindaba de la separación. Un divorcio era incompatible con sus firmes creencias religiosas y, además, no quería perder su estatus.
Y es que el entonces duque no estaba preparado para vivir lejos del entorno por el que tanto luchó. Se casó tan enamorado de la infanta como de la Corona. Pronto encargó un sello similar al del Rey y reclamó para sí el protocolo que por matrimonio le correspondía. Por si quedaba alguna duda de su implicación, se puso como politono en su móvil el himno de España.
Por eso, cuando llegó el día de desprenderse de los oropeles, pidió que en el comunicado del divorcio figurase el reconocimiento de los Reyes. Y don Juan Carlos y doña Sofía accedieron a hacer público el cariño que le profesaban. Esta buena relación se ha mantenido con la Reina. No sucede lo mismo entre la infanta y él. El paso del tiempo no ha mermado las tensiones y cuando los que fueron esposos coinciden en los toros solo se miran de reojo.
Marichalar sigue viviendo en el enorme piso que se compró con la herencia de su tía Coco. Una millonaria que decidió dotar a su sobrino en vísperas de la boda. Hubo un tiempo en que pensó dejar ese dúplex lleno de recuerdos. La crisis le hizo cambiar de opinión. Fue también cuando planeó volver a Francia, donde vivió como soltero y empleado de banca, donde se comprometió con la infanta y donde pasó sus primeros meses de casado. Pero estar cerca de sus hijos pudo más que las ganas de emprender una nueva vida. De esa época parisiense data su amistad con el empresario Bernard Arnault, propietario del imperio del lujo, que le considera de la familia y su hombre en España.
Los que siguen la vida cotidiana de Jaime de Marichalar aseguran que son sus niños quienes le sacan de la tristeza. Por eso llevó mal que Felipe se marchara el año pasado a estudiar a Inglaterra. Fue la infanta, con el apoyo de la Reina, quien consideró necesario para aplacar la rebeldía del niño que cambiara de aires. En este tiempo fue habitual ver al padre camino de Londres en vuelos de bajo coste. Se acabaron los billetes en primera de la familia real.
En verano se planteó que Victoria siguiera el mismo rumbo, pero finalmente la niña, como su hermano, están en Madrid, y a Marichalar se le ve más contento. En los últimos meses ha recuperado parte de su actividad social. Se le vuelve a ver en primera fila en los desfiles, en fiestas sociales y en bodas de alto copete, adonde acude solo o acompañado de amigas casadas, como Cari Lapique y Marisa de Borbón, para que nadie especule con romances. Aun así, todas las alarmas sonaron cuando se le fotografió en Canarias con una mujer que al final se supo que era su prima.
Cuatro años después de su separación -y dos de su divorcio-, no hay noticias de que la pareja haya iniciado los trámites de nulidad. Ninguno parece dispuesto a emprender nueva relación de manera pública, si bien los dos hacen vida de solteros. La infanta se refugia los fines de semanas en las fincas de sus más íntimos y allí se siente protegida y feliz.
Si una imagen vale más que mil palabras, la de doña Elena es ahora la de la renovación. La de Marichalar,
en cambio, está todavía presidida por el abatimiento. Eso sí, el tiempo juega a su favor. En la calle se le valora ahora más, sobre todo después de que hayan emergido informaciones sobre los inusuales negocios del que fue su cuñado, Iñaki Urdangarín. Él disfrutó también de la condición de yerno real; sin embargo, no se sabe que se haya beneficiado de ella salvo para que algunas grandes empresas le abrieran las puertas de sus consejos, muchos de los que ahora se las han cerrado -como Wintentur y FCC- al convertirse en un ex. Eso sí, un ex de lujo.
Babelia
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