Cuatro pelagatos
El 6 de febrero de 1981 yo tenía 16 años y ETA asesinó a José María Ryan. Hubo manifestaciones de protesta y acudí indignado con mis amigos a la que discurrió por las calles de Vitoria. No militábamos en política, pero estábamos consternados. Llovía. La manifestación estaba organizada por grupos políticos y sindicales y nos metimos entre las gentes del PCE y CC OO. No sé por qué. Pura coincidencia. Al llegar a la Virgen Blanca, a la altura de la vieja droguería Ricardo Buesa, un grupo de gentes, chavales de nuestra edad y algún adulto mayor, nos lanzaron trozos de hierba y alguna piedra.
Los servicios de orden intentaron calmar la provocación. Mis amigos y yo, unos críos, salimos corriendo detrás de los que insultaban, de los que apoyaban el asesinato de Ryan. Por supuesto, solo corrimos unos metros, hasta la Ferretería Marañón, y les vimos huir e intercambiamos cuatro gritos. Cuatro gritos para que se fueran. Todavía hoy mis amigos me toman el pelo porque, mientras agitaba un paraguas en la mano, gritaba: "Sois cuatro pelagatos".
"Me pasa como al resto de los españoles, desconfío de esta gente que ha hecho tanto daño inútil"
"La libertad llega con la ciudadanía. Quiero que el concepto de ciudadanía sane nuestra enfermedad"
Allí eran cuatro, pero no lo eran en Euskadi. Estaba equivocado. Entre los pelagatos había un compañero de clase que estaba con los asesinatos, con la muerte, que compartía la postura de ETA. Había jugado con él en el patio del colegio, nos habían educado los mismos frailes marianistas y éramos niños de familias acomodadas de Vitoria. Él estaba en el lado de los asesinos.
Le he dado muchas veces vueltas a este tema. No era la primera manifestación contra ETA a la que acudía y tampoco la última, pero perdí la inocencia. Me di cuenta, y a lo largo de los años no he hecho más que confirmarlo, que Euskadi es una sociedad enferma, rica y abundante, pero moralmente destruida. El dolor de tantos años me impidió el otro día sentir euforia con la noticia del fin de ETA. Además, me pasa como al resto de los españoles, desconfío tanto de esta gente que en el nombre de un pueblo, de un reich, han sido capaces de hacer tanto daño inútil.
He devorado artículos de opinión estos días y he necesitado escribir algo. Quiero hacerle una pregunta como lector: ¿Ha visto arder un autobús en medio de una calle de Getxo; ha sentido que una masa de vecinos cargada de odio le insultaban al grito de periodista, español y chivato; ha notado vibrar su casa y saber en ese instante que a pocos metros ha muerto alguien; se ha despedido por teléfono de una compañera de trabajo que abandonaba Euskadi tras un intento de asesinato junto a su marido y su hijo justo una semana después de que ella le hubiera contado que eso podía pasar...?
Es un horror y todo se ha hecho en el nombre de un pueblo y de su libertad. El pueblo por encima de las personas, de los ciudadanos. La manipulación de la historia, de los derechos, de la vida... No ha servido para nada. Ni va a servir. No es cierto. Ha servido para generar rencor y dolor, para hacer de la Euskadi europea y opulenta, una sociedad enferma, marcada por el odio y el totalitarismo. ¿Dónde estaban los hombres y las mujeres de bien en cada atentado, aquellos a lo que no se les veía ni para mirar al otro lado? Una sociedad en la que los verdugos se han permitido hablar de apartheid, de democracia, de liberación nacional mientras amenazaban a sus vecinos.
No hablar en los bares, no ir a sitios inapropiados, mirar debajo del coche mientras tus hijos te miran, estar escondido en tu casa, no poder ponerte la camiseta de la selección o decir que tu equipo es el Real Madrid, que por cierto no es el mío. No ser libre y pasear sin mirar a un lado o a otro, sentir que unos escoltas te protegen y saber que mucha gente piensa que te aprovechas del coche oficial.
La enfermedad de Euskadi tiene una cura difícil porque los derrotados, los asesinos y quienes les ampararon quieren vender que no hay otra cosa que un cambio de estrategia por oportunidad política. No quieren ver que estaban equivocados como espero crean la mayoría de los vascos. No quieren ver que no soy un alemán en Mallorca. Soy un ciudadano y quiero ciudadanía y bienestar. No tengo nostalgia del Antiguo Régimen foral o feudal, ni creo, como alguna vez oí decir, que los problemas de Euskadi llegaran con los primeros pasos del constitucionalismo español a primeros del siglo XIX.
La libertad llega con la ciudadanía. El triunfo de las revoluciones burguesas trajo de forma progresiva y lenta la libertad y la democracia a Europa y a América, y quiero para Euskadi esa libertad plena. Quiero que el concepto de ciudadanía, con todo lo que implica, sane nuestra enfermedad, aunque veo un tratamiento difícil.
Entré hace más de dos años con orgullo en el Gobierno del lehendakari, Patxi López. Me permitió alzar la cabeza frente al miedo. Reclamar que soy ciudadano con derechos. Nos acusaron de usurpadores del poder, aún lo hacen. Llegamos fruto de los votos de libertad, de la generosidad de socialistas y populares en su lucha contra la enfermedad de Euskadi. El cáncer empieza a ser extirpado. Hoy me siento más orgulloso que hace dos años por formar parte de este Gobierno de cambio y libertad. Me siento mucho más cerca de todos esos ciudadanos generosos que han esperado, han confiando, han resistido pacíficamente mientras se cruzaban con sus verdugos en sus pueblos, que han sostenido sus familias, sus empresas, su país.
Pedro Gómez Damborenea es viceconsejero del Gobierno vasco.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.