_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Volver a lo básico

Durante demasiados años la sociedad española, no solamente el Estado español en todos los niveles de su fórmula de gobierno, sino la sociedad española en su conjunto, ha estado viviendo en lo que, con la perspectiva que nos da el tiempo, podríamos calificar de un espejismo. Hemos pensado que podíamos construir tantas viviendas como Alemania, Francia y Reino Unido juntas, que nos podíamos endeudar de manera prácticamente ilimitada, que podíamos mantener un déficit por cuenta corriente que era el más alto del mundo, llegando al 11% del PIB y que, actuando de esta manera, nos íbamos a poner a la cabeza de la Unión Europea. La declaración de José Luis Rodríguez Zapatero a finales de su primera legislatura de que la renta per cápita en España podría sobrepasar a la renta alemana, pasará a la historia como una enorme metedura de pata.

Ese espejismo es el que empezó a desvanecerse hace ya algo más de tres años y con una intensidad creciente. De la euforia de la burbuja inmobiliaria hemos pasado a la pesadilla de su estallido. El coste está siendo ya inmenso e intuimos que va a ser mayor todavía.

La vida se entiende hacia atrás, pero hay que vivirla hacia delante, escribió Kierkegaard. Esto lo tenemos que aprender todos los seres humanos y todas las sociedades. Unas veces con un coste mayor y otras con un coste menor. Pero siempre con un coste, que a lo único que podemos aspirar es a reducirlo lo más posible. En esta operación de reducción del coste, las crisis son momentos decisivos, en la medida en que no podemos dejar de mirar hacia atrás porque tenemos que hacer frente a las consecuencias de la conducta que nos ha llevado a la crisis, pero tenemos al mismo tiempo que mirar hacia adelante, porque ningún ser humano ni ninguna sociedad puede vivir instalado en una situación de crisis.

Las crisis nos obligan a reflexionar sobre lo básico, sobre aquello que tiene que ser el fundamento de la convivencia, del bienestar material y la calidad moral de la sociedad. Los momentos de euforia económica conducen a que tanto los individuos como las sociedades en su conjunto tengan una visión desenfocada, se olviden de lo básico y pongan el centro de su atención en lo superficial. Cuando acaba la euforia, la realidad se impone. Y nos hace ver el disparate, por ejemplo, que supone dejar de estudiar para ocupar un puesto de trabajo para el que no se necesita prácticamente ninguna cualificación, que puede acabar convirtiéndose en pan para hoy y hambre para mañana.

La educación ha sido, posiblemente, el daño colateral más importante de la burbuja inmobiliaria y de obra pública que tanta intensidad ha tenido en nuestro país. Durante estos años se ha prestado más atención a la infraestructura material que a la formación de los estudiantes. Se ha prestado más atención al presupuesto del Ministerio de Fomento que al del Ministerio de Educación. Mientras se creaba empleo en la construcción no se ha prestado atención a la reducción de la tasa de escolarización en los escalones posteriores a la enseñanza básica o al aumento del fracaso escolar. Ahora nos encontramos donde nos encontramos.

Afortunadamente, la crisis nos está obligando a volver la mirada a lo básico. Y lo básico es el derecho a la educación. Sin el ejercicio real y efectivo de ese derecho, todos los demás, empezando por el de participación política, quedan devaluados hasta el punto de que algunos pueden llegar a ser irreconocibles. Vamos a tener, por primera vez en muchos años, una campaña electoral en la que el derecho a la educación va a ocupar un papel destacado. Si así acaba siendo, habrá que convenir con el refrán popular, que no hay mal que por bien no venga.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_