Sarkozy pierde el paso frente a Merkel
Francia asume que Alemania impone el ritmo y las condiciones para un acuerdo de los líderes europeos, mientras París se deja peso e influencia
Todos intentan lo mismo: que el Titanic no se hunda. Y todos saben que, si cayera la Italia de Berlusconi, también los viajeros de primera clase se hundirán. Son las horas decisivas para la Unión Europea, y Alemania decide los tiempos, las formas, los números. Francia va por detrás, tratando de poner algo de humanidad y calor donde Berlín solo ve trileros, derroche, indisciplina y una crisis política que solo se resuelve con más política y más austeridad.
Nicolas Sarkozy, incomprendido en casa, donde el 75% de sus paisanos censura su gestión de la crisis, según la última encuesta de Libération, busca en Bruselas un imposible. Habla de salvar el euro, de recapitalizar los bancos, de correr al rescate de los Estados en quiebra. Pero los medios franceses ya no tienen piedad. Afirman que París "ha perdido su credibilidad financiera" en Berlín, que sus propuestas, por justas que sean, "cada vez valen menos" al otro lado del Rhin, y que "los jefes" son Angela Merkel, el Bundesbank y... Jean-Claude Trichet.
La prensa cree que las propuestas del presidente "valen cada vez menos"
Una parte de la derecha local ve con buenos ojos el fin del euro
Son frases de los diarios locales del lunes y el martes, un gancho al mentón del líder de un país que parece, como hace 70 años, casi resignado a perder su grandeur ante el poderío y la determinación de Alemania. Arnaud Leparmentier, el periodista de Le Monde que cubre el Elíseo, subrayaba ayer las "sorprendentes diferencias" que separan todavía las respuestas a la crisis de Berlín y París. "Allí se habla de federalismo y se rescata la fórmula pronunciada por Churchill en 1946, los Estados Unidos de Europa; los franceses siguen en el terreno de juego fijado por los mercados, mientras los alemanes definen su debate en términos políticos, en el cuadro de una democracia parlamentaria madura".
Sarkozy lucha en desventaja, con varias losas domésticas: el sistema gaullista, que cada cinco años designa un monarca civil, parece una antigualla Luis XV ante el rigor incorruptible del Bundesbank y la ética protestante del Bundestag. Los últimos Gobiernos franceses han despreciado olímpicamente el pacto sobre el déficit para primar el crecimiento. Una parte de la derecha local ve con buenos ojos el fin del euro (y de hecho ayer mismo lo pidió madame Le Pen, presidenta del Frente Nacional). La ciudadanía, cansada de la vulgaridad y corrupción del sistema de poder, vive y gasta ajena a estos problemas. Y la alternativa socialista no atiza el fuelle europeísta, incapaz como fue de ganar en 2005 el referéndum por el tratado europeo.
Alemania consideró aquello una traición, y seguramente la desconfianza dura todavía. No hace ni cuatro meses, en un alarde, Francia suspendió la libre circulación de personas y endureció el tratado de Schengen. Por un puñado de tunecinos. Ahora, su problema es que tiene más que perder en el Titanic que Alemania. Y no solo por la altísima exposición de sus bancos. Como escribía ayer Leparmentier, "desde hace 60 años, Francia intenta que Europa sea el principio de Arquímedes de su influencia; y se vería incapaz de escoger entre una Europa latina excluida del euro, y Alemania, su primer socio, que le sirve desde hace medio siglo como un modelo de virtud".
El director de la Organización Mundial de Comercio, el socialista Pascal Lamy, lanzó ayer un aviso a los navegantes: "La realidad interpela a quienes quisieron hacer el euro sin la unión política. Hoy, damos un paso adelante y tres atrás. Si hacemos saltar la unión monetaria, luego tendremos que acabar con el mercado interno y con la unión aduanera. Y nos encontraremos cada uno en su casa, en un mundo todavía más globalizado".
En la batalla entre la caliente escuela keynesiana francesa, que ya ve en la magia de la inflación la solución a todos los males, y la gélida austeridad bávara, que trata de poner a Europa a competir ahí fuera con el rigor del tanque, todos saben en Francia quién va a ganar. Y no es el que decidió atacar Libia gastándose 300 millones de euros en bombas contra el criterio de Berlín.
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