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Crítica:DANCE | Yelle
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sudor a chorros en la pista de baile

Hablaban las crónicas de los conciertos de Yelle como experiencias hedonistas, alocadas y extenuantes, así que el trío francés no puede traicionar la fama que le precede y asume su obligación de dar espectáculo desde los mismos atuendos. Porque Julie Budet, la mujer cuyo apodo da nombre a la banda, se presenta tras un manto vegetal que de lejos podría confundirse con una colcha verde de la abuela. Mientras tanto, sus compinches Grand Mariner y Tepr parecen dos hermanos recién llegados del safari, con mosquiteras en los gorritos. Durante el primer tema, el muy percusivo S'eteint le soleil, adoptan una especie de hieratismo tribal. Falsa alarma: a partir del segundo, el sudor correrá a borbotones. Más toallas, por caridad.

"El trío practica un 'electropop' tan bailable que ni Eva Nasarre saldría airosa"

Yelle adopta como emblema el símbolo de la paz invertido, que se convierte así en una Y mayúscula encerrada en un círculo. A Lennon le estomagaría la ocurrencia, seguro, pero parece evidente que la cita de anoche en la sala Penélope no era la más apropiada para reflexionar sobre la armonía entre los pueblos y los grandes mensajes para la humanidad. La confraternización que propugnan estos bretones es a mucho menor escala, como demostraban entre el público -cosas del comienzo de curso- esas bisoñas parejitas inmersas en el primer parcial de la asignatura de seducción.

El trío practica un electropop tan bailable que ni Eva Nasarre habría salido airosa del arreón. El cuarto tema, Comme un enfant, ofrece un estribillo no para llenar pistas, sino la mismísima plaza Roja. Julie luce a esas alturas de la noche un vestido de pantera que le deja desnudo el mismo hombro sobre el que le cae el flequillo. Pero sus brincos son tan vigorosos que acaba desafinando sin remisión: ni el mejor técnico de Autotune podría salvar del naufragio algunas de sus intervenciones.

Es un problema puntual y menor, en todo caso. Yelle no ofrece una experiencia estrictamente melómana, sino toda esa parafernalia (la fotogenia, los vestidos, el discurso antimacho) que tanto gusta en las secciones de tendencias. Un vistazo a la concurrencia puede resultar tan ameno como cuanto acontece sobre las tablas: encontramos chicuelos de cinturas gráciles, muchachas de peinados andróginos, camisetas de costuras fosforescentes, caballeros que saben combinar sombrero y bigotito fino. Había unos 300 asistentes, pero también la sensación de que el fenómeno en torno a Yelle se encuentra en fase embrionaria y aún está a tiempo de estallar.

Tanguy Destable, Tepr en los créditos, maneja unos sintetizadores chillones ante los que Depeche Mode se habrían arrodillado en los ochenta. Tras un interludio instrumental, Julie emergió con un mono de diablesa roja que le confería un aspecto todavía más escuálido. Lo que más miedo infunde del infierno es que allí abajo se debe de pasar mucha hambre; igual convenía saldar algún que otro pecado por estos valles.

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La segunda parte del concierto, a partir del éxito Je veux te voir, acelera aún más la combustión de kilocalorías. Para entonces hasta los más fiables afeites perfumados habían perdido la batalla ante el mucho más intenso aroma de la pura humanidad.

Faltaba aún el delirio final de Safari disco club, elocuente título del segundo y reciente álbum del grupo. Tras 65 razonables minutos de fiesta, todo había acabado. Lo aeróbico, si breve, doblemente llevadero. Y todo el mundo a la ducha; alguno, hasta puede que en compañía.

Concierto de Yelle, en la sala Penélope.
Concierto de Yelle, en la sala Penélope.ÁLVARO GARCÍA

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