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La recuperación del Casco Vello vigués sentencia la muerte del barrio chino

Los nuevos propietarios se mudan a las casas que antes albergaban locales de alterne

"Las que veis son las que somos", asegura una prostituta mayor, 26 años de oficio desde que llegó de Portugal, señalando a su alrededor. Hay 13 mujeres haciendo la calle; alguna, para matar el rato, barriéndola. "Antes éramos muchas más", lamenta a la vista del panorama desde su esquina, un inmueble en ruinas que domina Cruz Verde y Abeleira Menéndez, dos de las rúas del barrio de A Ferrería, el chino enclavado desde tiempos remotos en el corazón de Vigo, al costado del consistorio y a los pies del castillo de San Sebastián. En media docena de calles "había 53 bares", a razón de una decena de trabajadoras por local. "Ahora quedan cuatro", el Bohème, el Coqueto, Los Ángeles y el Abanico. "Las obras nos están haciendo mucho daño. Esto es nuestro pan, y se acaba. El ambiente ya no es el que era y los clientes dejan de venir", protesta en el fondo resignada antes de zanjar la conversación. "Ya no cuento más. Basta de charla. Que a lo mejor estoy tirando piedras sobre mi propio tejado".

"Antes había 53 'bares' y ahora quedan cuatro", lamenta una mujer
Los proxenetas de las rumanas les cobran alquiler por el tramo de acera
"Las promotoras privadas nunca se atrevieron a entrar", dicen en la Xunta

Su tejado, las cubiertas del barrio chino se desploman. Primero le tocó al Papagayo coruñés, que una empresa mudó en centro comercial y pisos de lujo; después al barrio lucense de A Tinería, cuya rehabilitación a cargo de la Xunta comenzó en 2001 y aún continúa. Todavía hay bastantes mujeres, pero de los 40 locales solo sobrevive el Asturias. Quedan, además, unos pocos pisos. En Santiago, la remodelación de la zona ha reducido a dos los locales de O Pombal, que empezó a decaer cuando cerró el hospital viejo. La calle Villar de Ourense dejó hace mucho tiempo de ser lo que era, y en el puerto de Ferrol ya solo abre un bar donde se sirva sexo.

Ahora, la abocada a desaparecer es A Ferrería. La primera sentencia vino derivada de las leyes biológicas. Los que regentaban los bares (una escala inferior al club, más sórdida y miserable si cabe, propia de los chinos) empezaron a morir. Tenían contratos de renta antigua, los locales llevaban medio siglo sin reformar y la degradación se lo había comido todo. Un día se cayó el bar de Rosa, ahora convertido en uno de los primeros edificios que van a habitar los nuevos pobladores.

La mayoría de los titulares de los viejos inmuebles ya no vivían en ellos, medraron las montañas de basura y la maleza (hay una higuera que asoma frondosa por un tejado y las ventanas de un segundo piso), y entraron los okupas. También una mafia de traficantes que aún perdura. En A Ferrería está el hipermercado de la droga que surte el centro.

Pero la condena a muerte llegó en forma de convenio entre la Xunta y el Ayuntamiento en el año 2005. Ambas Administraciones crearon el Consorcio Casco Vello para recuperar el centro histórico de la ciudad, y con una plantilla de cinco trabajadores empezó a seguir el rastro de los propietarios de las casas abandonadas mientras la prostitución y el resto de actividades marginales continuaban engarzadas en la médula del barrio. Hubo que reconstruir árboles genealógicos, las investigaciones llevaron a los registros, a los cementerios, a Barcelona, a Argentina; "hubo hasta un resucitado", alguien que figuraba como difunto, recuerda Nuria Campos, arquitecta del Consorcio que ejerce muchas veces de negociadora y, ahora que ya se han escriturado los primeros pisos, también de casera.

En 2009, con algunos inmuebles ruinosos comprados y un presupuesto de 30 millones (el 90% aportados por la Xunta y el 10%, por el Ayuntamiento), el Consorcio empezó a reconstruir el barrio. Ahora, la entidad es dueña de 44 edificios, 15 ya rehabilitados (que dan lugar a 52 viviendas y 13 locales comerciales). Doce pisos se destinaron al alquiler con opción de compra y otros cinco son para realojos, los 35 restantes se vendieron.

Los alquileres oscilan entre los 71 y los 216 euros y el precio de venta es concertado (1.776,3 euros el metro cuadrado, con dimensiones que van de los 40 a los 83). Previamente, los pisos se sortearon entre los aspirantes (cerca de 400, de una media de 35 años) apuntados al Rexistro Único de Demandantes de la Xunta. En junio se empezaron a entregar llaves. Los vecinos de un edificio ya están organizándose en comunidad, y de aquí a diciembre se espera que se instalen el resto.

Al entrar las grúas, los okupas se esfumaron. Con la última fase en marcha, seguramente lo harán también los trapicheros. Nadie conmina a las prostitutas a emigrar, pero ellas también van refugiándose en Beiramar, la zona portuaria donde conviven, practicando el sexo de coche, transexuales, albanesas y brasileñas que han logrado liberarse de los clubes tras pagar la deuda, además de rumanas sujetas a mafias familiares. Estas últimas, junto a unas pocas españolas ya mayores (alguna ronda los 70 años), también son las que más abundan entre las que aún no han espantado las obras en A Ferrería. Según Carmen Lago, presidenta de Faraxa, el colectivo que sucedió a Alecrín en la asistencia a estas mujeres, "los proxenetas les alquilan un tramo de acera" y ellas, después de hacer caja, saldan cuentas con ellos y con los dueños de los bares, que les arriendan un cuarto "de mala muerte". Antes, la actividad duraba día y noche, ahora, el horario es casi de oficina. "El negocio no da para más", asegura Lago.

Más de la mitad de las casas del barrio chino están reformadas, en obras, adjudicadas a una empresa o en fase de proyecto. Según el Consorcio, de momento, el objetivo es resucitar un centenar de viviendas para sanear aquello con gente joven que no tenga otra propiedad. Respecto a las demás, se espera la oportunidad para negociar. Con la crisis arreciando, algunos propietarios que se negaban a vender porque aguardaban a un promotor privado que ofreciese más se están pasando por la oficina del Consorcio a brindar sus casas. "La iniciativa privada nunca se atrevió a entrar", explican en la Xunta, por la reputación que tenían estos bajos fondos enquistados en la parte alta del Casco Vello.

Para ocupar, con opción de compra, los bajos a un precio de entre 120 y 317 euros más IVA, el doble tras los dos primeros años, se han presentado 43 proyectos, entre tiendas, talleres de artesanía, despachos de abogados o empresas de diseño gráfico. Fuentes de la propia Xunta dan por hecho que esto seguirá su curso. Que al llegar los nuevos residentes y los nuevos negocios, y cambiar el ambiente, los demandantes de sexo perderán privacidad, ya no querrán exponerse a la vista de todos y dejarán de acudir. Entonces, marcharán las últimas mujeres. Lago cree que el final, de todas formas, estaría cerca aunque solo fuera por la edad de los dueños de los bares, pero advierte: "La prostitución no desaparece. Solo se desplaza porque el centro no la quiere. Además, los clientes van en aumento, y cada vez son más jóvenes".

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