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Reportaje:CICLISMO | Mundiales de Copenhague

El estribillo del cuarto

Siete años después de su tercer maillot arcoíris, y ya a los 35, Freire persigue hoy en Dinamarca la plusmarca de victorias

Carlos Arribas

Las buenas noticias sobre el dopaje, sobre el antidopaje, mejor dicho, anunciadas, mareantes cifras en mano, por el presidente de la UCI, Pat McQuaid, son, como la posibilidad de que Óscar Freire consiga, por fin, el cuarto arcoíris, uno de los clásicos que nunca faltan en la semana en que se celebra un Mundial de ciclismo, como el pavo en las Navidades de los tebeos, más o menos.

No son rutinas desagradables, sin embargo, aunque estas vísperas repetidas produzcan seguramente en alguno un cierto cansancio, como si el tiempo no pasara. Lo cual no quiere decir que la euforia por una realidad pintada tan sonrosada -los vigilantes del pasaporte biológico advierten de que entre finales de la temporada pasada y comienzos de esta hubo seis meses sin controles, por lo que no pudieron establecer la línea roja de muchos corredores- y que se manifiesta en el nuevo lema del ciclismo -un imperativo: no sea antiguo, no hable de dopaje, evolucione, hombre- no sea bienvenida; ni mucho menos, claro, la posibilidad, tantas veces frustrada, de que un chico de Cantabria que nunca ha visto su nombre al lado de la palabra dopaje sea algún día el primero de la historia que gana cuatro Mundiales.

"Óscar está muy metido en la carrera. Hacía tiempo que no le veía así", dice Gárate

Pero, claro, se está escribiendo lo mismo desde un día de otoño de 2004, cuando en Verona Freire ganó su tercer Mundial. Tenía entonces 28 años y un gran futuro aún por delante. Tan grande que hablar de cuatro Mundiales producía risa, cinco o seis era la meta que se le auguraba. Pero en 2005 y 2006, enfermo y lesionado, no pudo pelear por el arcoíris. Los años siguientes, otros españoles -Valverde, Samuel, Purito- también se sintieron legítimos aspirantes a la victoria y reclamaron el liderazgo de la selección española, su derecho a ganar el Mundial, una competición que Freire había inventado para España. El de Torrelavega se convirtió entonces en una especie de francotirador, un electrón libre que ni rendía cuentas a sus compañeros ni recibía de ellos el apoyo incondicional que precisaba. Fueron domingos con final amargo, pero ello no impedía al año siguiente, de nuevo, el titular: Freire a por el cuarto, el estribillo de una canción que nunca termina.

El trazado, sinuoso entre los suburbios pequeñoburgueses de Copenhague y algún bosquecillo, es, siete años después, demasiado llano como para que otros tenores españoles pudieran pedir el papel solista, por lo que Freire vuelve a ser el líder único. Los ocho que le acompañarán solo mirarán por él. Erviti, el coloso, se desvivirá los primeros kilómetros; Lastras y Gárate, los veteranos, serán los capitanes de ruta, los que, dado que no hay pinganillo, tomarán decisiones rápidas, y las transmitirán con la mirada, sin esperar a recibir el visto bueno del seleccionador, De Santos; Flecha será la sombra de Freire; Luis León y Barredo deberán infiltrarse en las fugas que presientan peligrosas, y, finalmente, Rojas y Reynés, dos rapidillos, serán tanto los lanzadores del cántabro como los vigilantes de Gilbert o Boasson Hagen, o algún otro veloz sin ser sprinter puro que busque anticiparse a la llegada masiva.

Hay tanta excitación y ánimo entre ellos que, aunque vuelve a hablarse del cuarto, aunque vuelven a repetirse palabras y explicaciones, parece todo nuevo, como recién pintado. Aunque lo que se presente como novedad sea lo de siempre. "Óscar está más motivado que nunca", dice Gárate, su compañero de habitación. "Le he visto muy concentrado, muy metido en la carrera. Hacía tiempo que no le veía así".

Cuánta palabra genera, de todas maneras, una carrera que, eso dicen todos los que saben, unánimes, Freire entre ellos, consistirá en seis horas de aperitivo y un cuarto de hora de plato principal. "La mitad del circuito, los primeros siete kilómetros, dará el aire de espaldas por lo que el pelotón irá muy estirado, serán kilómetros de látigo", advierte De Santos, quien ve en Hushovd, el campeón actual, Cavendish, Sagan y Gilbert los rivales más peligrosos. "Luego, con viento de cara, se reagrupará el pelotón, los de atrás querrán pasar delante y será más agobio". "Será un 80% de conocimiento, convicción, colocación y concentración y un 20% de piernas", dice, aliterativo a su pesar, Lastras, "perfecto para Freire".

"Será un circuito muy fácil", resume Freire, quien sabe como nadie que hay que decir lo justo, y ya es mucho. "Serán 266 kilómetros de estar escondido y solo aparecer en los últimos cuatro". Freire, de 35 años, ya sin el muelle que le permitía saltar de la rueda de los demás y sacarles un par de metros en los últimos 50, podría resumir aún más ante un desafío en que se enfrentará a la enésima generación emergente, a gente que ya sabe más rápida que él. Podría decir que el Mundial será solo la última recta, 850 metros en ligera subida, viento de cara. Él, el cuarto, los demás. Incluso menos, los últimos 150 metros. "Tendré que lanzar el sprint desde ahí", dice, "cuando termina la pendiente y entra el falso llano. Ya no será posible remontar desde más cerca".

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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