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Reportaje:

Llega la nueva ola

Pantín da vuelo a adolescentes procedentes de reconocidas sagas surferas

Pasan los años y aquellos surferos que destilaban eterna juventud no solo peinan canas, sino que son padres o abuelos. La pasada semana Richie Collins iba colina abajo, colina arriba por Pantín. Gabriel, el jefe de prensa de la Pantín Classic alertaba. "Es al surf lo que Johan Cruyff al fútbol". Californiano de la playa de Newport, en Los Ángeles, hijo de un pionero que además montó una fábrica de tablas de surf, Collins fue una referencia a finales de los ochenta y primeros de los noventa, un transgresor que estuvo tres años en el top 10 mundial y que mostró que era posible realizar nuevas maniobras sobre las olas. Ahora recorre el mundo con Meah, su hija mayor, que con 11 años ya compite con las mejores.

Richie Collins, tres años en el top 10 mundial, entrena ahora a su hija
Los padres vigilan que la precocidad deportiva no afecte a los estudios

Collins no estaba contento el jueves. Meah había quedado eliminada en la primera tanda. Se enfrentaba a una selección de lo más granado a nivel mundial, también a su falta de experiencia, a los nervios. Pero empieza a andar un camino. "Los padres somos el primer paso, con el tiempo llegará un momento en el que debe de tener un entrenador. Cuando yo le hago cualquier corrección se enfada mucho", asume Collins. "Ha escogido mal, estuvo mal posicionada, pero evolucionará pronto. Sólo puedes ser la mejor si compites contra las mejores desde muy joven", sentencia.

Enfrascado en extraer conclusiones, Collins recibió el consuelo de Marcos Rodríguez, responsable de organización de la prueba. "Mi vida es el surf", anticipa antes de abrazar el tópico -"un deporte de naturaleza libre"- y de puntualizar: "Era un deporte libre, ahora hay entrenadores, tour managers... tampoco es malo, más bien diferente".

Bronceado playero, coloristas bermudas de tonos granates, inseparables gafas de espejo, un teléfono móvil en cada mano sin dejar ambos de sonar, Rodríguez encontró espacio para atender a lo que hacía su hija Yolanda sobre la factoría de olas de Pantín.

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Hace cinco años le dio una tabla y aguardó. "Cogió una ola", recuerda. En realidad era la nueva ola. "La figura del padre influye en un primer momento para atisbar si hay potencial, pero luego tienes que echarte a un lado", asegura. "Si trabajara con él no pararíamos de discutir", confiesa Yolanda, una esbelta adolescente de 13 años, que aparcó la tradición baloncestista de su colegio, el Tirso de Molina, por la pasión familiar. Tan joven ya tiene un patrocinador, Volcom, que la integra en una selecta escuadra de jóvenes surfistas europeos a los que espera moldear con desplazamientos allá donde están las mejores olas.

El plan de Volcom es que Yolanda acuda en breve a Hawai o a Isla Reunión. No sería su primera salida porque el invierno pasado estuvo en Australia, donde surfeó en la mítica Gold Coast. Siempre en la misma playa que los mejores. "Está en el proceso para ser profesional", anuncia su padre. Como Meah Collins, la ferrolana Rodríguez compite con las mejores y aunque también se lleva algún revolcón quema etapas con rapidez. "Al principio te disgustas, lloras y te duelen las piernas, pero por ejemplo Meah ha crecido cinco centímetros en los últimos seis meses y ha progresado como nunca", detalla Richie Collins, que en su día sorprendió al mundo al comenzar a competir cuando apenas había cumplido los 14 años. Resta la duda de si tanta precocidad es dañina para otros aspectos formativos no menos importantes. Richie Collins, que acaba de gastarse 2.500 dólares para hacer un fugaz regreso a California y que su hija pueda estar presente en un examen, lo desmiente "Meah es una buena estudiante, sus notas son de las mejores entre los de su edad". "Cuando estuvimos en Australia, Yolanda tenía la obligación de estudiar al menos una hora al día, además seguía los temarios de clase por Internet. En el colegio nos pusieron todo tipo de facilidades", explica Marcos Rodríguez. Él y Richie saben que sus hijas aún tienen muchas olas que cabalgar, que puede que la meta no sea la anhelada. Al menos Marcos, que nunca fue profesional, se queda con la sensación: "Lo que se siente en el mar es único, es una sensación diferente a todo y muy complicada de describir porque sabes que nunca va a haber dos olas iguales. Ser profesional es otra cosa, es entrenar cinco horas al día, viajar...".

Eliminada también a las primeras de cambio, Yolanda apenas atendió los razonamientos técnicos de su padre. Dio una vuelta por los boxes de Pantín y regresó al agua para surfear fuera de competición. Desde la megafonía, Vicente Irisarri, ex alcalde de Ferrol y pionero sobre las tablas en la comarca, disertaba sobre las jóvenes hijas del surf y sus errores tácticos: "No quiero ni contar cuáles eran mis errores tácticos a esa edad. Tienen que crecer y coger experiencia y los padres y abuelos debemos de tener tranquilidad".

Marcos Rodríguez y su hija surfista Yolanda en el Pantín Classic, en Ferrol.
Marcos Rodríguez y su hija surfista Yolanda en el Pantín Classic, en Ferrol.GABRIEL TIZÓN

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