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El peregrinaje de Rafael García

Juan Diego Quesada

Al cumplir los 18 años de edad, Rafael García Fernández permutó sus apellidos para intentar rehacer su vida, después de haber pasado cinco años en un centro de menores por haber participado en 2003 en el brutal asesinato de Sandra Palo. Un juez decidió en 2008 que pasase los tres años de libertad vigilada, lejos de Madrid y de un entorno social y familiar viciado, y se fue a Andalucía donde pasó épocas de relativa tranquilidad. En Córdoba estaba asentado en un centro donde aprendía un oficio. Pero la asociación que lo gestionaba lo cambió de ciudad tras emitirse en televisión dónde se encontraba.

De ahí pasó a Benalmádena, donde cometió su primer delito al robar el portátil a una vecina. A partir de ese momento fue trasladado de un centro a otro hasta que, cansado de estar lejos de su casa, volvió a Alcorcón, donde vivía su madre, Manuela, y algunos de los hermanos en un piso de protección oficial hasta que fueron desahuciados. Tras tener un hijo con una chica con la que convivió un tiempo, en año y medio acumuló media docena de detenciones. Los expertos lo consideran un caso fracasado de la reinserción ideada para los jóvenes que han cometido crímenes, a lo que ha contribuido un entorno social poco favorable ligado a la delincuencia. Rafael García Fernández no ha podido dejar de ser Rafael García Fernández.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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