¿Hacia dónde va Standard & Poor's?
Bombardeada por las críticas, la agencia de calificación de riesgo abre una nueva etapa
El ferrocarril ayuda a explicar gran parte de la historia económica de EE UU. Marcó el ritmo de la industrialización y fue un negocio a gran escala que sirvió de modelo para el nacimiento de grandes corporaciones. Pero para que el ambicioso proyecto tuviera éxito, era imprescindible que aquellos que arriesgaban su dinero tuvieran garantías de que las empresas a las que prestaban iban a pagar las deudas.
Así nació el germen de lo que hoy se conoce como Standard & Poor's, la agencia de calificación de riesgo propiedad del gigante editorial McGraw-Hill, que esta semana ha anunciado el relevo de su máximo ejecutivo, Deven Sharma. El origen de la controvertida empresa -muy criticada por su papel antes, durante y después de la crisis financiera- se remonta a un libro publicado por Henry Varnum Poor en 1860 en el que detallaba el estado financiero de las compañías metidas en el negocio del ferrocarril. El gigantesco tomo, una mina de información, se actualizaba cada año.
El libro se convirtió así en referencia para el inversor que quería saber dónde iba a parar su capital. Los prestamistas querían tener más y mejor información sobre los riesgos que corrían para actuar en consecuencia. Medio siglo después saltaría al negocio John Moody. La agencia que lleva su nombre fue la primera en utilizar letras del abecedario para valorar a la persona o compañía a la que se prestaba.
A finales del siglo XIX y principios del XX eran los inversores los que pagaban por ese preciado servicio. Y la agencia respondía a los intereses del que arriesgaba. Hasta que las reglas de juego cambiaron con la Gran Depresión y, con ella, las compañías de calificación empezaron a mutar hasta convertirse en gigantes capaces de plantar cara a la mayor economía del mundo, como hizo S&P al rebajar la calificación de la deuda de EE UU a principios de agosto.
¿Cómo ganaron tanto poder? La respuesta es simple: se lo dio el Gobierno. Y ahí está la gran ironía. La regulación bancaria que surgió del colapso bursátil de 1929 incluía la supervisión de la calidad de los bonos en los que invertían los bancos. La responsabilidad de distinguir los buenos de los malos se delegó en ellas. El sistema funcionó bien hasta que S&P y
Moody's comenzaron a aceptar el dinero de los emisores de deuda a cambio de asesoramiento para lograr las mejores calificaciones. Los conflictos de intereses no tardaron en llegar y cobraron forma la pasada década, con el fraude contable que llevó al colapso de la eléctrica
Enron. Ninguna agencia lo anticipó.
Tampoco vieron el riesgo escondido en los complejos productos financieros elaborados a base de hipotecas basura, origen de la última crisis financiera. Y con estos flagrantes errores empezó a cuestionarse los privilegios de estas firmas, su modelo de negocio y su trabajo. Hasta el punto de que la Reserva Federal quiere que los reguladores no dependan solo de sus análisis.
La gota que colmó el vaso de la controversia fue la retirada a EE UU de la tripe A, máxima nota de solvencia que concede S&P. Su opinión se convirtió en munición de la agria batalla política que se vive en Washington. En pleno enfrentamiento, McGraw-Hill acaba de anunciar que Deven Sharma dejará en el plazo de tres semanas la presidencia de la firma en manos de Douglas Peterson.
Para el que crea en las casualidades de la historia, el grupo controlado por la familia McGraw dice que el relevo de mando en S&P no está relacionado con la rebaja de la nota a EE UU ni con las investigaciones abiertas por el fiasco hipotecario. Pero lo que también es cierto es que Sharma no fue capaz durante su mandato de recomponer la dañada imagen de la agencia.
Y también es cierto que los inversores de McGraw-Hill no están nada contentos con la situación actual, y eso está forzando a que se aceleren los cambios en el conglomerado. De hecho, los analistas de JP Morgan Chase creen que la compañía propietaria de S&P valdría un 40% más si se desmembrara y se valorasen sus negocios por separado.
Sharma dirigió el proceso que separó la agencia de calificación de McGraw Financial, el pasado 30 de noviembre. Y ahora se espera que ayude a reorganizar las otras piezas del conglomerado. Pero será a Peterson al que corresponda reparar los daños, poner la mano sobre el trabajo de la firma financiera y hacerla navegar por un entorno mucho más regulado.
Es decir, además de gestor, va a tener que desempeñar una importante labor de relaciones públicas con Washington si quiere preservar su patio y, sobre todo, la independencia de la firma en el negocio de la calificación del riesgo. Su paso por Japón le enseñó cómo mirar al suelo para disculparse por los lapsos de su empresa y difuminar cuanto antes la controversia.
Es lo que hizo hace siete años en Citigroup, cuando, junto a Charles Prince, tuvo que agachar la cabeza ante los reguladores japoneses. Sin tener que reclinarse, Peterson tendrá que afrontar con un calendario concreto y objetivos precisos a los supervisores en EE UU para zanjar los expedientes en curso. Y eso también servirá de referencia para los inversores más críticos.
Graduado por la Escuela de Negocios de Wharton, en la Universidad de Pensilvania, este ejecutivo de 53 años es una persona meticulosa. Empezó su carrera en Citigroup por Argentina. De ahí pasó por Costa Rica, Uruguay y Japón, donde tuvo que recomponer las operaciones de banca privada tras el acoso de los reguladores. Un reto similar al que le toca con S&P.
Sharma está teniendo verdaderas dificultades para mostrar a los legisladores que la firma está dando pasos para reformar sus procedimientos y mejorar la calidad de su trabajo de análisis, a la vez que reduce cualquier riesgo de conflicto de interés. Pero, como señalan en el parqué, el problema no se solucionará si los que pagan a S&P son los emisores de la deuda.
Quitar poder a las agencias de calificación se está mostrando complicado. Las primeras propuestas para reemplazar el trabajo de estas firmas debería llegar a final de año, cuando la Reserva Federal presente los nuevos requisitos de capital para la banca que exige la reforma financiera que lleva los apellidos de los congresistas Christopher Dodd y Barney Frank.
El despiece de McGraw-Hill
Harold McGraw tiene algunas ideas en la cabeza para reestructurar el conglomerado y empezar así a recuperar el valor perdido en los últimos cinco años. Desde entonces, el grupo editorial que dirige perdió más de una tercera parte de su valor, y eso a pesar del repunte vivido durante la última semana por sus acciones ante la cada vez mayor evidencia de que McGraw-Hill se partirá en cuatro.
Esos cuatro bloques lo integrarían la división educativa, de información y medios; de análisis; la financiera, y el negocio de mercados bursátiles. Wall Street, que siempre pretende ir por delante de los acontecimientos, ya pone precio al cambio. Y ven en el desembarco de Douglas Peterson el momento adecuado para dar el golpe de timón. La separación de las propiedades podría comenzar ya con la división educativa.
La compañía está valorada en unos 12.000 millones de dólares. Los inversores más descontentos atribuyen el pobre rendimiento del grupo al nuevo clima regulador y al escrutinio político al que está sometido Standard & Poor's. Por eso exige un cambio urgente de estrategia, reduciendo una estructura que califican de compleja.
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