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Crónica:VUELTA 2011 | Cuarta etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

Igor Antón se seca

El calor atenaza al líder del Euskaltel, que cede más de un minuto en los últimos kilómetros de la ascensión a Sierra Nevada

Igor Antón está de secano. La caló ha resecado su cuerpo humedecido del norte, rebosante de lluvia. Tiene que ser la caló lo que le ha encogido los músculos. Ya en un puertecito, en Totana, dio muestras de flaqueza, impropias de un candidato al éxito, de un escalador de prestigio, de un tipo duro. Antón lo es y lo seguirá siendo, pero ayer se quebró como un río seco en la montaña seca de Sierra Nevada, un puerto largo pero tendido, fácil para sus condiciones, llevadero para resistir con los mejores a la espera de sus momentos de gloria. Y se quebró sin que nadie atacara, incapaz de seguir el ritmo cansino del pelotón, sin que nadie le presionara.

La goma de Antón se rompió, incapaz incluso de seguir el ritmo de sus compañeros Gorka Verdugo y Amets Txurruka. El daño fue el menor posible. Un minuto largo en la meta respecto a sus rivales parece chapa y pintura, sin daños en el motor. Peor la impresión que la herida, en la que incluso quiso hurgar Vincenzo Nibali, cuando le vio atrás o, mejor dicho, cuando no le vio al mirar atrás, penando la subida con cinco kilómetros. No fue un ataque intensivo, solo una muestra de que aquello iba a cambiar, de que era una oportunidad para meter el primer rejón a un rival, aunque enseñara su fortaleza y pareciese más un fogonazo. Pero, cuando el Liquigas decidió estirar el pelotón, a Antón se le hizo un pequeño nudo en la garganta. Aquello iba en serio, nada grave, pero sí serio. Un buen golpe a la ilusión del ciclista de Galdakao, sufriendo con el calor, seco, al parecer, como la mojama, pero tranquilo, experto. Un mal día lo tiene cualquiera y quedan días como longanizas. Nada irreparable, debió de pensar mientras miraba la rueda de sus dos compañeros y resoplaba más de lo normal.

Por delante había otra carrera. Primero, la de siete fugados, que luego fueron cuatro, que luego fueron dos, que luego fueron tres, que luego fueron dos. Dos tipos duros, también, como Chris Sorensen y Dani Moreno. Uno fuerte, otro rápido, que se hilvanaron en los últimos kilómetros, cuando el resto fue cayendo como fruta madura y se jugaron un final cantado. Dani es infinitamente más rápido que el percherón Chris. No había color y Dani se fue como un taxi por el desierto en cuanto avistó una pancarta que ponía meta.

Antes, educado y buen lugarteniente, pidió permiso a su jefe, Joaquím Rodríguez, para irse a misiones. "Me dijo que él iba bien y que, si me apetecía, que lo intentara. Así que me lancé a tope y cacé a los fugados lo antes posible. La verdad es que pensé que no llegábamos, pero, cuando crucé el triángulo del último kilómetro, sabía que iba a ganar porque soy más rápido que Sorensen", declaraba Moreno tras cruzar la línea con una sonrisa que no le cabía en su huesuda cara y que se tragaba el esfuerzo como un sorbo de saliva.

Moreno, otro treintañero, otro madrileño, como Pablo Lastras, acumulaba muchas victorias parciales, pero ninguna en una gran Vuelta. Por fin, la primera, como si el sol del otoño le esperase con un premio. Se supone que su papel está al lado, a la espalda, delante de Purito Rodríguez, pegado como una lapa, bici con bici, pero el catalán le dio permiso y voló como un galgo desafiando todo y a todos. Otra vez el ciclismo moderno de los instantes finales que entrega el primer premio.

Antón tendrá que esperar, paciente como ha sido estos últimos años de desgracia y estrenos abortados en las caídas. Ayer tampoco tuvo su día, pero tiene más en la mochila. Solo Nibali le quiso enseñar los dientes, aunque no se le vieran las encías. Fue un mordisco más cinematográfico que real, pero le dejó una pequeña huella que deberá limar poco a poco.

Entre el éxito y la derrota, alguien pasó su peor trago. A pocos metros de la meta, vivió el accidente mortal de su compañero Xavi Tondo. No lo ha olvidado y no lo olvidará nunca. Ayer era el peor día para intentarlo. Con pasarlo era suficiente. Para Antón fue un pequeño calvario; para Beñat Intxausti, un martirio. Mientras tanto, Mark Cavendish se fue a casa. Tampoco se le esperaba.

Igor Antón, en pleno esfuerzo durante la ascensión a Sierra Nevada.
Igor Antón, en pleno esfuerzo durante la ascensión a Sierra Nevada.MIGUEL VIDAL (REUTERS)

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