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Crónica:VUELTA 2011 | Tercera etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

El repecho más feliz de Lastras

El madrileño se adjudica la etapa y el liderato aprovechando una audaz escapada

La veteranía es un grado y ese grado te faculta para saber cuándo atacar, allí en el último repecho de un puertecito que con el calor parecía un puertazo, el Alto de la Santa, que quebró las piernas y el aliento de muchos ilustres. Hasta Igor Anton, la ardilla del Euskaltel, dio muestras de una mínima flaqueza. Quizá le falló el aire acondicionado.

El último repecho suele ser la mina para un buen bajador como Pablo Lastras, que se fue sin decir adiós a sus tres compañeros de fuga, Chavanel, Irízar y Pydgornyy. Lo hizo como un escalador nato, sabiendo que es un bajador nato. Ahí os quedáis, debió de pensar, y se tiró cuesta abajo a falta de 12 kilómetros para la meta, con buena carretera y a 50 kilómetros por hora en el llano. Solo Chavanel intentó amargarle la tarde con relevos largos y profundos que sus dos colegas no fueron capaces de seguir. Fue un leve intento antes de que Lastras recibiera por el pinganillo la noticia de que sus perseguidores habían arrojado la toalla. Entonces, la veteranía es un grado, tuvo tiempo de pensar en la escenificación del triunfo. Primero, tres dedos, uno por cada victoria conseguida en la Vuelta. Después de santiguarse, mirada al cielo en memoria de Xavi Tondo, su compañero fallecido en mayo. Luego, beso en la muñeca (asunto privado). Y, por último, una dedicatoria al público que le aplaudía en la meta. Y todo ello, mordiendo su cadena de oro con la rabia de la felicidad. Los fotógrafos, felices.

Atacó como un escalador y dejó a sus tres compañeros de fuga sin decirles adiós
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Un puerto de desgaste

Fue el triunfo de la veteranía y de la fortaleza en una jornada que proporcionó grandezas (el Movistar ya ha ganado etapas en las tres grandes vueltas este año) y otorgó a Lastras el maillot rojo de líder como premio añadido. Pero también causó daños. Un puertecito, sumado al calor, el Alto del Berro, ya hizo estragos en el pelotón y empezó a borrar ciclistas de la carrera (Cavendish, Kloden...) antes de que La Santa pasara la guadaña. No iba a ser un buen día, con un pelotón cortado y una escapada, fraguada en el kilómetro 7, que parecía destinada a la rutina de la muerte anunciada y acabó siendo la primera de verdad de la Vuelta.

El calor empieza a hacer mella y esto no ha hecho más que comenzar. Queda canícula para rato, así que conviene acostumbrarse. A Lastras le dio igual. Su ataque fue tan seco después de tantos kilómetros de escapada que dio la sensación de que su gasolina estaba intacta y su cuerpo humedecido por la sed de victoria. Los tres quijotes restantes de la fuga no pudieron o no quisieron entenderse.

Se supone que estas etapas son el reino de los sprinters, sus momentos de gloria, su único interés a sabiendas de que hay muchas más en las que toca subir a remolque. El desorden es maravillosamente total. Descontada la contrarreloj por equipos, la siguiente etapa la ganó un desconocido, Sutton, y la tercera premió una escapada audaz, coronada por un ciclista inteligente. Es la Vuelta, en la que la jerarquía tiene muchos límites y las revueltas son constantes. Aún no ha habido un sprint clásico. Sí, en cambio, una contrarreloj individual de 12 kilómetros, la de Lastras, cuesta abajo, sin tocar el freno, sin mirar atrás, convencido de que la ocasión la pintaban calva y a él le sobra pelo y sabiduría para engatusarla.

"Me he planteado la etapa como una clásica. Y lo que pase mañana me da igual", decía radiante Lastras, feliz y sin secretos; "llevo 27 años montado en la bici y ser el líder de la Vuelta es un magnífico premio aunque no estuviera en mi libro de ruta". El repecho, sí. El repecho de la felicidad.

Pablo Lastras celebra su victoria en Totana, que le valió la consecución del liderato.
Pablo Lastras celebra su victoria en Totana, que le valió la consecución del liderato.JOSE JORDAN (AFP)

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