Los nuevos rostros de la bancarrota
La crisis y la deficitaria protección social de la Administración obligan a trabajadores con experiencia y estudios a solicitar ayuda en centros benéficos
Detrás de la espiral de estadísticas e informes y entre el barullo de los tecnicismos bursátiles y las consignas endémicas de austeridad, la crisis ha moldeado nuevos perfiles entre los catadores ambulantes de lechos asfaltados y colchas de cartón: el de los trabajadores experimentados y jóvenes con formación a los que la hecatombe financiera ha pillado de improviso. El cierre de empresas, ERE y reducciones de plantilla o el fin del contrato de trabajo han arrastrado a la calle a personas que, hasta entonces, habían llevado una vida laboral sin sobresaltos. El agotamiento o escasa cobertura de las prestaciones sociales, unido, en ocasiones, a circunstancias personales complicadas, empujan a muchos de los nuevos pobres, de los nuevos nadies, a buscar amparo en la beneficencia.
Un crédito y 325 euros de pensión han llevado a Luis a dormir en la calle
José Manuel ha pasado de trabajar para el hotel Savoy a no tener nada
En Santiago, el centro Vieiro es uno de los principales refugios para los que se han convertido en dueños de la nada. Cada día, la enérgica sonrisa de Patricia, la psicóloga que capitanea el humilde local de Cáritas, les abre sus puertas con el amanecer. El pasado mes de julio cerca de 1.400 personas, mayoritariamente hombres, cruzaron su umbral, 50 de ellas por primera vez. Agosto va por el mismo camino. "Solo hoy he abierto once nuevas fichas, dos ellas de chicos de 20 años". Sus biografías se entremezclan en la espera ante la puerta. El espacio, tan reducido como imprescindible, obliga a establecer turnos para desayunar. Nadie se lo sirve. Todo se comparte pero también todo se autogestiona. La cocina, el mando de la televisión, el lavadero. "Aunque hay peleas por el Marca", comenta risueña Patricia, reina el buen ambiente. "El centro es un cajón de sastre pero hemos conseguido una grata convivencia". Tanta, que Patricia abre el centro incluso cuando los horarios no se lo obligan. Tampoco ellos quieren perderse un Barça-Madrid.
"Sin instituciones como esta o la Cocina Económica habría gente que lo pasaríamos muy mal. Peor incluso que ahora". Lo afirma Luis, quien a sus 44 años no tiene más ocupación que sobrevivir. Antes, cuando los bancos eran proveedores de sueños a bajo interés, solicitó un crédito para poder pagar los estudios y el piso de su hermana. Hasta entonces, había reunido unos ahorrillos a base de trabajar de esto y lo otro. Pero debido a un accidente laboral, sus ingresos se redujeron a los 325 euros de pensión por incapacidad. Y el banco se queda con un billete de cien cada mes. Su hermana no sabe que desde hace dos años Luis duerme en la calle. "Oficialmente estoy en un monasterio en Italia. Pero no es tonta y supongo que desconfía algo".
No todos quieren contar su historia. Por vergüenza, porque su familia no conoce su situación o por la mala prensa del periodista. También porque, como explica Luis, no tener hogar no es solo no tener un techo. "En la calle degeneras: pierdes empatía con la gente, comienzas a dejar de tener interés por asearte, acabas haciendo cosas que en tu vida normal jamás harías...incluso llega un momento en que, por irreal que parezca, te acomodas a tu situación". Patricia lo llama "estar servisocializados", acostumbrados a subsistir con lo mínimo, con lo poco que da de sí la caridad o la prestación que reciben del Estado. Y es que la resignación es otro de los obstáculos a los que se enfrentan. Luis lo reconoce. "Los primeros meses buscas trabajo con mucho ahínco pero luego, a medida que te van dando patadas, vas perdiendo interés".
Es difícil no hacerlo. Ahora, un buen currículo ya no es aval para estar a salvo. "Antes había un respeto. Ahora te miran por encima del hombro porque saben que hay una legión de aspirantes como tú. Y solo cuenta tu aspecto físico. Si te ven mayor ya no te quieren. No valoran la experiencia que tienes".
La de José Manuel cuajó alimentando paladares de lujo. En Londres, en los exclusivos fogones del hotel Savoy. En Santiago, a las órdenes de Toñi Vicente o de Casa Vilas. Ahora duerme al raso. Hace seis meses, el restaurante donde trabajaba como cocinero redujo personal y lo condenó al paro. José Manuel cayó en una depresión por la que estuvo internado en un centro psiquiátrico durante una temporada. Esto le impidió realizar los trámites precisos para cobrar la prestación por desempleo. Ahora se ve inmerso en los plazos de las gestiones y los papeleos, que no entienden de la urgencia del hambre. "Tengo 27 años cotizados, ¿y de qué me sirve el Estado? Entiendo que haya indignados. Pagamos la crisis los mismos de siempre. Yo tengo que esperar dos meses por unas prestaciones que son mías mientras que a la banca, una de las culpables de la crisis, papá Estado la salva al momento". Pero José Manuel no tiene pensado rendirse. "Si antes del día 29 no tengo noticias del Inem, acamparé delante de su oficina. No me queda otra. La Administración debería implicarse más en estas situaciones. No tienes a quien dirigirte. Los trabajadores sociales solo dicen: 'a ver que podemos hacer'".
Quizás es todo lo que pueden ofrecer. También son tiempos de vacas flacas para las organizaciones benéficas. Es la paradoja del sistema: cuanto mayor es el número de demandantes, menor es el número de prestaciones sociales que ofrece la Administración y menor es el apoyo a las instituciones privadas que asumen su tarea. En Vieiro, la falta de recursos se va supliendo con imaginación. Los cursos y talleres de formación son impartidos por voluntarios o por los propios usuarios del centro. "Tiramos valiéndonos de nosotros mismos, aunque el Plan Boloña nos ha hecho mucho daño. La mayor parte de los voluntarios son universitarios y el horario de apertura del centro coincide con las clases, a las que es obligatorio asistir".
Patricia enfrenta y ayuda a afrontar las dificultades con filosofía y mucho humor. Es una de las máximas del centro. Por eso, hubo un tiempo en que solía despedir a los que esperaban al último minuto para marcharse con un: "¿Es que no tenéis casa?".
"Tengo el vicio de comer tres veces cada día"
Aunque aún son las once y media de la mañana, en el comedor del colegio La Salle de Santiago ya se está preparando la cena. Mientras se corta el pan, Antonio reparte caramelos entre sus compañeros voluntarios. "Para endulzar el trabajo". Como él, otras diez personas se acercan cada mañana del mes de agosto hasta el emplazamiento veraniego de la Cocina Económica, para que las vacaciones no interrumpan un servicio indispensable para cada vez un mayor y más diverso número de personas. Muchas jamás habían imaginado que acabarían guardando turno para poder comer.
Son los nuevos desheredados de la crisis. Los nombres y apellidos de la depresión económica: trabajadores en paro, estudiantes con pocos recursos o ancianos con pensiones anémicas y facturas con exceso de ceros.Por 0,80 euros y de lunes a viernes, comparten mesa con alguna de las cerca de 150 personas que cada día pueden disfrutar de un menú de dos platos, postre y un bocadillo para la noche. Están allí porque no les queda otra. Y porque, como ironiza una voz sin dueño en la cola de espera al comedor, hay quien tiene el vicio de comer tres veces al día.
A Santiago, la comida le "sabe a gloria", pero le da vergüenza reconocer que no tiene un lugar mejor al que ir. Tiene 62 años y lleva cuatro en el paro. Agotadas todas las ayudas por desempleo y sin derecho a la jubilación por ser autónomo no sabe como va a seguir adelante. La incertidumbre es la respuesta más habitual. También entre los que portan una partida de nacimiento poco gastada por el peso de los calendarios. Kercuit, un joven de 21 años, lidia por primera vez con el desempleo. A los 18 comenzó a trabajar en Fotoprix, donde le habían contratado nada más finalizar el ciclo medio de fotografía. Pero desde enero, cuando no le renovaron el contrato, busca sin suerte una nueva oportunidad. "Pero llega un momento en el que te aburres. Ya no es cuestión de encontrar algo relacionado con lo tuyo. No estoy en situación de elegir". Por eso, ahora su mayor ilusión es deshacer el camino andado y regresar a México, de donde llegó hace siete años.
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