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Crítica:FERIA DE MÁLAGA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Derrumbamiento general

Antonio Lorca

Puede parecer una exageración, pero quien no lo crea que venga a Málaga a ver toros; ayer se perpetró otra tropelía. La corrida anunciada pertenecía a Santiago Domecq y todos los toros sin excepción mostraron una invalidez total, con evidentes signos de ser unos borrachuzos, o, quizá, unos enfermos crónicos. Lo cierto y verdad es que se produjo un derrumbamiento general. A ninguno de los seis le hicieron sangre en los caballos ni para un análisis. El primero se derrumbó sobre sus patas cuando el torero insistía burdamente en llamadas sin respuesta; pero es que el tercero se echó en la arena hasta dos veces en el tercio final. El enfado del respetable lo pagó el presidente, al que le dijeron de todo, pero el horror lo sufrimos todos. El cuarto también claudicó y esperó el momento final derrumbado en la arena. Y el resto, una birria, todos ellos incapaces de mantener el equilibrio, sin ánimo ni vida para acudir al cite y colaborar a esa faena suavona y carente de emoción con la que se conforman los generosos públicos de hoy.

DOMECQ/PONCE, VEGA, TALAVANTE

Toros de Santiago Domecq, -el primero, como sobrero-, desiguales de presentación, absolutamente inválidos y descastados.

Enrique Ponce: pinchazo y estocada baja (silencio); estocada trasera y baja (silencio).

Salvador Vega: estocada (oreja); media caída (vuelta).

Alejandro Talavante: pinchazo hondo y un descabello (silencio); media, dos pinchazos -aviso- y tres descabellos (silencio).

Plaza de la Malagueta. 20 de agosto. Décima corrida de feria. Tres cuartos de entrada.

Los inválidos toros mostraron signos de embriaguez o enfermedad crónica Tristísimo el papel de Enrique Ponce en su primero, un becerrote de juguete

Nunca se sabrá si fue casualidad, pero en el cartel figuraba un torero de postín, por nombre Enrique Ponce, muy querido por estos lares, que pasó desapercibido a causa de la manifiesta falta de fuerzas de su lote. Pero fueron evidentes su lamento y pesar por las condiciones de sus toros; como si él no supiera antes del comienzo de qué cojeaba la corrida elegida por su equipo. Ese es, una vez más, el problema: que las figuras exigen el toro tonto de remate, el bobo, el lisiado, y, después, pretenden engañar con gestos de supuesta reprobación.

Tristísimo fue su papel en el primero, un becerrote de juguete, bobalicón e imberbe que se sentó en la arena. Ver allí a quien está considerado un figurón del toreo produce lástima porque irradiaba algo parecido a una pérdida de dignidad. Enrique Ponce no se puede presentar en plaza alguna con una birria como ese novillote primero. Su segundo también se vino abajo y colaboró al desastre final.

Una oreja cortó el malagueño Salvador Vega en su primero; fue un premio que no le reportará grandes beneficios, pero fue la justa recompensa a su decisión y ardientes deseos de triunfo. Ese segundo toro era tan birrioso como sus hermanos, embestía sin ganas y de uno en uno, pero Vega consiguió enganchar algunos derechazos limpios y ligados con el de pecho. Sus paisanos le agradecieron su buen ánimo y le recompensaron debidamente. Lo intentó con todas sus fuerzas ante el quinto, un toro de mala clase, áspero y que lanzaba derrotes al aire con tan mala uva que en uno de ellos le robó el corbatín. Para compensarle por el mal rato, lo invitaron a dar la vuelta al ruedo.

Y tampoco pudo ofrecer absolutamente nada Alejandro Talavante. Su primero era un inválido descarado y el presidente optó por mantenerlo en el ruedo, lo que provocó el disgusto general. Hasta dos veces se derrumbó en la arena el enfermo de cuatro patas, y el usía no sabía dónde meterse para aguantar el chaparrón de improperios que le cayó encima. En tardes así es muy difícil que el sexto toro haga un feo a sus hermanos con un comportamiento diferente, y se consumó el desastre. Ni un pase tuvo ese último y todo acabó como había comenzado: como un suplicio.

En la noche del viernes -esta es una de las pocas ferias en la que se anuncian hasta dos corridas nocturnas- se lidiaron toros de Los Recitales, para Salvador Cortés, Iván Fandiño y Esaú Fernández. Los toros mostraron una estampa extraordinaria, pero su condición fue pésima. Los diestros pasaron apuros de principio a fin, y Fandiño sufrió una grave cornada de 25 centímetros, desde el tobillo a la rodilla derecha. Fue volteado espectacularmente por el quinto de la noche cuando intentaba rematar con un pase de pecho una tanda de naturales. Valentísimo, se jugó el tipo sin cuento y ofreció su sangre a cambio de su heroicidad. Cortés y Fernández alcanzaron a dar una vuelta al ruedo cada uno, pero su mejor logro es que salieron indemnes. Una tarde más se demostró que el toro grande y astifino solo está reservado para los toreros de segundo nivel.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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