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Mi verdadera historia

DÍA 18

Como no soy, en sentido estricto, un lector, ignoro qué significa exactamente leer o qué consecuencias tendría dejar de hacerlo. Pero sí sé que a mi madre, con el paso del tiempo, le sentó bien abandonar la lectura. Atravesados los primeros momentos de duelo, volvió a la vida con más energías que antes. Casi de un martes para un miércoles, en casa se empezó a escuchar música, sobre todo música popular, canciones de moda, de la moda de aquellos días. Y ella volvió a ser joven, me recordaba a la mujer guapa que iba a recogerme al colegio cuando yo era así de pequeño y a la que los chicos mayores miraban de un modo que a mí me avergonzaba y aturdía. Los discos empezaron a significar en su vida lo que en otro tiempo habían significado los libros, e intuí que en el mundo de los libros, comparado con el de los discos, había algo hondamente siniestro, algo, cómo diría, profundamente cardenalicio, oscuramente académico, siniestramente togado. Pero yo necesitaba vincularme a ese mundo, aunque solo en calidad de escritor.

Adiviné que mi madre empezaba a salir con un compañero de trabajo
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Mi verdadera historia, por Carlos Cay

Mi madre se convirtió en otra, no sé si en otra anterior o en otra nueva, quizá en una mezcla de ambas. Adiviné enseguida que había comenzado a salir con un compañero de trabajo que no tardó mucho en quedarse a dormir en casa algunos días de la semana. Así las cosas, yo pasé a ocupar en su vida una preocupación secundaria. Como seguía leyendo su pensamiento (ella, en cambio, perdió con la dicha la capacidad de leer el mío), me di cuenta de que, en la medida en que no me había convertido en un psicópata, la había decepcionado (para bien). Finalmente, era un chico normal, con las ventajas e inconvenientes de cualquier chico normal de mi edad. Al principio, la "decepción" la descolocó un poco, pero luego se acostumbró a ella viviéndola como un alivio. Su hijo no era un enfermo, no había cometido ningún crimen (involuntario o no), solo en su imaginación yo había sido el causante del "accidente" que pudrió nuestras vidas. Al poner en tela de juicio su perspicacia como madre, se culpó de haberme imaginado arrojando la bola de cristal contra los coches. Aquello que había amargado su existencia, que quizá había roto su matrimonio, no había sucedido jamás.

EDUARDO ESTRADA

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