Jerez y la tela del pintor
Recuerdo con cariño el café licor que preparaba, de modo artesanal y casero, el señor Paco, oriundo de Alcoi y padre de mi amiga Aguas Vivas. Lo obtenía por la maceración durante unos días del café con el alcohol. Lo guardaba en botellas y lo servía fresquito acompañado de unas aceitunas. Siempre visito el rastro de las ciudades en las que me encuentro. Hace cuarenta años en Valencia se montaba en la calle del Palau. Cada domingo nos encontrábamos un grupo de amigos y después de nuestras excavaciones arqueológicas de papel, revistas y objetos nos dirigíamos, con todos nuestros trastos, a una tasca situada en la misma calle. La oferta no era demasiado plural y nuestro bolsillo tampoco podía permitirnos muchas exquisiteces. Así pues, recurríamos a una tortilla de patatas regada con un chatito de vino. La cerveza llegaría más tarde. El vino, con su color y textura, los racimos, las hojas de las vides y las bacanales que provoca están presentes en las telas de los grandes pintores como Caravaggio, Rubens, Velázquez, Poussin o Picasso. Como la pintura, necesita su tiempo y su reposo. Para un buen aperitivo elegiría un Jerez. Prefiero un fino seco o la manzanilla, pero también el amontillado y, según las ocasiones, el Pale Cream. Dicen que se fabrica desde el 1.100 a.C., que viajó, cruzó los mares, llegó a América y fue disputado por Inglaterra. Me encanta tomarlo frío en un espacio íntimo y agradable como El Tossal, junto con buenos amigos como Ferran Muñoz, y unas buenas aceitunas.
Carmen Calvo es pintora.
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