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Columna
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Clase ociosa valenciana

Manuel Sanchis

¿Por qué una sociedad como la valenciana, con una tasa de paro juvenil del 50,1% y una tasa de fracaso escolar del 38,5%, con graves carencias en educación y en sanidad, sigue premiando en las urnas a un partido como el PP, envuelto en el caso Gürtel? ¿Cómo es posible, con la crisis económica que está cayendo, y la que aún queda por caer, que los valencianos sigamos aplaudiendo, sin matices, espectáculos como los de la Copa del América o la fórmula 1, o proyectos ruinosos como el de Terra Mítica?

Varias razones han motivado que nos decantemos por la opción política que mejor simboliza los valores morales implícitos en estos eventos, pero en mi opinión hay uno que ha pasado bastante desapercibido a los ojos de los analistas electorales. Me refiero al discurso público que ha articulado el PP de una forma tan peculiar y, a la vista de los votos cosechados, tan eficaz. Un discurso basado primordialmente en la adulación del electorado valenciano, y cuyo objetivo principal ha consistido en alimentar diariamente nuestra autoestima, y en mejorar la percepción que tenemos tanto de nosotros mismos, como del progreso de la sociedad en la que vivimos. Pero solo la percepción. Hemos mejorado nuestra autoconciencia social gracias a la evocación de imágenes plásticas que expresan un mundo de lujo, fiestas y diversiones, propio de la clase ociosa.

Todos los tiempos y sociedades han contado con una clase ociosa con la que las capas sociales menos favorecidas se han sentido identificadas. También la sociedad valenciana. Lo que ahora nos ocurre está descrito por Thorstein Veblen en la Teoría de la clase ociosa, en donde analiza las fiestas y diversiones de la clase ociosa, así como el lucro pecuniario de la sociedad americana al cerrarse el siglo XIX. Su reflexión se centraba en el comportamiento de hombres y mujeres movidos por la obtención del lucro; es decir, sobre la conducta de los poseedores de riqueza que corrían detrás de la opulencia. Estos nuevos ricos se daban cuenta de que, contrariamente a lo que ellos habían supuesto, perseguir y acumular riqueza no conllevaba la adquisición de saber. Por eso, se refugiaban en el consumo, el vestir ostentoso, el ocio ostensible y el esnobismo, es decir, en la ausencia de nobleza -la palabra snob en inglés significa sans noblesse- como expresión de una cultura crematística y de vana presunción. Una conducta que servirá de referencia a las clases menos afortunadas, que querrán emularla.

La estrecha relación existente entre el capitalismo y el lujo tampoco pasó desapercibida para Werner Sombart, que se encargó de recordarnos, en Lujo y Capitalismo, que los partidarios del progreso económico eran también ardientes defensores del lujo. Por eso, las industrias del lujo y, en concreto, la de tejidos en Francia y en otras naciones europeas, fueron pioneras en adoptar el tipo de organización capitalista, como así ocurrió en Valencia desde finales del siglo XV hasta la creación del Colegio del Arte Mayor de la Seda a finales del siglo XVII. A la primitiva riqueza de la Edad Media, de naturaleza fundamentalmente territorial, le siguió la riqueza burguesa que reflejaba una nueva nobleza, unos nuevos ricos que ascendieron por distintos canales a la, hasta entonces, vieja clase noble, y que encontraron nuevas fuentes de riqueza en el comercio forzado, la acumulación de metales, la rapiña y la esclavitud.

El lujo y ostentación de la nueva clase ociosa valenciana ha sido el resultado directo de una política deliberada por parte del PP pues, más allá del estricto cálculo económico que podamos realizar, estas diversiones costosas y ostentosas sirven, sobre todo, a un propósito valorativo, puesto que el consumo y el ocio ostensibles quedan justificados siempre que aumenten la reputación del partido que los patrocina. Además, han contribuido a la buena fama de la nueva clase ociosa valenciana que, no solo ha desplazado al tradicional empresario valenciano, esforzado, innovador y schumpeteriano, sino que ha permitido identificarse con ella a los humildes, que la han tomado como modelo. Gracias al patrón de crecimiento seguido por la Comunidad Valenciana -a raíz de la ley 6/1998 aprobada por el PP, que liberalizaba la acción del agente urbanizador-, ha posibilitado tanto el dinero fácil como la transposición de valores políticos y económicos típicos de una política del espectáculo orientada hacia la ostentación y el lujo públicos.

Esto último ha provocado un síndrome de nuevos ricos que hemos padecido hasta hace poco, y que ha alimentado entre las clases menos favorecidas el orgullo de pertenecer a una sociedad opulenta haciéndoles creer que forman parte de ella por derecho propio cuando, en realidad, las margina. Sin embargo, estas gentes proyectan sobre la Ciudad de las Artes y las Ciencias una mirada que les reconforta y les ayuda a sobrellevar la dura realidad del desempleo y la miseria material en la que viven, les llena de orgullo y autocomplacencia. Quizás esto explique, aunque sea parcialmente, que sean benevolentes con la nueva clase ociosa valenciana y que, en una sociedad de gente honrada, aunque relativamente pobre como la nuestra, puedan convivir lujo y capitalismo, corrupción y poder político legitimado por las urnas.

Manuel Sanchis i Marco es profesor de Economía Aplicada de la Universitat de València.

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