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Reportaje:

La cueva de los zapateros

Vilanova dedica una exposición permanente al calzado guiada por artesanos

De Vilanova dos Infantes, dentro del municipio de Celanova, llama la atención la disposición circular de sus casas de piedra y teja en torno a la torre fortaleza del siglo XII que se erige en medio del pueblo. Pero lo más peculiar es, sin duda, que casi todos sus habitantes, ahora ya jubilados, comparten el oficio de zapateros y que compaginan su actividad profesional con la música.

Cuenta la leyenda que allá por el siglo XVII en esta villa se encontró una imagen policromada de la Virgen dentro de un vidrio soplado. Un herrero intentó romper el cristal y algunos pedazos que saltaron a sus ojos le dejaron ciego. Este imploró a la Virgen, quien le devolvió la vista.

Por este presunto milagro, ocho zapateros varones crearon un baile en honor a la Virgen del Cristal, que se convirtió en la patrona de este gremio de artesanos y cuya fiesta se celebra el 15 de septiembre. La danza estaba acompañada por la música de la banda municipal cuyos integrantes también eran zapateros. "En los años cuarenta íbamos a tocar a Coruña y su alcalde, Alfonso Molina, salía de cañas con los más jóvenes de la banda", comenta Luis Pérez, zapatero de 75 años que aún toca el clarinete en la orquesta de Vilanova dos Infantes.

En los cincuenta Vilanova contaba 152 profesionales del zapato
Septuagenarios que practicaban el oficio dirigen a los turistas en la muestra

Desde la fundación del conjunto de música, en 1865, los vecinos del pequeño pueblo se dedicaban en invierno a la confección de los zapatos mientras que en verano se centraban en tocar por todas las comarcas de Galicia. La atalaya medieval se convirtió en su inusitado local de ensayo.

En los años cincuenta llegaron a reunirse 152 zapateros en esta población que no alcanzaba los 500 habitantes. Una ocupación que pasaba de padres a hijos y en la que colaboraban todos los miembros de la familia que realizaban un trabajo en cadena. "Mientras que el padre fabricaba las chancas [botas de cuero con suela de madera], hacía los moldes de cartón y cortaba los patrones, las mujeres cosían el cuero y clabavan las suelas y los hijos esmerilaban la madera de los zuecos", afirma Pérez, quien empezó en esta profesión a los 12 años y recuerda que la madera la extraía de los abedules de los ríos y el curtido lo compraba por metros en el centro de producción más importante de pieles de Galicia, en Allariz.

"Éramos tantos zapateros que cuando venía el afilador le dábamos todos las piedras de esmerilar y el hombre casi no podía cargar con tantos sacos llenos de cantos", dice entre risas José Meléndez, Neso, que a sus 74 años añora la unión y la solidaridad que existía entre los vilanoveses.

A diferencia de otros pueblos, en Vilanova dos Infantes muy pocas eran las casas con establo y corral, puesto que apenas existía actividad labriega. Los bajos de las viviendas contaban en su primer piso con talleres o "cuartos" alumbrados por lámparas de carburo: "Recuerdo a mi padre cortando el cuero hasta las tres de la mañana a la luz de la vela", comenta Pérez.

Cada familia producía tres pares de zapatos al día con un coste de fabricación de cinco pesetas por par. Los de mejor calidad eran vendidos para viajantes a 300 pesetas, mientras que el resto de la producción, más asequible, se destinaba a multitud de ferias y mercados que se celebraban al cabo del mes por todo Ourense. Eran las mujeres quienes cargaban sus burros con el género mientras los hombres hacían frente al taller en Vilanova.

Con la llegada de la mecanización el proceso productivo junto con la aparición de nuevos materiales sintéticos, puso fin al complejo proceso del cosido . Esto obligó a que muchos artesanos optasen por transformarse en empleados de algunas fábricas que fueron surgiendo por la industrialización mientras que los más valientes emigraron a Latinoamérica, sobre todo a Venezuela. "Un zapatero autónomo ganaba 22 pesetas al día. En las fábricas solo nos pagaban 18 pesetas", afirma Luis Pérez. Los menos decidieron instalarse en Celanova y montar algún comercio de calzado junto con un taller de reparación.

Actualmente Vilanova dos Infantes solo cuenta con 50 vecinos y un zapatero que abandonó el oficio artesanal fascinado por las nuevas tecnologías. Pero los vilanoveses se niegan a que se olviden sus seis siglos de historia del calzado y para evitarlo han creado una exposición permanente en la Cueva de San Vivián, una construcción enigmática cuya procedencia es inexplicable. Luis Pérez y Neso cedieron sus esmeriladoras, banquillas de trabajo, máquinas de coser y herramientas para la muestra y son los propios zapateros septuagenarios de la localidad quienes guían a los turistas y explican anécdotas desde su propia experiencia. Para acceder al recinto basta con tropezar con un lugareño quien conduce al visitante al inusual museo. Nadie mejor que ellos para dar a conocer el arte del calzado.

NACHO GÓMEZ

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