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Madera de profeta
Columna
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Oda al mono

Prestando atención a la siempre cochambrosa cartelera veraniega uno puede atisbar indicios prometedores aquí y allí aunque nunca pondría la mano en el fuego por nada (a menos que se tenga cinco años, entonces sí, Los pitufos huele a obra maestra). Uno de esos indicios se llama El origen del planeta de los simios.

Efectivamente, es otro remake de la mítica película dirigida por Franklin J. Schaffner en 1968, que nos dejó uno de los finales más legendarios de la historia del cine y dio origen a múltiples secuelas. El último intento de retomar la saga lo protagonizó Tim Burton en 2001 cuando dirigió una especie de verbena fílmica con toneladas de maquillaje y un protagonista claramente deficiente. A pesar de ello -ya se sabe- el estudio (Fox) no se rindió y ha decidido volver a intentarlo 10 años después. No será muy difícil superar al pobre Burton, que quede claro, pero la película (o al menos su tráiler) promete un enfoque distinto, más naturalista por así decirlo. Empieza con un experimento porque todas estas rebeliones animales empiezan con uno. Obviamente el experimento sale mal porque los experimentos cinematográficos siempre salen mal. Después todo se enreda y los simios descubren que con un buen palo se pueden arreglar muchos problemas (algo que los urbanitas descubrimos ya hace mucho tiempo).

El origen del planeta de los simios plantea la cuestión de siempre: es bastante probable que el espectador se ponga del lado del animal en lugar de empatizar con sus congéneres humanos. Así dicho puede parecer gracioso (y se ha visto mil veces en películas), pero entraña un buen número de peligros, empezando por la perversión del orden natural en el que muchos creen a pies juntillas: el hombre es superior al animal, ya sea este un cerdo, un toro o un simio. El que diga que no es un ignorante o, aún peor, un ecologista.

La gran ironía, porque no puede calificarse de otra manera, es la coincidencia temporal -al otro lado del Atlántico- de este proyecto de ficción con otro, Project Nim, cuyo enunciado pone los pelos de punta: "Un chimpancé es separado de su madre al nacer y entregado a una familia para que lo críe como un humano". Todo empieza en los años setenta cuando el profesor Herbert Terrace de la Universidad de Columbia decidió conducir un experimento sobre la adaptabilidad del animal en cuestión. Para más inri, Nim (que así se llamaba el bebé) fue entregado a una familia de hippies que le pusieron al día en cuestión de drogas y alcohol y en el que la madre llegó a darle el pecho. Como era de suponer, al cabo de unos años el chimpancé creció y empezó a mostrarse inestable con su "familia". Luego, claro está, todo fue a peor. A mucho peor.

El director de esta tremebunda historia se llama James Marsh, y es un señor que ganó el Óscar por Man on wire, un documental sobre Philippe Petit, un funambulista chiflado que atravesó las Torres Gemelas tendiendo un cable entre ellas en 1974.

La película nos llegará en breve, en cuanto al documental es bastante más dudoso (aunque las dos conformarían un maravilloso programa doble). La moraleja tiene tantas aristas que cada uno debería elaborar la suya propia, pero quizás deberíamos empezar a plantearnos quién es más animal: Nim o el profesor Terrace. Mi bola de cristal me dice que la película de Marsh estará en la -apretada- terna para los Óscar de 2012. Quién sabe, igual hasta sería una buena excusa para dejar de hacer el mono, ¿no?

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