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Columna
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Vuelta a las andadas

Las reformas deberían hacerse en los momentos de bonanza, pero se hacen siempre en los momentos de crisis o como consecuencia de que se ha pasado por una situación crítica. En nuestro país y en todos. Se hacen reformas no porque se quiera, sino porque no hay más remedio que hacerlas. No debería ser así, pero es así.

Dado que estamos atravesando por una crisis global, por la primera crisis global de la historia, las necesidades de reformas se están poniendo de manifiesto en todos los niveles, desde los universales, de gobernanza mundial, que se expresa en organismos como Naciones Unidas o Fondo Monetario Internacional, a los continentales europeos o a los de las diferentes naciones-Estado. Desde el final de la segunda guerra mundial no ha habido un momento en que hayan existido tantos desequilibrios a los que hacer frente como en el que nos encontramos. De ahí la sensación generalizada de desconcierto y la individualizada de angustia con la que esta crisis se está viviendo.

Ahora bien, una cosa es hacer reformas y otra muy distinta volver a las andadas, que me temo que es lo que se está proponiendo en nuestro país en un tema tan central como el de la estructura del Estado. El mensaje transmitido conjuntamente esta misma semana en la escuela de verano de la fundación FAES por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, y por el presidente de la fundación, José María Aznar, no es un mensaje reformista, sino un mensaje recentralizador, con el que viene a ponerse en cuestión el proceso de puesta en marcha del Estado de las Autonomías en estos primeros decenios desde la entrada en vigor de la Constitución. La identificación del referéndum del 28-F en Andalucía como el momento clave, en el que se torció lo que debería haber sido el proceso correcto de interpretación de la Constitución, no pudo ser más elocuente. La construcción del Estado de las Autonomías se salió de madre porque Andalucía tuvo un protagonismo que no le correspondía y vició, en cierta medida, el desarrollo del proceso. Lo que debería haber sido un proceso limitado territorialmente de ejercicio del derecho a la autonomía, se convirtió en un proceso general, en el que desapareció en la práctica, en lo que al ejercicio del derecho a la autonomía se refiere, la diferencia entre nacionalidades y regiones y todas las comunidades autónomas han acabado ejerciendo el derecho a la autonomía en condiciones de igualdad.

Esto es lo que se está intentando poner en cuestión desde hace ya algún tiempo, pero con más intensidad recientemente. Aunque no haya ninguna evidencia empírica que justifique que se haga responsable a nuestra estructura del Estado del origen o de la intensidad de la crisis, es a dicha estructura en la que se ha puesto el foco, como si a través de la reducción del contenido y alcance del ejercicio del derecho a la autonomía se pudiera encontrar una vía de solución.

Me parece un error. La estructura descentralizada del Estado no solo no tiene nada que ver con la génesis y con la intensidad de la crisis, sino que está siendo un elemento amortiguador de las consecuencias de la misma de importancia más que notable. Si en lugar de 17 centros de absorción de las tensiones generadas por la crisis, fuera uno solo el que tuviera que hacerles frente, es más que probable que el clima pacífico en que se ha desarrollado la convivencia no lo hubiera sido tanto. Sin duda, habrá que revisar la distribución de competencias entre los distintos niveles de gobierno, pero no para volver hacia atrás, sino para seguir avanzando.

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