Argentina y las cenizas
Argentina sigue cubierta de ceniza. Se mezclan en el aire invernal las emisiones del volcán Puyehue con la profunda tristeza que nos dejó entre sus aficionados el descenso de River y la decepción general por las actuaciones del equipo nacional en los dos primeros partidos de la Copa América.
La hinchada argentina, quizá sin darse cuenta, fue construyendo un paisaje ideal en los meses previos al torneo. A su histórico favoritismo y condición de local agregó la certeza de contar con Messi, el mejor futbolista del mundo. A esto le sumó la declaración del seleccionador: "Queremos jugar como el Barcelona". La receta perfecta para generar una expectativa desproporcionada en un equipo que se está armando.
Mas allá de ganar, Batista deberá lograr un equilibrio ofensivo que no dependa solo de arrestos individuales
En el partido contra Bolivia, en su intención de construir tocando, la selección adoleció de falta de velocidad en la circulación. Los laterales tuvieron escasa proyección en ataque y la falta de rotación posicional disminuyó las posibilidades de profundizar. Messi, sin interlocutor, quedó aislado y marginado de su zona de influencia.
Si bien contra Colombia el equipo mejoró en la velocidad del toque, volvió a fallar a la hora de profundizar. La idea de mantener dos delanteros abiertos, con la intención de facilitar el trabajo de posesión durante el ataque, pierde eficacia si no se consigue ser además incisivo. Las posiciones fijas de los delanteros, que cuando reciben el balón se obligan a duelos personales, y la línea de tres volantes defensivos con características semejantes, produjo nuevamente una circulación demasiado previsible. De esta forma, aumentan las opciones de éxito de planteamientos como el de Colombia.
Messi, que es exactamente la misma combinación de átomos que vemos en Barcelona, sufre la adaptación al sistema, al entorno futbolístico y a la impaciencia de un público con tendencia paternalista, al que le gusta refugiarse en la figura de un líder y suele olvidar que el fútbol es un trabajo de equipo. Aquí Messi se encuentra rodeado de jugadores con características distintas a las de sus compañeros del Barça y con un sistema que aun no fluye. Sin volantes con la precisión en el pase largo o la movilidad ofensiva y la capacidad asociativa de Xavi o Iniesta y con la compañía de delanteros más encaradores, como Tévez y Lavezzi, que dialogantes, La Pulga intenta sobrevivir a esa escasez de espacios y de apoyos acercándose al centro del campo. Demasiado lejos de su territorio.
Ante Costa Rica, Argentina deberá encontrar alternativas para liberar a Messi y acercarlo al arco. Lo logrará en la medida que le aleje la defensa enemiga y le arrime un socio o, en su defecto, le otorgue libertad para rotar y caer por las bandas. La entrada de Higuaín, como delantero para fijar a los centrales, dificultando el achique defensivo y alargando el campo rival es una posibilidad. Otra sería la presencia de un volante con mayor capacidad de lanzamiento que agilice el tránsito del balón y dé opciones de profundidad, como lo consiguió Gago, de forma intermitente, cuando entró en la segunda parte contra Colombia.
Cuenta también Batista con Di María, capaz de aportar penetración llegando por cualquiera de las bandas sin ocupar prematuramente los espacios, y con Pastore, otro volante talentoso que puede secundar a Messi en el enlace y romper la monotonía de la línea de tres medios defensivos.
A la selección le sobran opciones individuales para resolver sus dudas y todavía depende de sí misma. El próximo partido tiene múltiples objetivos. Más allá de ganar, que es imperativo, Argentina deberá lograr un equilibrio ofensivo más colectivo, que no dependa solo de arrestos individuales. Será preciso, además, empezar a delinear una forma de jugar que renueve las expectativas del grupo y de la gente de cara a la siguiente fase, donde comienza la verdadera Copa.
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