La montaña que no llega
El noruego Hagen da al Sky la primera victoria de su historia en la carrera francesa
En las estaciones francesas un letrero advierte: cuidado al cruzar las vías, un tren puede tapar a otro tren. En el Tour, también podrían avisar: cuidado, en los sprints detrás de un noruego puede aparecer otro noruego. De Noruega, donde debe de haber tantos ciclistas como toreros, hay dos corredores en el Tour, y a los dos les gusta distinguirse. Uno, el viejo Thor Hushovd, lleva ya cinco días de amarillo haciendo de todo en cabeza del pelotón cuando se acerca el final, ya sea lanzar a Farrar, que ganó la etapa del lunes en Redon, lanzarse a sí mismo u observar con la boca abierta los progresos del noruego joven, Edvald Boasson Hagen, potente y elegante sobre la bici, uno con nombre de dramaturgo dramático a quien le gustan los sprints lejanos, en cuesta y a contrapié, quien si el miércoles, en Cabo Fréhel, calculó mal la distancia, ayer, en Lisieux -una cuesta pasada Santa Teresita, cuando la tormenta, olor a incienso, camembert, manzanos, bosta de caballo y madalenas de Proust: Normandía y sus colinas- manejó los tiempos a la perfección, atacando a 400 metros, cuando lo más duro ya había pasado. Su victoria fue la primera de la historia de su equipo, el Sky, en el Tour, una noticia que algún medio de Murdoch, el magnate dueño del equipo, no podrá dar.
"Un día así en el Tour es tan duro como una etapa terrible del Giro", cuenta Riis
En lo más duro justamente de la cuesta, a dos kilómetros y medio de la meta, apareció Contador, su instinto de campeón que no se resigna a no marcar el desarrollo de la carrera hasta en territorio hostil. Aceleró por la derecha buscando una reacción a su espalda pero se topó con que tomó una rotonda por el lado largo, el equivocado. "Pero no", dice su director, Bjarne Riis. "No intentó atacar, simplemente estaba muy detrás y del impulso que hizo para avanzar a cabeza, casi se escapa". "Eso, eso", repite Contador, a quien acaban de curar las heridas de las caídas del miércoles. "Estaba mal colocado abajo y remonté. Para nada he querido probar, no tenía piernas suficientes".
Mientras habla, por detrás de él van subiendo al autobús, empapados, derrengados, heridos algunos, la fatiga clavada en sus miradas apagadas, sus compañeros de equipo, víctimas de la tensión, del miedo, del agua que, como bien se sabe, les llueve a los ciclistas desde el suelo en forma de chorro, les ciega y obliga, a los que no han sido tan precavidos de rociarlas con un espray de norauto, a quitárselas, a luchar con los ojos desnudos. Llegan y rezan, que llegue la montaña, que llegue la montaña. Como si fueran nuevos, se sorprenden de que la montaña no llegue (llegará, a lo pequeño, muy pequeño, mañana, y a lo grande el próximo jueves). Se animan y dicen, un día menos para la montaña. Es la fatiga que asusta, los días con huella, el estrés catabólico, no la de carreras pasadas. Donde los noruegos disfrutan, los españoles padecen. "Pero el Tour es así, siempre ha sido así", dice Riis, que es danés y está a medio camino, pues guía a un español. "Un día de estos, típico de primera semana de Tour es casi casi tan duro como una de esas etapas tan terribles de montaña del Giro". Dani Navarro, el escalador asturiano de Contador, asiente entusiasta, una imagen de la virgen de Covadonga bailando en su pecho; y Contador también está de acuerdo. "Son dos cosas muy diferentes", dice el corredor que intentará ser el primero desde Pantani en el 98 que gane Giro y Tour en el mismo año. "Si físicamente eres el más fuerte que el resto, como me pasó en el Giro, lo llevas mucho mejor, pero ante la tensión todos somos iguales, y termina minando. En efecto, me quedo con una etapa de montaña del Giro antes que con una llana del Tour". Seguramente Leipheimer, que perdió 1m 5s tras caerse de nuevo, firmaría esa elección.
Uno que brilló en el Giro, Kiryienka, aquel bielorruso atómico de Sestriere, ha sucumbido, átono, en el Tour. El corredor del Movistar decidió descolgarse del pelotón en el avituallamiento, a más de 100 kilómetros para la meta, quejándose del estómago (pero no llamó al médico) y, consecuentemente, llegó fuera de control. Individualista feroz, abandona a un equipo que ha encontrado un sentido a este Tour en la doble pelea cotidiana de Rojas, el hombre que ama la adrenalina, por el maillot verde. Pese a la dejadez de Kiryienka, el campeón de España recuperó ayer terreno y ya se encuentra a un punto del líder, Gilbert, el favorito de los jueces.
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