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Columna
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El taxista indignado

No soy muy de andar por ahí en taxi, por lo mismo que odio los ascensores, primos hermanos de la escasa versatilidad de los ataúdes, pero el domingo pasado, con la tarde ya mediada y sin un solo autobús a la vista, me decidí a pillar uno al que paré muleta en ristre y apenas acomodado observé en el taxista de mediana edad una apostura tranquilizadora y me dediqué entonces a mirar las calles por la ventanilla cuando el conductor, que tenía ganas de pegar la hebra, hizo un breve comentario sobre el verano atroz que nos esperaba, a lo que asentí diciendo algo así como que hemos pasado otros peores, cuando me aclaró que no se refería al calor, ya que al fin y al cabo él pasaba la mayor parte del día en el coche con aire acondicionado, sino a lo que nos esperaba en todos los sentidos, y no hubo necesidad de que yo abriera la boca para que (un tanto atemorizado de que me largara un discurso de obispado radiofónico) supiera con cierta rapidez a qué se refería con su expresión en todos los sentidos cuando añadió si, por ejemplo, había visto a los indignados de la Plaza del Ayuntamiento, indignados en todos los sentidos, quiero decir, puntualizó, que están indignados por todo, como casi todo el mundo, y que hacía falta valor y dedicación para hacer lo que estaban haciendo, cuando dejábamos atrás Blasco Ibáñez para girar hacia Viveros, y añadir, ante el semáforo en rojo, que yo tenía aspecto de comprender las cosas (supongo que se refería a mis gafas, porque mi porte muletero era más bien penoso), y que como él habíamos pasado más o menos el último franquismo, la transición, la llegada de la democracia como si fuera el arco iris con los que los gays celebran sus días, y unas primeras elecciones generales todo lo chapuceras que se quiera pero que ahí estaban, o estuvieron, y perduraban, y que eso había sido lo más importante para quienes soportamos como pudimos la dictadura, pero que ahora, ahora -insistió al enfilar el puente hacia las torres de Serranos- no vale de gran cosa porque las cosas no han salido como ellos esperaban, y yo dije ¿ellos?, ¿quiénes?, y dijo pues como si dijéramos los políticos, o los partidos políticos, o algunos de ellos, porque ¿cómo no indignarse al cabo del tiempo?, y no sólo los jóvenes -se respondió-, sino todo el mundo, ya habrá visto que a los indignados jóvenes se han unido personas mayores, como nosotros, ¿no?, que lo mismo hace años que están hartas y nunca han montado un campamento de protesta, porque no les han dejado o porque les faltaba la fuerza, pero mire -añadió, volviendo su cara hacia la mía, ante las Torres de Quart-, los jóvenes se quejan de que no tienen nada y los mayores de que se han quedado sin casi nada, no es lo mismo pero es algo parecido..., se apea aquí, lástima, son seis euros pero se lo dejo en cinco, y hasta la vista.

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