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Columna
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La raíz del problema

Lo que ha ocurrido en Extremadura, si finalmente no se produce la rectificación exigida por la dirección federal de IU y los parlamentarios extremeños de esta formación política permiten que el PP ocupe el Gobierno de la comunidad autónoma, empezó a gestarse en Andalucía en las elecciones autonómicas que se celebraron en 1994. En Andalucía, para que el PP hubiera podido llegar al Gobierno, hubiera sido preciso que IU hubiera votado positivamente la investidura de Javier Arenas, ya que el PSOE fue el partido más votado. En Extremadura, como es sabido, basta la abstención o votar al propio candidato para que el PP alcance el Gobierno.

La diferencia es importante. Tanta, que el PP se quedó en la oposición. Pero se quedó en la oposición acompañado por IU. En lugar de hacer uso de los 20 escaños que obtuvo en dichas elecciones para haber entrado a formar parte del Gobierno en una posición nada subalterna, IU prefirió constituir una coalición negativa con el PP, a fin de desgastar al PSOE, con la finalidad de ocupar el espacio del partido socialista. Dicha estrategia la continuó y la amplió incluso en las elecciones municipales de 1995, lo que condujo a que el PP ocupara tres alcaldías de capitales de provincia, Córdoba, Málaga y Huelva, que no las habría ocupado si los concejales de IU y PSOE hubieran votado juntos en la elección de los alcaldes y consiguientes gobiernos municipales.

En 1994 y 1995, IU ensayó en Andalucía tanto la coalición negativa con el PP contra el PSOE en el Gobierno, como la no coalición con el PSOE para hacer posible la llegada del PP al Gobierno cuando los resultados electorales hacían posible que así fuera.

No quiero decir con ello que de lo que ha ocurrido en Extremadura sea responsable la dirección de IU en Andalucía, pero sí que, sin el precedente andaluz de 1994 y 1995, no habría ocurrido en Extremadura en 2011 lo que ha ocurrido. El origen de la estrategia viene de lejos y enraizó muy profundamente. Casi todos los dirigentes actuales de IU, no solamente los de Andalucía sino los de todas las comunidades con excepción de Cataluña, participaron directamente en la puesta en práctica de aquella estrategia. Y eso ha mermado su legitimidad a la hora de exigir coherencia a los compañeros de Extremadura. En 2011, no se ha hecho algo inédito en la historia de IU, sino que se ha repetido lo que ya se hizo en el pasado con la contribución de prácticamente todos los que ahora están diciendo que no se haga.

No es difícil imaginar que los militantes extremeños de IU piensan que los militantes del resto del Estado están de acuerdo con ellos en el fondo y que su desacuerdo se debe exclusivamente al temor al castigo en futuras consultas electorales.

IU no ha hecho todavía una reflexión a fondo de lo que fue su ejecutoria en la década de los noventa. Joaquín Almunia le brindó una oportunidad excelente para haberlo hecho, al ofrecerle un pacto electoral en las elecciones generales de 2000, pero la dirección de IU desaprovechó esa oportunidad. El resultado fue desastroso tanto para el PSOE como para IU.

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Desde entonces parecía que lo que había ocurrido en el interior de la izquierda española, con ese enfrentamiento a cara de perro entra la izquierda de tradición socialista y la de tradición comunista, había quedado superado. Acabamos de comprobar que no es así. No estamos, ni de lejos en 1994-1995, pero no estamos tampoco, ni de lejos, ante lo que debería ser un acuerdo sobre principios básicos que tienen que presidir las relaciones de los partidos de la izquierda española entre ellos y con los demás. Por eso ha pasado lo que ha pasado. Y por eso, no es probable que vuelva a pasar, pero puede volver a pasar.

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