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Tribuna:Laboratorio de ideas
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Cien años después

Emilio Ontiveros

La severa particularización de la crisis global en la eurozona, así como la complejidad y lentitud del proceso de recuperación de algunas de sus economías, son tributarias de sistemas bancarios que están lejos de cumplir las funciones que tienen asignadas en el normal funcionamiento de cualquier economía. Si suficiente era la evidencia acerca de la contribución del desarrollo financiero al crecimiento económico, esta crisis puede llegar a ilustrar la causalidad contraria: algunos sistemas bancarios dificultarán de forma significativa la recuperación económica.

Cuatro años después de la emergencia de la crisis, la asignación de liquidez en los mercados mayoristas, una de las primeras manifestaciones del colapso crediticio global, sigue sin comportarse conforme a la eficiencia que se suponía asociada a ese tipo de mercados. Ni que decir tiene que las consecuencias de esos fallos de mercado son más adversas para las economías más dependientes del ahorro exterior, como es el caso de la española. La canalización mayoritaria de esas necesidades de financiación se ha llevado a cabo a través del endeudamiento de las entidades de crédito.

No es fácil encontrar un periodo en el que la inversión crediticia haya sufrido tal contracción

A esos problemas de liquidez en algunos sistemas bancarios de la eurozona se añade el estrechamiento de sus márgenes y el deterioro de la solvencia de sus operadores consecuente con el desplome de la actividad económica. La erosión en la calidad de los activos bancarios está siendo tanto más explícita cuanto mayor era el peso específico de los más directamente vinculados al sector desencadenante de la crisis. Es también el caso del sistema bancario español, donde la inversión en el sector inmobiliario (desde hipotecas a las familias hasta créditos a promotores, pasando por la inversión directa en activos de esa naturaleza) representaba en 2007 más de la mitad de los activos conjuntos de bancos, cajas de ahorros y cooperativas de crédito.

Es conocido que el de España es uno de los sistemas financieros en los que el peso del sistema bancario es mayor. Al margen de la intermediación bancaria convencional, son muy reducidas las posibilidades de captación de financiación por las empresas, en especial las de mediana y pequeña dimensión. Esa es una de las razones que hace de la recuperación de la economía española una de las más condicionadas por los problemas antes comentados de sus entidades bancarias.

No estamos ante problemas radicalmente nuevos. En otros momentos de la historia económica española, algunos de los principales operadores del sistema financiero atravesaron dificultades o incluso sufrieron episodios de crisis de solvencia en toda regla. Pero no es fácil encontrar en las décadas recientes un periodo en el que la inversión crediticia haya sufrido una contracción tan brusca como el que tuvo lugar tras el contagio a Europa por la crisis hipotecaria estadounidense, en julio de 2007. Es lógico que una situación tal suscite algo más que curiosidad acerca de precedentes relevantes en nuestra historia económica, de forma similar a como la crisis global ha renovado los estímulos al análisis histórico de la inestabilidad financiera, en especial las crisis que se han sucedido desde la ruptura del sistema monetario internacional basado en los acuerdos de Bretton Woods.

Esa oportunidad de contraste con otros periodos de la agitada historia económica española la ofrece la publicación Un siglo de historia del sistema financiero español, dirigida por José Luis Malo de Molina y Pablo Martín Aceña, prologada por el gobernador del Banco de España y editada por Alianza Editorial. Las aportaciones de sus 15 autores satisfacen propósitos diversos aunque estrechamente complementarios: contextualizan históricamente las transformaciones del sistema, valoran las principales reformas, descomponen el estudio de los principales subsectores del sistema bancario (bancos y cajas de ahorros), vinculando su comportamiento con la evolución macroeconómica. Se da cuenta igualmente de la evolución de la regulación y supervisión bancarias, del desarrollo de los mercados de valores, del grado de integración y competencia que caracteriza al conjunto del sistema financiero, de su internacionalización o, finalmente, de los retos que afronta en el contexto de esta crisis todavía vigente, genuinamente financiera.

De la lectura de esos ensayos es posible deducir que la evolución del sistema financiero español, a pesar de etapas ciertamente complicadas y perturbadoras, ha contribuido a reforzar esa sobrada evidencia acerca de los vínculos existentes entre desarrollo financiero y prosperidad en la mayoría de las economías avanzadas. Como en otros ámbitos de nuestra economía, el desarrollo del sistema financiero responde en gran medida a las decisiones de homologación institucional adoptadas en el proceso de integración en Europa. A pesar de las frecuentes crisis bancarias que en España han tenido lugar, o precisamente por ello, la adaptación reguladora y la eficacia supervisora han sido también rasgos característicos de esa historia, en especial en las décadas recientes.

No menos importantes han sido las intenciones de las autoridades españolas, en especial a lo largo de la última década, por compensar esa notable bancarización de nuestro sistema financiero mediante decisiones tendentes a propiciar el desarrollo de los mercados de capitales. Con todo, este es todavía limitado. Como lo son aquellas modalidades específicas de financiación del nacimiento de empresas más extendidas en las modernas economías, como es el capital riesgo en sus fases iniciales o el capital semilla.

Por su propia naturaleza y composición, no se trata de una obra que se preste a una rápida síntesis. Pero puestos a hacer un balance del siglo que abarca, bien podría concluirse que el resultado final es el de un sistema financiero ampliamente liberalizado (lo que no excluye una adecuada regulación y supervisión), muy abierto al exterior, competitivo y eficiente. Esos atributos, explicativos en gran medida de la complicidad positiva con el desarrollo de la economía española en las últimas décadas, los está poniendo a prueba la crisis actual. La singularidad de esta no descansa únicamente en su génesis y rápida propagación global, sino también en la profunda revisión que de normas y prácticas en operadores y supervisores financieros traerá consigo en las economías avanzadas.

En España esta crisis no solo se ha concretado con especial intensidad en la determinación del elevado desempleo y mortalidad empresarial. También ha determinado reacciones singulares, en forma de una suerte de sobrerregulación bancaria y, lo que quizá sea mucho más significativo, la reducción del propio censo y de la naturaleza de algunos operadores bancarios. Las transformaciones en las cajas de ahorros constituyen el exponente más destacado hasta el momento. Pero no pueden descartarse alteraciones adicionales de importancia, derivadas de ese exceso de capacidad instalada que se hará tanto más patente cuanto más se prolongue la anemia de la actividad económica.

Esa combinación de los efectos de esta crisis global y la rémora que todavía puede constituir el anómalo funcionamiento de los sistemas bancarios concede a los análisis contenidos en este volumen un valor añadido. Cuando el distanciamiento temporal sea suficiente, el estudio de la gestión de esta crisis en nuestro país merecerá una atención específica que sin duda enriquecerá notablemente la ya valiosa contribución que esta obra ha hecho a la historia de la economía española. Todavía es pronto, en todo caso, para verificar hasta qué punto la prolongación del anómalo comportamiento de los sistemas financieros, el español incluido, puede llegar a cuestionar algunas de las conclusiones que se deducen de esta obra.

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