No la pierdan
Francia es uno de los últimos países de la zona euro con la calificación de triple A y uno de sus principales infractores fiscales. Solo Irlanda, Grecia y España -por ese orden- tendrán unos déficits presupuestarios mayores este año. Con el 5,7% del PIB, el déficit de Francia equivale al de Portugal, que actualmente negocia un rescate del FMI y de la zona euro.
Los temores ante las rebajas de la calificación del crédito ayudan a explicar la renacida rectitud fiscal del Gobierno francés. También es la razón por la cual el presidente Nicolas Sarkozy ha secundado tan firmemente las opiniones de la canciller alemana, Angela Merkel, sobre la crisis de la deuda en el último año. Si los mercados se vuelven contra Francia, no le quedará más remedio que buscar el humillante apoyo alemán, político y financiero.
Para empeorar las cosas, las elecciones presidenciales del próximo año conllevan un doble riesgo. Antes de que lleguen, el impopular Sarkozy podría verse tentado de ponerse a repartir dinero. Después, los socialistas en la oposición, que pueden ganar poder, ya han advertido de que se tomarían su tiempo para devolver el déficit de Francia al límite del 3%.
Además de la preocupación por la capacidad de las élites políticas para cumplir sus objetivos, el potencial exportador y de crecimiento del país despierta una profunda inquietud. Francia no ha equilibrado un presupuesto en más de 30 años. La deuda, situada en el 85% del PIB, aún es controlable, pero cerca del peligro. El país también presenta un déficit por cuenta corriente -de cerca del 3% del PIB- y eso es una señal de la disminución de su competitividad. Por último, Francia posee el récord de la zona euro por gasto público, que se sitúa en un asombroso 56% del PIB este año. El compromiso del Gobierno de no hacer nada más que congelar el gasto en términos reales no aborda el problema.
Una rebaja de la calificación sería un desastre político para Sarkozy. También sumiría a toda la zona euro en una crisis que haría palidecer sus actuales desgracias. Le pedirían ayuda a Alemania en una repetición inquietante de la historia financiera europea anterior al euro. Unos mayores costes de financiación y unas condiciones más estrictas establecidas por Berlín harían entonces que la política fiscal fuera mucho más dolorosa de lo que lo sería si ahora se empezara a trabajar en serio.
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