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Reportaje:

Contador no pica

Nibali, con un descenso loco, intenta desafiar al español, que mantuvo la calma

Carlos Arribas

Consecuencia del gigantismo de los equipos, tanto camión, autobús, tanto coche, tantas necesidades de espacio, los ciclistas ya no duermen en hoteles del centro de las ciudades. Los alojan en las afueras, en pueblos feos, en polígonos industriales. Si quisieran hacer un experimento, solo con intentarlo conseguirían correr todo un Giro o un Tour o una Vuelta sin saber si en realidad están en Italia, Francia o España. Son nómadas, gente de viaje perpetuo, que ayer, cuando se acercaban a Orvieto por caminos de tierra tuvieron el privilegio de ver allí arriba la ciudad colgada sobre una roca volcánica tal como la pintó Turner hace 200 años, como un espejismo de polvo blanco, y la fachada del Duomo brillando bajo un sol terrible. Pudieron haber disfrutado de la vista espléndida, pero no lo hicieron porque ayer, al final de la quinta etapa en el corazón de Umbria ellos eran la vista, un espectáculo de sudor blanco, toses, agobios atribulados y angustia.

"Nunca he hecho ciclocross y no me planteo hacerlo en el futuro", dijo el de Pinto
Detrás de él, un pandemónium de blasfemias, gritos y equilibrios

Desde Orvieto, desde su plaza elevada, la carrera, a la distancia, serpenteando por el valle, entre olivos, viñas y pinos, era una nube blanca pegada al suelo en zigzag, en cuyo interior los corredores -197 ayer, pues los ocho del Leopard, que no podían soportar la pena por la ausencia de Wouter Weylandt, abandonaron la noche anterior- se jugaban el destino, la salud, los huesos. Una situación poco agradable.

"Nunca he hecho ciclocross y no me planteo hacerlo en el futuro", dijo Contador. "Esto no tiene sentido en un Giro, nos jugamos caídas con consecuencias graves y el resultado de la carrera puede quedar desvirtuado". A Contador, que, pese a todo, se manejó perfectamente en los tramos de tierra, los 19 kilómetros divididos en tres sectores, le desafió bajando Nibali, el otro gran favorito, quien hizo un alarde estúpido de habilidad sobre las finas dos ruedas arriesgando al límite en el vertiginoso descenso del empinado puerto incluido en el primer trato de polvo.

Detrás, un pandemónium de blasfemias, gritos y equilibrios. Quienes intentaron seguirle sudaban frío para aguantar, y sacaban el pie del pedal para vencer a la fuerza centrífuga, que los despedía en las curvas hacia las cunetas. Otros que habían intentado escaparse se caían o sufrían pinchazos y averías. Pero eran corredores de segunda fila. Los grandes no se movieron. Ni Contador, ni ninguno de los otros favoritos, todos muy atentos, todos en su sitio -no falló nadie: Scarponi, Purito, Kreuziger, Menchov, Arroyo, Anton- entraron al trapo. "Yo tenía claro que no iba a arriesgar. "Luego, en el asfalto le cogimos fácil", dijo Contador. "No tenía sentido ponerse nervioso allí. Quedaba mucho para meta, más de 30 kilómetros, y Nibali no iba a ninguna parte", dijo Purito Rodríguez.

Purito tenía las esperanzas puestas en el final de la etapa, en el repecho de dos kilómetros, de esos que se dicen que ni pintado para sus condiciones. Para las suyas y las de Scarponi, las de Garzelli, las de Kreuziger, las de Menchov, las de Anton... Pero ninguno de ellos fue capaz de ganarla.

A todos se les anticipó un holandés fino como el alambre pero alambre de acero llamado Peter Weening, que se escapó con Gadret en el último tramo. Los dos alcanzaron en dos pedaladas al fugado del día, el suizo Kohler, pero cuando quedaban menos de 10 kilómetros, Weening los dejó atrás. La victoria de etapa llevó añadida la maglia rosa de líder, efímera en las espaldas de Millar, que solo la lució el día de duelo. Terminada la jornada, los ciclistas, cubiertos de polvo -"somos mineros", dijo Purito. "Hemos sufrido como ellos: ni siquiera hemos podido comer o beber por no soltar el manillar"-, la cabeza baja, la mirada en el suelo, atraviesan la plaza del Duomo sin mirar siquiera la fachada brillante, los mosaicos dorados brillando, camino de su autobús, la burbuja que los envuelve y aliena. Hoy, otra ciudad, más kilómetros, más carretera, no importa dónde. Solo uno se detiene, se baja de la bici y se deleita con la vista. Es Pablo Lastras, el primer español de la general (quinto, a 22s de Weening), el único sobre quien no funcionaría el experimento del nómada extraño. "Y el martes fui el único del pelotón que vio la torre de Pisa", grita.

5ª etapa. 1. Pieter Weening (Hol. / Rabobank) 4h 54m 49s. 7. Alberto Contador (Saxo Bank), a 8s. General. 1. Pieter Weening, 14h 59m 33s. 5. Pablo Lastras (Movistar), a 22,9s. 9. Alberto Contador (Saxo Bank), 30s.

Alberto Contador en el pelotón.
Alberto Contador en el pelotón.FRANCK FAUGERE (AFP)

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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