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OPINIÓN
Columna
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Está enfadado

Juan Cruz

Se podría decir que José María Aznar estaba enfadado en España por lo que habían dicho que dijo en Estados Unidos sobre su país. Y uno lo hubiera entendido: él da una charla en una universidad, dice algo que la verdad no es muy ortodoxo desde el punto de vista de las lealtades que deben los expresidentes a su patria, se divulga en los medios de su país, y empiezan a decirle de todo en los editoriales, en las tertulias y en los twitters. Y, claro, se enfadó.

Pero no parece que fuera así. Él estaba enfadado de antes, no es que se enfadara por lo que él estima que es una manipulación de sus palabras. Se sintió tan manipulado que tuvo que salir su fundación, la Faes, a decir de verdad qué dijo. Yo creo que lo que dijo no fue manipulado, fue lo que dijo. Otra cosa es que él sienta que su palabra, su imagen, lo que dijo y cómo se vio lo que dijo, no le hace justicia. Porque nadie querría verse, ni oírse, así, tan enfadado. El enfado produce el grado máximo de la perturbación en el habla. Y Aznar tiene una propensión realmente llamativa a difundir lo que piensa con un tono que a él mismo debe irritarle. No es casual que en la más célebre de sus apariciones públicas hasta ahora, aquel día en que explicó que había trabajado mucho con Bush, hubiera adoptado un tono que no era el suyo. Fue como si importara un estilo, y no sólo un acento o un lenguaje; importaba una impostación que también había aprendido de Bush, pues Bush no habla así, ni de ninguno de sus asesores. Fue como si un cuerpo extraño, una voz suprema o distinta, se le hubiera instalado en su espíritu para otorgarle un énfasis con el que se sintiera cómodo.

Fue como si estuviera incómodo, o por lo menos no especialmente tranquilo con el proceso que le había llevado a compartir aquel rato de liderazgo mundial, como si él mismo sintiera en ese instante, acaso recordando sus lecturas borgianas, que era efectivamente otro, y que para serlo absolutamente tenía que importar un acento distinto al suyo de siempre, entre vallisoletano y madrileño. Para ser verdaderamente grande, o grandioso, tienes que adoptar una pose, debió pensar, y esa pose, que fue fugaz, pues nunca más Aznar volvió a hablar de esa manera, le trajo más quebraderos de cabeza que lo que "exactamente" dijo.

Ahora, ante los que le escuchaban en Columbia, Aznar fue traicionado más por su propio enfado que por los que le grabaron y los que posteriormente, con las intenciones que fuera, divulgaron sus ocurrencias, dicho sea esto último tan solo como una descripción del tenor de sus afirmaciones. ¿Fue desleal? Lo fue consigo mismo, por eso su espíritu, el que le inspira, le transmitió un sonido tan altisonante; era como si gritara por dentro, como si importara de algún rincón de la historia de sus enfados el enfado máximo, como si ese enfado quisiera tener una consecuencia cósmica. Trataba de convencer a su auditorio de que lo que se estaba haciendo con Gadafi era un error, y embarcado en su análisis no se dio cuenta de que se estaba cargando de razón, hasta que sus cuerdas vocales le regalaron un énfasis que llegó a los oídos españoles como un chirrido que es el que ha ofendido. De resto, que diga lo que quiera, faltaría más, pero que no lo diga enfadado, pues esto es lo que molesta exactamente.

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