Lugares que me inspiran
Al músico Nacho Vegas, las musas le salen al encuentro en Gijón. La dramaturga Angélica Liddell, la novelista Alicia Giménez Bartlett y otros cuatro artistas nos cuentan los destinos que más encienden su creatividad
Quién le iba a decir a Isabel Coixet que en medio de una lonja de pescado en Tokio se le iba a ocurrir una película. O al chef Joan Roca que unos jalapeños secos que probó en México serían el secreto de su estofado. "Si la inspiración no viene a mí, salgo a su encuentro", decía Freud, y eso hicieron estos creadores, que ahora recuerdan los lugares donde se les encendió la bombilla creativa.
Cerezas en la plaza Taksim
»ALICIA GIMÉNEZ BARTLETT
"Como escenario de un crimen, Estambul da unas posibilidades bestiales: riqueza monumental, casas en ruinas y multitudes en la calle, donde de la manera más natural alguien puede sacar un cuchillo, matar y esfumarse...". Tan particular punto de vista corresponde, claro, a Alicia Giménez Bartlett (Almansa, 1951), la creadora de Petra Delicado, seguramente la inspectora más conocida de la novela negra española.
Sin embargo, Bartlett aún no ha ambientado una trama en la megalópolis turca, que solo aparece mencionada en su segunda novela (Pájaros de oro, sobre el viaje por Europa de dos mujeres). Tampoco ha sido traducida al turco, así que su vínculo con la ciudad es emocional. "Si algún día escribo unas memorias, Estambul aparecerá como un lugar importante: he estado con mis dos maridos (cada uno en su turno) y las cinco visitas han sido por celebraciones, nunca por trabajo. Por ejemplo, en mi 40 cumpleaños, en vez de una fiesta con amigotes, preferí escapar".
Ha visto transformarse la ciudad desde su primer encuentro en 1972 ("Era un caos: los taxis se caían a trozos, no había semáforos, la gente vendía en medio de la calle..."), aunque le sigue asombrando su entorno: "El Bósforo, con el puente de Gálata..., recomiendo cruzarlo al atardecer, en medio del flujo humano, y detenerse a mirar las cúpulas de las mezquitas. La imagen no se olvida".
La novelista, premio Nadal en 2011 por Donde nadie te encuentre, repite ciertas costumbres: "Cuando tomo un té, no importa en qué lugar, la ciudad me parece un gran salón. Incluso en el Gran Bazar, tan turístico, preparan infusiones extraordinarias". Como le encanta la cocina turca ("en especial los platos de berenjena y la carne de cordero"), suele explorar en busca de restaurantes. "Una vez llegamos a una casa de comidas popular, cuyo nombre no recuerdo. Se dio la vuelta un camarero al que le faltaba un ojo. Tenía una cicatriz en la cara, de arriba abajo. Me limpió un cajón de madera sobre el que me senté, me sirvieron la comida en papel de estraza -deliciosa- y al final intercambié cigarrillos con los obreros turcos".
Esa hospitalidad le fascina incluso más que los monumentos. "He viajado sola en autobús con la gente y sus gallinas, y al bajar me despedían con la mano y sonreían. Otra vez compré cerca de la plaza Taksim un cucurucho de cerezas preciosas. Un señor de unos 70 años se me acercó raudo, diciendo "Su, su", que significa agua. Me quitó las cerezas, fue a una fuente, las lavó y me las devolvió. Sucedió hace ocho años; desde entonces no he vuelto... supongo que no he encontrado otra fecha que celebrar... ni he cambiado de marido".
Por la Quinta con Led Zeppelin
»JUANJO OLIVA
Whole lotta love, la canción de Led Zeppelin, suena a todo trapo en un taxi amarillo que surca Manhattan, y el diseñador Juanjo Oliva se promete usarla en su siguiente desfile. Meses después, la colección de otoño-invierno Número 15 triunfa en la Cibeles Fashion Week 2011 por sus elegantes vestidos estilo Hollywood de los cincuenta... y por su banda sonora rockera.
Oliva (Madrid, 1971) lleva años unido a la Gran Manzana. Allí estudió ilustración al terminar la carrera; y en 2009 desfiló en la Semana de la Moda. A finales del año pasado se quería "poner las pilas con el inglés", y se apuntó a un curso de tres semanas en la universidad de St. John. "Encontré un apartamento estupendo en el 2 de la Quinta Avenida... ¡me encantaba decir la dirección a los taxistas! Madrugaba mucho más que en Madrid. Después de clase tenía todo el tiempo del mundo para ver exposiciones en la Grey Gallery (100 Washington Square), pasear por los jardines de The Japan Society (333 East 47th Street), entrevistarme con profesionales del patronaje y la confección o visitar tiendas fantásticas como Tender Buttons (143 East 62nd Street), especializada en botones".
Aunque la ciudad no constituye el tema de la colección (ya lanzó en 2006 una llamada Nueva York, que evocaba a la mujer americana), el modista la creó entera en su estudio. "Entendí por qué otros aconsejan viajar para diseñar: te alejas de la rutina de empresario que tienes en España, te concentras en dibujar, elegir tejidos...".
De acuerdo, Nueva York puede parecer una elección algo típica, pero a Oliva le resulta inevitable. "Allí tengo una clienta real. Su vida social le da sentido a mi producto. La gente intenta estar guapa siempre, dar lo mejor de sí hasta para comprar un libro (estuve en BookMarc, la librería de Marc Jacobs en el 400 de la calle Bleecker), se matan por la mejor colección igual que por una reserva de un restaurante o un bar de cócteles como The Campbell Apartment (Grand Central Terminal, 15 Vanderbilt Avenue). Para un diseñador, estas cosas no son nada superficiales. Sientes que allí la moda importa".
Todo aquello le dio que pensar: "Sobre el negocio de la moda, el salto industrial...". Y aunque reconoce los inconvenientes de Manhattan ("es una jungla competitiva, y tiene un clima extremo: en invierno salías a la calle nevada... ¡y cómo te despeja!"), le motiva su tremenda energía. "Si no viene a mí tendré que ir yo. Vuelvo en julio. Tengo el contacto del apartamento; me lo curré mucho para caerle bien al que me lo alquilaba... ¡espero que me lo guarde!".
Cien soldados y un piano
»ANGÉLICA LIDDELL
Seis horas de escala en el aeropuerto de Atlanta desesperarían a más de uno. No a la dramaturga Angélica Liddell (Girona, 1966). Le encantan los lugares de tránsito: "La vida queda en suspenso, se entra en un estado de conciencia maravilloso: la melancolía". Y más en aquella sala de espera: "En los pasillos había vitrinas con animales disecados. Un piano de cola inmenso sonaba solo, sin pianista, en medio de las franquicias de comida rápida. Era desolador, pero había algo verdaderamente poético en aquel vacío. Todo hablaba de mi vida en aquel momento, me sentía identificada. Empezó a sonar Claro de luna y unos cien marines que venían de campaña, con sus uniformes color desierto, comenzaron a entrar en aquel espacio, lentamente. Se sentaron solos, abrían sus ordenadores, leían algún libro, comían solos, compraban regalos, todo en silencio, cuando algún tipo repugnante les felicitaba se sentían incómodos, apenas contestaban. Eran niños. Me eché a llorar. Como ellos, quería estar sola. Me daba la sensación de que también yo había estado en una guerra".
No venía del frente, pero sí de una mala experiencia en otro aeropuerto, el de Lima. La policía confundió con una mula a la transgresora actriz y escritora. "Estaban convencidos de que llevaba bolas de droga en el estómago. Me metieron en un cuartito, me interrogaron tres polis, me dejaron en bragas y sujetador, me pasaron dos veces por rayos X. Me preguntaban una y otra vez a qué me dedicaba, yo les decía que hacía teatro. Menuda profesión, ¿no? Un pasaporte lleno de sellos a México, Colombia, Brasil, Guatemala, estancias de una semana... estaba claro, habían dado con una diva del narcotráfico. En el registro hasta me robaron la tarjeta de crédito. Pasé tanto miedo que no recuerdo nada más".
Al crear, Liddell se muestra abierta al azar y el encuentro: "Cuando trabajas todo te dice cosas, un perro, una pared, un paisaje... no sé si creo en la inspiración, pero sí en la revelación". Aquella espera en Atlanta, a finales de 2009, se ha concretado formalmente en su nueva producción, Maldito sea el hombre que confía en el hombre (se estrena el 19 de mayo en el Festival de Primavera de Madrid). Trata de la desconfianza que pervive tras la masacre y el dolor. "Era inevitable. Aquel aeropuerto me dio el trabajo hecho".
Canción a Cimadevilla
»NACHO VEGAS
Cualquiera que conozca un mínimo a Nacho Vegas (1974) podía prever que el músico de Gijón se quedaría con su tierra. En sus canciones alude a lugares concretos, como la playa de San Lorenzo ("parece un oso que duerme junto al mar", la describe en Al norte del norte), se ha atrevido a adaptar en clave rock el cancionero popular en bable, colabora con grupos locales como el Orfeón Gijonés, se declara simpatizante de Fernando Alonso y su "bordería asturiana"... Hasta sus camisas a medida (algunas) son de una tienda de Gijón, Sequel (calle del Instituto, 33; www.sequeldenim.com).
Aun así, él justifica su elección: "Es que lo del mercado de Sonora ya lo he contado mil veces". Se refiere al pintoresco mercado de México DF donde se venden objetos de santería y al que dedica una letra en el último disco, La zona sucia (que alcanzó el puesto 3 de los discos más vendidos, algo inédito en su carrera). "He escogido mi ciudad porque lo que te rodea te inspira, y el sitio en el que vives, o en el que has crecido, es el más presente en las canciones".
La plaza de la Soledá, en el barrio marinero de Cimadevilla, con sus gaviotas y sus casas bajas y coloridas, protagonizó toda una letra. En otras, aparecen citados "lugares comunes de mi infancia y de mi vida actual: la iglesia de San Pedro, en la calle de Campo Valdés, enfrente de la que viví varios años [la original, del siglo XV, fue destruida en la guerra civil], el mismo mar Cantábrico o el estadio de El Molinón". Vegas es seguidor confeso del Sporting.
El cantante, en medio de una exitosa gira, sugiere un viaje en tren para una primera escucha de su disco. Un recorrido largo, la misma digestión pausada que requiere su música. Con razón le agrada de Gijón que "la gente camina muy despacio". Todo lo filtra su observación personal; solo así se entiende que dedicara una canción de su primer disco a un callejón: "Estaba cercano a la cárcel de El Coto, que ya no existe. En él me reunía con un amigo cuando dejábamos de ir a clase en el instituto, fumábamos y hablábamos sobre cosas como tocar en un grupo o, ya ves qué ironía, escapar de nuestra ciudad. Luego he vuelto, yo he cambiado, también mi amigo. El lugar sigue siendo tan feo como entonces".
Whisky junto a Coppola
» ISABEL COIXET
El vínculo de la directora de Mapa de los sonidos de Tokio con Japón llega a lo físico: "Tengo la tensión bastante baja, y el wasabi (condimento muy picante) me despierta". La realizadora (Barcelona, 1960) se siente cercana a la cultura del lejano Oriente desde que, de joven, leía obras de Murakami y Mishima y veía películas de Yasujiro Ozu. Su productora se llama, no en vano, Miss Wasabi.
La fascinación no le llegó hasta la segunda de sus seis visitas, hace seis años, después del éxito de Mi vida sin mí (Japón fue el país donde más recaudó, el doble que España). "Permanecí un mes en Tokio, pude conocerles y entenderles, mis amigos me descubrieron bares en estaciones de metro donde solo servían un ramen impresionante (sopa de fideos) o makis de anguila...". Destaca el Vampire Café (www.diamond-dining.com/vampire).
A la entrada del templo de Sensoji, en Asakusa, escribió en una tablilla: Quiero rodar aquí. No le extrañó que el deseo se cumpliera: "Siempre pasa, como cuando pensé en una plataforma petrolífera" (allí ambientó La vida secreta de las palabras). Poco después surgió la historia. En el mercado de Tsukiji (www.tsukiji-market.or.jp), lonja de pescado que visitó a las cinco de la madrugada, vio a "una chica muy guapa, con las botas de goma y un delantal", limpiando la sangre de los atunes. "En Japón les encanta que les saquen fotos, pero ella se enfadó mucho y casi me da con la manguera. Me pregunté qué haría allí, qué historia podía haber detrás, y me imaginé la doble vida de una asesina a sueldo".
Las localizaciones vinieron solas, como el parque de atracciones de Hanayashiki, "tan kitsch, y con un barrio de apostadores alrededor". Cuando conoció a Haruki Murakami, la llevó a las tiendas de vinilos en el barrio de Shimokitazawa. "Me gustan esas contradicciones: puedes pasar del año 1920 a 2046 en tres paradas de metro, de las geishas a las tribus urbanas y los chicos de pelo naranja".
En las seis semanas del rodaje no le dio tiempo a aprender japonés ("Sé decir las cosas justas: "acción", "corten" y "eres peor actor que un rábano"), pero sí a dejar de ver Tokio como algo exótico: "Me siento como en casa en un barecito del barrio Golden Gai llamado La Jetée (1-1-8 Kabukicho. Shinjuku-ku; www.lajetee.net), donde me guardan una botella de whisky con mi nombre en la etiqueta". Igual que a Coppola o Wim Wenders. La dueña, Tomoyo Kawai, es una apasionada de la nouvelle vague. Las paredes están empapeladas de carteles de cine.
Coixet, que acaba de estrenar un documental sobre el juez Garzón, no se plantea otro rodaje en Tokio. "Pero iré en cuanto pueda, ellos lo necesitan". Y explica que le conmueve el comportamiento de los japoneses ante el terremoto y el tsunami que han asolado el país: "Ellos no gritan. Su dolor contenido me emociona más".
Chipotles para el estofado
»JOAN ROCA
Por los canales de Xochimilco, al sur de Ciudad de México, navegan unas embarcaciones ligeras con paredes pintadas llamadas trajineras. Joan Roca paseaba en una cuando desde otra barca una mujer se aproximó y le ofreció comida, seguramente sin saber que hablaba con uno de los mejores cocineros del mundo. "Las tortitas que me preparó eran como comerte México", resume. El chef del Celler de Can Roca (tres estrellas Michelin) es capaz de describir a través de los sabores sus siete días de viaje al DF en 1991. De la plaza Garibaldi, por ejemplo, se queda con "los tequilas y los sanguinitas", más que con los mariachis. Y de la histórica ciudad de Puebla recuerda su cercana pirámide y sus casonas, pero en especial el zócalo: allí comió "un mole maravilloso de pollo, una salsa con una riqueza de sabores increíble: picante, cacao...".
El mayor de los hermanos Roca (Girona, 1964) admira "su diversidad de productos y de juegos: dulce-salado, caliente, sensual, las frutas...". Aunque también constató que las dos culturas son próximas: "Los moles, sin ir más lejos, tienen mucho en común con las picadas catalanas". Ambas son pastas de mortero a base de frutos secos, y con chiles en el caso de México.
Aquel viaje fue profesional: un intercambio con la chef Mónica Patiño. "Yo fui a su restaurante, La Galvia (Campos Elíseos, 247), y después ella vino a Girona. Me impresionó porque se había formado en las escuelas de París, y aplicaba nuevas técnicas a la tradición mexicana... una aproximación parecida a la nuestra". Con los años, Roca ha vuelto a varios congresos, y visitó con su familia la Riviera Maya. Siempre "con la mente abierta, buscando mercados y productos". El cocinero se trae chipotles, jalapeños que se dejan secar. "Viajan bien, al ser secos. Dan un picante sutil y aportan complejidad. Hace años los usé en estofados de legumbres. Quedan exóticos, pero no extraños. Ahora estamos revisando una brandada de bacalao con chiles en lugar de pimentón de la Vera".
Sardinas en Lisboa
» BOSCH-CAPDEFERRO
José Saramago comparó Alfama, el barrio más antiguo de Lisboa, con "un animal mitológico". Recomendaba perderse por sus sombrías callejas y escaleras, como hicieron en junio del año pasado los arquitectos de Girona Ramón Bosch (1974) y Bet Capdeferro (1970), de actualidad porque su Casa Collage ha recibido una mención en el Premio Mies van der Rohe.
Ese laberinto medieval con pasado visigodo y árabe reafirmó sus ideas sobre las construcciones contemporáneas. "Nos sentamos a cenar unas sardinas asadas en una plazoleta muy agradable que no sabría ubicar con exactitud, un amasijo de casas de una arquitectura extremadamente simple y sabia. Allí nos dimos cuenta de que ciertos espacios no diseñados bajo un argumento unitario adquieren mucha vitalidad por su relación con el lugar, la gente y el clima. Era junio. Hacía calor. Pero las calles estrechas y la vegetación de las plazas generaban un microclima de luz y temperatura".
El dúo de arquitectos comprobó que Alfama, que desciende desde el Castelo de São Jorge, "coloniza el medio sin ir en contra": salva las laderas con escaleras y rampas; emplea piedras pequeñas en los pavimentos que se adaptan a las raíces de los árboles... "La estructura, formada por miles de piezas aleatorias, tiene una espontaneidad que no se consigue en las ciudades nuevas". Todo esto confirmó la apuesta de Bosch y Capdeferro por los sistemas abiertos: "Que la arquitectura incorpore la vida, que sea flexible y se construya a base de historias parciales". Su próximo proyecto aplica, de hecho, esa reflexión. Se trata de una vivienda para la que pretenden "no forzar ambientes; por ejemplo, en un clima cálido, en vez de cerrar la entrada con paredes de cristal y derrochar aire acondicionado, abrir un porche para aprovechar la sombra".
En los pocos días que pasaron en la capital portuguesa, los dos creadores se fijaron en los jardines de la Fundación Calouste Gulbenkian (Avenida de Berna, 45-A. www.gulbenkian.pt) y en el Miradouro da Graça, un balcón sobre una atalaya donde desayunaron; aunque se quedan con Alfama y su sentido de comunidad: "Los vecinos comparten contigo las sardinas en mesas largas; la ropa se tiende en los balcones, las plazas son casi una habitación más de la casa. El espacio público y el privado se fusionan". Por cierto, instrucciones para comer las sardinas: "El menú incluye un pan amarillo buenísimo. Hay que ponerlo encima del plato, y sobre este, el pescado. Al final, ese pan empapado del jugo de las sardinas hace de postre... la esencia del barrio".
» Easyjet (www.easyjet.com) vuela de Madrid a Lisboa a partir de 40 euros, ida y vuelta.
» Turismo de Lisboa: www.visitlisboa.com.
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