El partido de nunca acabar
El Barça y el Madrid (o viceversa) han reinventado el movimiento continuo y este es el partido de nunca acabar. No porque ahora jueguen seguidos cuatro encuentros, sino porque esta relación, estimulante y enfermiza a la vez, convierte a los dos equipos en un ente unido por una membrana invisible que Freud hubiera estudiado para explicar cómo coexisten el amor y el odio en un solo cuerpo.
El Madrid sin el Barça sería otro, y el Barça sería también otro si no existiera el color blanco. Hasta en la tintura de las ropas los equipos se distancian, pero se citan en sueños, juegan como si estuvieran dirimiendo una pesadilla, y finalmente se buscan de nuevo para que cada uno tenga noticias de sí mismo. Si no escucha al Barça el Madrid se siente sordo, y viceversa. El ruido de la grada en Valencia era el sonido común: sin los gritos de los azulgrana los gritos de los blancos se quedan en nada; sin un adversario no existiría el color propio.
La relación Barça-Madrid, estimulante y enfermiza, les convierte en un ente unido por una membrana invisible
El tejido es mucho más que una ropa, es un entramado sentimental que procura locura y pasión; si no hubiera eco, y si éste no fuera hostil, todo se quedaría en nada, el fútbol sería opaco, una telaraña en el desván de la historia sentimental de un tiempo y de un país, un silencio antiguo y muy largo. Y ahora es todo menos opaco, olvido o silencio. El fútbol es ruido, el sonido de dos peleándose. Gracias al ceño fruncido de Mourinho, gracias a la mirada apacible de Guardiola. Pero es que si Guardiola tuviera el ceño fruncido, Mourinho sería otro. Y así sucesivamente.
Eso es bueno porque los estimula, y es malo porque desentiende a los demás del campeonato que ellos mismos juegan. La casualidad (ese azar complejo) que ahora los ha juntado hasta cuatro veces ha acentuado el abismo de interés que existe entre lo que ellos hacen y lo que hacen los otros; esta es una de las evidencias más dolorosas del fútbol español. Y no se puede culpar a nadie, está en la tradición de nuestro fútbol y forma parte de lo que ya tenemos todos asumido. En esta dualidad que se junta colaboramos todos, los que somos del Barça y los que somos del Madrid. Agitamos los partidos antes y después porque nos conviene estar en desacuerdo, para mantener la membrana febril que luego se hace eco definitivo en el campo. Si Villa no hubiera fallado. Si no hubiera parado Pinto. El fútbol es materia de controversia porque da que hablar. Ahora, estos días, escucharemos una vez y otra que el Barça está en su punto de inflexión, que le dio la pájara. Pero eso es mentira; lo que ocurre es que no ganó un partido que hubiera ganado igual que lo ganó su alter ego. Una brizna de paja en el aire que hubiera cambiado la trayectoria del balón que introdujo Cristiano en la portería de Pinto hubiera cambiado el ceño de Mourinho y lo contrario hubiera llenado de pavor al madridismo. Queda mucho partido todavía para concluir este partido de nunca acabar.
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