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VAMOS A... OSLO

Cuerpos, árboles y un 'troll'

Nunca un niño con una rabieta fue tan mono. El Sinnataggen es una de las 241 esculturas que adornan el parque Vigeland, un imprescindible de Oslo al aire libre (y una adicción para fotógrafos aficionados). Gustav Vigeland tardó casi cuatro décadas (entre 1907 y 1942) en cumplir su encargo para el Ayuntamiento de la capital noruega. Sus orondas figuras en las que corpulentos hombres desnudos lanzan divertidos bebés por los aires, tiernas madres los arrullan y los amantes se hacen carantoñas son un canto a la vida. Quizá por ello el paseo culmina en un monolito en el que un centenar de cuerpos ascienden desde la muerte. "Esta es mi religión", dijo el escultor cuando lo acabó sin dar más explicaciones.

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Oslo, nuevas dimensiones

El 75% de Oslo son bosques; lo que hace que solo vivan unas 3.000 personas por kilómetro cuadrado. En uno de esos bosques se han colocado cien toneladas de acero para lanzarse desde sesenta metros de altura a unos 95 kilómetros por hora. El nuevo salto de esquí Holmenkollen, inaugurado hace apenas un año, es el más moderno del mundo. Un prodigio de ingeniería (que costó 2,6 millones de euros) diseñado por un belga que vive en Dinamarca (cosa que los noruegos, cuentan, no llevaron muy bien). Convertido en una atracción turística, alberga un bar en sus alturas y un simulador para saltadores sin miedo al vértigo. A sus pies está el museo de esquí más antiguo del mundo, y dos curiosidades: una escultura del rey Olaf esquiando con su caniche (coleta de flequillo incluida) y un troll congelado en piedra, porque, según la leyenda, se asomó a la luz del día.

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