El grave 'mortal' de Christian
El campeón de Europa júnior vuelve al gimnasio un mes después de sufrir una brutal caída en las paralelas por la que debieron reconstruirle el rostro durante cuatro horas
Los gimnastas aprenden a caer desde micos. Sus cuerpos, de tanto rebotar contra el suelo y volar sobre los aparatos, y sus mentes, capaces de anticipar casi cualquier impacto, están entrenados para ello. Por eso algunos batacazos de aspecto escalofriante se juzgan con un gran moratón, pero no impiden al atleta levantarse y seguir con su ejercicio como si nada.
Christian Bazán, una de las grandes promesas de la gimnasia española, cuatro medallas en los Europeos júnior de 2008, oro en anillas, no tuvo tanta suerte hace un mes en un entrenamiento en el Centro de Alto Rendimiento de Madrid. Para su nuevo ejercicio de paralelas había recuperado un elemento que abandonó hace un par de años -un doble mortal hacia delante a caer sobre los bíceps-, nada nuevo para él, un elemento de esos que requieren mucho brazo y más valor aún que destreza y que algunos gimnastas llaman "estacazos" por su fuerte impacto. Falló. Pero en lugar de caer entre las barras, los pies sobre la colchoneta, como ya hizo en una prueba de la Copa del Mundo en Moscú, perdió el paso por la inercia del giro y acabó destrozándose la cara contra uno de los soportes metálicos que sujetan las bandas.
El percance se produjo en un elemento que había recuperado después de dos años
"Del golpe ni me enteré, tenía la cara dormida, no sentía nada", recuerda
El único resto apreciable ahora son un par de puntos sobre el labio
El lunes pasado regresó a Madrid y ha empezado ya la preparación física
"Del golpe ni me enteré, tenía la cara dormida, no sentía nada", recordaba el gimnasta desde su casa de Málaga, a donde se fue unos días para recuperarse; "creo que ni siquiera perdí la consciencia".
Lo que vieron el resto de sus compañeros y entrenadores, gente acostumbrada a ver golpes, lesiones y fracturas, incluso abiertas, como aquella que sufrió en un dedo de una mano Rafa Martínez, fue sangre por todos lados y al chico temblando en el suelo. "Ya sabes lo escandalosa que es la sangre...", resume el seleccionador, Álvaro Montesinos, siempre tan serio, tan alérgico al drama. Más gráfico fue el médico que le atendió en una clínica madrileña: "Parece un accidente de tráfico".
El cirujano necesitó cuatro horas y media para reconstruir el rostro pícaro y aún algo infantil de Bazán, que tiene 21 años recién cumplidos y lleva ocho, desde que era casi un niño, en la Blume de Madrid. Junto a él estuvieron sus padres y su hermano, llegados a toda prisa en tren con la angustia y los nervios de saber que algo grave pasaba, pero sin ser conscientes del alcance. "Los primeros días fue muy duro", reconoce Dolores, la madre; "le indujeron el coma y cuando despertó estaba muy hinchado. Pero el postoperatorio fue muy bueno y no ha tenido casi dolor. Yo no sé de qué están hechos los deportistas...".
Después del susto, de la operación, vino la verdadera prueba de fuego. Mirarse al espejo. "Le pedí el móvil a mi madre y...", recuerda el gimnasta. Lo que vio era la cara hinchada y muchas rajitas, como pequeñas quemaduras. "Pero ya me encuentro bastante bien. Quiero volver a entrenarme", decía hace unos días.
Eso es ahora lo que más le preocupa, quizá porque la caída le pilló a punto de empezar la temporada, apenas unos días antes de competir en Portugal, con la mente puesta en los Europeos de principios de abril y, sobre todo, en los Mundiales de octubre, cuando se decidirán buena parte de los equipos que estarán en los Juegos de Londres 2012, sus Juegos. Bazán volvió a Madrid el lunes pasado para empezar poco a poco, a estirar, a hacer algo de preparación física. Los gimnastas son probablemente los deportistas a los que más afectan los parones. Es como si los músculos se olvidaran del esfuerzo de todos los días. "Tengo que empezar casi de cero, pero estoy animado y ya tenía ganas", aseguraba el gimnasta el martes, con media sonrisa y el chándal puesto, listo para empezar.
El único resto apreciable del golpe es cierta hinchazón, un par de puntos sobre el labio y dos pequeñas marcas, en una mejilla y bajo un ojo, que costaría ver si él no las señalara. A pesar de ello, Bazán no quiere dejarse fotografiar aún. Se le nota animado, casi feliz tras reencontrarse con sus compañeros -"hay muy buen rollo en el equipo"- y con la rutina de los entrenamientos porque acabó el instituto y, por el momento, ha decidido dedicarse al deporte.
De lo que no quiere ni hablar es de miedo, una palabra casi prohibida para un gimnasta. ¿Volverá a hacer ese elemento? "Lo he hecho muchísimas veces. Lo tenía hace dos años y lo saqué del ejercicio. Lo hice perfectamente antes de caerme. Los gimnastas estamos acostumbrados a caernos cuando probamos ejercicios. Fue solo mala suerte", zanja.
Con esa determinación -"él es de los de 'voy a por esto' y no para", lo define su madre-, Bazán ha superado ya dos grandes palos en su corta vida deportiva. Su éxito internacional en 2008 no le hizo un hueco en el equipo de Pekín y, aunque "el equipo estaba prácticamente hecho y él era muy joven", justifica el seleccionador, el muchacho lo vivió como una decepción. Tuvo que rehacerse, buscar un nuevo objetivo, motivación para seguir entrenándose unas cinco horas diarias otros cuatro años, hasta Londres. Cuando lo logró, Héctor Ramírez, el entrenador que más había seguido sus pasos desde que llegó a Madrid, se jubiló. Ahora es Montesinos quien está más encima de su trabajo y el encargado de que la peor caída de su vida no tenga mayores consecuencias en su gimnasia.
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