Mimbres inadecuados
L'elisir d'amore es un paradigma del repertorio belcantista y, a la vez, de la ópera cómica. El pasado sábado, sin embargo, se descuidó bastante el primero de esos aspectos, con lo cual se le hurtó al oyente algo muy esencial. El bel canto es una corriente estilística que, en las primeras décadas del siglo XIX, recogió las técnicas vocales más elaboradas de la ópera italiana anterior. Tiene como principal objetivo la belleza y el lucimiento de la voz, dejando en segundo plano -aunque no ausentes- los elementos expresivos y dramáticos, así como el protagonismo de la orquesta. Por esa razón los cantantes necesitan una vocalidad sumamente ágil, un fraseo elaboradísimo y una refinada técnica para domeñar y adornar el sonido de todas las maneras posibles. Hay voces de gran valor o de gran potencia que pueden con Verdi o con Wagner, pero que son incapaces de rendir cuentas ante Rossini, Bellini o Donizetti. Y a la inversa, naturalmente.
L'ELISIR D'AMORE
De Gaetano Donizetti. Solistas: Alexandra Kurzak, Ramón Vargas, Fabio Capitanucci, Erwin Schrott e Ilona Mataradze. Coro y Orquesta de la Comunidad Valenciana. Dirección musical: Omer Meir Wellber. Dirección de escena: Damiano Michieletto. Palau de les Arts. Valencia, 26 de marzo de 2011.
Erwin Schrott, el triunfador indudable de la noche, tuvo a su cargo a Dulcamara, un rol de bajo cómico que estuvo servido con volumen sobrado y gran presencia escénica, aunque su parte no necesita de los recursos antes citados. Tampoco la de Belcore, donde Fabio Capitanucci lució un bonito centro y una incierta afinación por arriba. Las exigencias belcantistas se centran sobre todo en los papeles de Nemorino y Adina, así como en el carácter que debe tener el acompañamiento orquestal.
Sin embargo, el Nemorino de Ramón Vargas, a pesar de su correcta intencionalidad expresiva, mostró unos agudos muy tirantes y una voz sin el legato y la agilidad imprescindibles para esta clase de repertorio. Mejor estuvo Alexandra Kurzak como Adina, con una voz más ligera y aérea, pero cuya capacidad para ornamentar y colorear se quedó a medio camino. La orquesta, que debía proporcionar a las voces un sustrato delicado a veces y chispeante otras, sonó opaca, y se desajustó con la escena en varias ocasiones. El coro también se escuchó más áspero que de costumbre. En cuanto a la producción, muy modesta, resultó funcional si nos olvidamos de las incongruencias con el texto, sobre todo en la primera escena. El gran error de la velada fue suponer que el repertorio belcantista puede hacerse con mimbres inadecuados. Especialmente en una obra tan conocida.
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