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Columna
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Gadafi y sus amigos

Lluís Bassets

¿Quién no le ha vendido armas? ¿Quién no ha sacado provecho de sus inversiones? ¿Quién no se ha sentado en su jaima? ¿Quién no le ha dejado instalarse con su séquito en los aledaños de los palacios presidenciales de las democracias? ¿Quién no ha preferido hacerse el despistado ante sus chantajes?

La lista de los amigos de Gadafi es impresionante. Su álbum de fotos no tiene desperdicio. Están todos, a cual más cariñoso y amartelado. Quien no le coge la mano, se la besa. Quien no le abraza, le ríe las gracias. El grupo de presión libio era muy fuerte en Reino Unido, Italia y Francia. También en Estados Unidos, sin olvidar a España. ¿Alguien le ha cerrado las puertas, le ha negado el saludo o los honores de la visita oficial?

Todos han pasado por su jaima, derecha e izquierda, para hacer negocios, recibir dinero y dejarse chantajear

Este beduino ha sobrevivido a todo. A la guerra fría y a la guerra global contra el terror. Al auge y declive del panarabismo y al auge y declive de la reislamización. A un Oriente Próximo encendido y a los procesos de paz. Al petróleo barato y al petróleo caro. A la siniestra moda terrorista y a su viceversa, que ha sabido practicar con mano de verdugo experto: es decir, de terrorista perfecto. Al ostracismo cuando era parte del Eje del Mal y a sus payasadas como socio reconocido del Eje del Bien.

Y lo ha hecho con los medios que los mafiosos conocen. Plomo o plata. La amenaza y el soborno. Ha adulado y comprado. A la izquierda y a la derecha. A empresarios y a políticos. A europeos y a americanos. A árabes y a asiáticos. Por su jaima han pasado a recoger dinero tanto los socialistas autogestionarios como grupos terroristas al estilo de ETA y, para hacer negocios, tanto los lobbies de la energía como las derechas europeas, las muy respetables y las menos respetables. Hay que hacer la lista, corta, muy corta, de quienes no se han sentado en cuclillas bajo su hermosa carpa.

Esta sonrojante historia sirve ahora de munición a quienes le defienden de forma más o menos descarada. Según sus argumentos, unos por defecto y otros por exceso: por no haberle derrocado antes o por no derrocar a todos los que son como él, que son muchos. Todos estos silogismos fueron en su día sus más sólidas bazas prácticas para su perpetuación en el poder. Sin tan sólidas agarraderas nadie se mantiene en el machito durante tantos años. Pero ya no sirven ni un minuto más ante la matanza que está perpetrando contra sus propios conciudadanos.

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Ha sobrevivido, pero ya no va a sobrevivir. Ahora su chantaje se ha terminado y no precisamente porque lo hayan decidido los chantajeados, hartos de aguantarle. No, sus amigos forzosos tenían todo el aguante del mundo, el que dan el dinero y los intereses, y no iban a mover ni un dedo para que cambiara. Más bien al contrario: preparaban la continuación del negocio bajo la batuta de su hijo más educado, este Saif al Islam, falsificador de tesis universitarias. Tampoco sus enemigos más declarados, los israelíes, por ejemplo, querían despacharle. Hay enemigos benditos por el cielo, que hacen su maldita tarea con eficacia insuperable: toda la gestualidad hostil requerida y nula eficacia práctica en la obtención de resultados políticos.

Ahora, por más que gallee, está en las últimas. Sorprendido y desconcertado, es verdad. No puede caberle en la cabeza que no se le permita hacer lo que ha venido haciendo durante tantos años sin mayores problemas. Menos todavía que quienes le festejaron y aplaudieron sean los que le bombardean y exigen su rendición.

Quienes han puesto pie en pared y han terminado con este sainete siniestro de sangre y dinero han sido los jóvenes árabes que se han rebelado contra sus respectivos dictadores y contra sus manías compartidas. Todos ellos eran corruptos, todos querían hacerse suceder por sus hijos y todos practicaban parecidos chantajes con el terrorismo, la inmigración y el petróleo. La intervención militar que empezó el sábado en aplicación de la resolución 1973 del Consejo de Seguridad es hija directa y obligada de las revueltas árabes, mucho más que de la voluntad hasta ahora escasísima de europeos y americanos. Nada tiene que ver con el terrorismo, la inmigración y el petróleo. Sí con quitar de las manos de un dictador estas tres bazas con las que se ha perpetuado en el poder y ha oprimido a su pueblo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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