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El mal endémico de los Windsor

El príncipe Andrés lleva otra vez la polémica a la familia real británica

¿Qué tienen los Windsor que les hace tan propensos a la polémica? A siete semanas de la boda del príncipe Guillermo con Kate Middleton no son los chafardeos sobre el menú o el vestido de la novia lo que llena las páginas de la prensa británica, sino los escándalos que rodean al príncipe Andrés, el segundo de los hijos varones de la reina Isabel.

Desde que el rey Eduardo VIII renunciara en 1936 al trono que ocupaba desde hacía menos de un año para casarse con una rica estadounidense divorciada, Wallis Simpson, los Windsor -que adoptaron ese nombre en la I Guerra Mundial para abandonar su demasiado germánico apellido dinástico, Saxe Coburgo- copan a menudo las portadas de los tabloides. Muy a su pesar.

El duque de york ofrece una mezcla mediática imbatible: sexo y dinero

Reconvertido en duque de Windsor, el ex rey Eduardo VIII no solo fue polémico por poner el amor por delante del trono -algo que quizás ahora sería visto con buenos ojos- sino por sus simpatías hacia el nazismo. La compleja personalidad de su hermano Alberto, que reinó con el nombre de Jorge VI porque Alberto era también considerado un nombre demasiado germánico en los años treinta, acaba de ser retratada en la película El discurso del rey.

La hija de Jorge VI, la reina Isabel II, nunca ha suscitado polémicas ni por su vida personal ni por su manera de reinar, más allá de ser considerada muy profesional aunque una madre fría y distante. Pero el resto de su familia sí parece aquejada por el mal de los Windsor. Un mal que no puede ser hereditario porque afecta también a quienes no llevan su sangre. La madre de Isabel era inmensamente popular pero generó un sinnúmero de chascarrillos por su gusto por la ginebra, su desmesurada afición a los caballos y su desprecio hacia los políticos. El marido de la reina, el duque de Edimburgo, ha batido todos los récords de meteduras de pata. La princesa Margarita, hermana de Isabel, fue famosa por sus amores contrariados. Después de aparecer disfrazado de nazi y de coquetear con el alcohol, su nieto Enrique, del que algunos sospechan que tampoco puede tener problemas de consanguinidad, ha logrado rehacer su imagen de la mano de la carrera militar.

Pero son sus hijos los que han dado a Isabel los mayores quebraderos de cabeza. Sobre todo, Carlos y Andrés. El heredero, Carlos, casi acaba con la monarquía por su turbulento matrimonio con la mítica Diana. Sin embargo es Andrés quien desde hace unos años protagoniza los escándalos más jugosos, con una mezcla mediática imbatible: sexo y dinero. Los tabloides se han agarrado a la parte sexual para arrastrarle al lodo en los últimos días. Sus defensores podrían alegar que es agua pasada: una fotografía en la que el príncipe posa tomando de la cintura a una hermosa joven. La foto fue captada en 2001 y la joven era la masajista del multimillonario estadounidense, Jeffrey Epstein.

El problema es que la chica tenía entonces 17 años, que también le dio algún masaje al príncipe, que ha acusado a Epstein de haberla prostituido y que el millonario fue condenado en 2008 por incitar a la prostitución a una menor y ha llegado a acuerdos para indemnizar a otras 17 chicas que le acusaban de lo mismo.

Eso es material suficiente para que los tabloides disparen contra el príncipe. Pero no solo han disparado los tabloides: también lo han hecho los llamados periódicos de calidad. El error de Andrés ha sido mantener sus vínculos con Jeffrey Epstein incluso después de que este fuera condenado por tener relaciones sexuales con menores de edad. Y no solo eso, sino que la prensa parece convencida de que lo ha hecho porque su amistad con el millonario le es muy rentable. Y cuestionan sus relaciones con otros personajes polémicos como Saif Gadafi, el traficante de armas libio Tarek Kaituny o el yerno del presidente de Kazajstán, Nursultan Nazarbayev, el millonario Timar Kulibayev. El duque de York vendió en 2007 al magnate kazajo su casa de Berkshire, regalo de boda de su madre. Kulibayev pagó 15 millones de libras (17,4 millones de euros al cambio actual) por una casa que llevaba tres años en venta por 12 millones. A día de hoy sigue vacía.

Los tabloides siguen la pista del sexo; los demás, la del dinero. Muchos creen que Andrés Windsor, que ejerce la tarea voluntaria y no remunerada de Representante Especial para Comercio Exterior e Inversiones británico, se ha convertido en una rémora para el país. Lo dice más la prensa que los políticos, porque aunque en este país los medios tienen libertad absoluta para criticar a la familia real, la etiqueta limita esas críticas entre la clase política.

Días atrás, por ejemplo, el speaker o presidente de los Comunes, John Bercow, llamó la atención a un diputado laborista, Chris Bryant, por pedir en el parlamento que Andrés sea apartado de ese cargo. Aunque no es ilegal, se considera feo atacar a los Windsor en el parlamento porque no se pueden defender en público. "Las referencias a la familia real han de ser excepcionales, controladas y muy respetuosas. Tenemos que ser muy cuidadosos al manejar estos asuntos", le advirtió al diputado. Más cuidadosos que los propios Windsor.

Andrés de Inglaterra (con traje negro) y su hija Beatriz durante la Cumbre sobre el Futuro Energético Mundial, en 2008 en Abu Dabi.
Andrés de Inglaterra (con traje negro) y su hija Beatriz durante la Cumbre sobre el Futuro Energético Mundial, en 2008 en Abu Dabi.ALI HAIDER (EFE)

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